Al celebrar los 10 años del pontificado de Francisco, el ahora arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, expresó una homilía en la Catedral de Río Gallegos lo siguiente sobre el Santo Padre: “Yo digo que es un joven en un envase viejo. Joven, porque tiene consignas propias de los jóvenes. Habla de sueños, habla de reformas, de cambio, de esperanzas. Y al mismo tiempo, no vamos a negar que tiene 86 años y problemas en su rodilla”.
Esta sensación recorre el mundo al ver a Francisco liderando una vez más una Jornada Mundial de la Juventud, esta vez en Lisboa, ante una multitud que expresa universalidad y diversidad como ningún otro fenómeno hoy en día puede hacerlo. En un mundo que tiende hacia que los grandes actos sean virtuales, la experiencia presencial de las jornadas de la juventud sigue sorprendiendo.
Una vez más también, contemplamos el mutismo de algunos de los grandes medios de comunicación de la Argentina, que silenciaron el fenómeno de la presencia de Francisco en Portugal. Los ojos del mundo estuvieron durante 5 días en Lisboa; jóvenes de los 5 continentes acudieron a encontrarse, a crecer en la fe, a compartir la vida y a escuchar la palabra de un líder al cual reconocen como guía. Ese líder, que ya lleva mas de 10 años en su misión, es argentino, habla como un argentino y llega al mundo entero. La información de la jornada se puede encontrar hoy ya de manera masiva, a veces ni siquiera hace falta estar en el lugar. ¿Por qué no se informa en su propio país todo lo bueno que hace y genera el Papa Francisco?
Vamos a tratar de recuperar rápidamente la memoria y a peregrinar por distintos momentos de las palabras del Papa en Lisboa y dejar que ese mensaje traspase el corazón.
El diálogo intergeneracional ha sido una de las claves del magisterio de Francisco. Y él hace eso mismo que predica: con su ancianidad genera un diálogo y una escucha con los jóvenes. Les habla buscando aprender de ellos, que tengan su lugar, sus sueños y sobre todo que sean escuchados. El objetivo de su viaje apostólico fue, sin lugar a dudas, el intercambio con los jóvenes de todo el mundo. Pero al comenzar este camino, recién llegado a Portugal, no dejó de enviarles un mensaje claro a la dirigencia política y a los gobernantes del mundo. En el Encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo Diplomático fue muy claro: “¿cómo podemos decir que creemos en los jóvenes si no les damos un espacio sano para construir el futuro?”.
El Papa habló con los jóvenes de los temas y en los modos que son propios de hoy en día: sus discursos fueron breves, llenos de imágenes simbólicas, mostrando interés por lo que vive el otro. Una de las grandes líneas de la jornada fue, ciertamente, hablar con los jóvenes del cuidado de la casa común, sabiendo que son ellos quienes habitarán la Tierra maltrecha y malherida que estamos dejando. También la necesidad de una inclusión verdadera, concreta y evangélica. Más de una vez, en esos discursos, que en el fondo eran diálogos entre un anciano y los jóvenes, la palabra dominante era “TODOS”. Y se repetía. Qué bueno que tantos que hablan de incluir, de terminar con divisiones y grietas puedan repetir con la misma fuerza la invitación de Francisco en Lisboa: siempre es con todos, con todos.
Este mensaje también lo expresó a consagrados y consagradas: “Que la Iglesia no sea una aduana para seleccionar a quiénes entran y no. Todos, cada uno con su vida a cuestas, con sus pecados, pero como está, delante de Dios, como está, delante de la vida… Todos. Todos. No pongamos aduanas en la Iglesia. Todos”.
Y el “todos” también resonó en los pedidos a los jóvenes, cuando habló con claridad de que un mundo inclusivo es, en primer lugar, con los pobres dentro: “Y a servir a los pobres, los predilectos de Dios, que se hizo pobre por nosotros (cf. 2 Co 8,9), a los excluidos, los marginados, los descartados, los pequeños, los indefensos. Ellos son el tesoro de la Iglesia, son los preferidos de Dios. Y, entre ellos, recordemos que no debemos hacer distinciones. Para un cristiano, en efecto, no hay preferencias ante el necesitado que llama a nuestra puerta, ya sean connacionales o extranjeros, pertenecientes a un grupo o a otro, jóvenes o ancianos, simpáticos o antipáticos”.
El Papa no habla a los jóvenes dando cátedra ni invitando solamente a certezas. Entiende en ese diálogo intergeneracional que el joven no quiere solo que le digan lo que se debe hacer, sino que lo acompañen en sus preguntas, en sus dudas. Con mucha humildad, el Santo Padre invitó a los jóvenes a que nunca se cansen de preguntar. “No se cansen de preguntar. Hacer preguntas es bueno; es más, a menudo es mejor que dar respuestas, porque quien pregunta permanece “inquieto” y la inquietud es el mejor remedio para la rutina, a veces una especie de normalidad que anestesia el alma. Cada uno de nosotros tiene sus interrogantes dentro. Llevemos esos interrogantes con nosotros y llevemos en el diálogo común entre nosotros. Llevémoslos cuando rezamos delante de Dios. Esas preguntas que con la vida se van haciendo respuestas, que solamente tenemos que esperarlas”.
Como el diálogo es sincero, también el Papa habló del dolor, del llanto. En el Vía Crucis el Papa no tuvo temor a hablarles a los jóvenes de las dificultades: “Yo les hago una pregunta ahora, pero no la contesten en voz alta, cada uno se la contesta a sí mismo: ¿yo lloro de vez en cuando? ¿Hay cosas en la vida que me hacen llorar? Todos en la vida hemos llorado y lloramos todavía. Y ahí está Jesús con nosotros, Él llora con nosotros, porque nos acompaña en la oscuridad que nos lleva al llanto”.
Y en esa misma ocasión, el Papa dijo que no quería hablar mucho y también invitaba al silencio. Un anciano invitando a jóvenes a hacer silencio, los jóvenes dejando que el anciano sabio les hablara de los dolores de ellos mismos.
También hubo lugar en este viaje para invitar a la Iglesia a vivir esa expresión de “todos”. Hay una muy bella imagen usada en Fátima cuando el Papa expresa que “la Iglesia no tiene puertas, para que todos puedan entrar. Y aquí también podemos insistir en que todos puedan entrar, porque esta es la casa de la Madre y una madre siempre tiene el corazón abierto para todos sus hijos, todos, todos, todos, sin exclusión”.
La jornada conjugó palabra y silencio, así lo fue en el Vía Crucis, también en la vigilia, cuando el Papa prefirió los discursos breves, y en muchos otros momentos les dio el protagonismo a los jóvenes, tanto para dialogar como para hacer silencio.
El Papa dialogó con los jóvenes de todo: de la guerra, de la paz, de las dificultades y de las alegrías. Dijo algunas cosas con insistencia: “todos” y “no tenga miedo”. En la misa final lo dijo una y otra vez, “no tengan miedo”.
Un millón y medio de personas en la misa final. No es una estrella de la música ni es un líder meramente político. Es un hombre creíble, que dialoga, que fija la mirada en quien tiene delante y habla, no solo de lo que él quiere, sino de aquello que el otro necesita. Incluye, abre, invita. Todos, todos, todos, que nadie se quede afuera.
El Papa es argentino, en los 10 años de su pontificado pudimos ser agradecidos como pueblo por ese don tan grande. Entregarle al mundo a este hombre de Dios que nos llena de orgullo. Lisboa ha sido una muestra más de la fuerza de un “joven en envase viejo” que no deja de sorprender. Es triste ver que en muchos medios argentinos ha estado invisibilizado este momento maravilloso de la Jornada Mundial de la Juventud. Aun con esta ausencia, somos muchos los que compartimos la alegría de que el Papa sea argentino, hable como argentino y sea el gran orgullo de los argentinos. Ojalá que a su regreso, los y las jóvenes, que junto a religiosas, sacerdotes y obispos participaron de la jornada, puedan llenar nuestros corazones y portales con la fuerza de su testimonio.
En el tradicional diálogo con los periodistas en el vuelo de regreso, Francisco expresó: “Intento que cuando hablo sea lo más claro posible, no homilías académicas. Pero siempre que hablo busco la comunicación. Habéis visto que incluso en la homilía académica hago algunas bromas, algunas risas para controlar la comunicación. Con los jóvenes los discursos tenían lo esencial del mensaje y yo tomaba allí según cómo sentía la comunicación. Hacía algunas preguntas e inmediatamente el eco me decía por dónde iba la cosa, si estaba mal o no”. Ejemplo de cómo un comunicador no solo piensa en lo que quiere transmitir, sino en lo que percibe quien lo escucha.
Un Papa lleno de sueños junto a jóvenes con sueños. Se encontraron, fruto de esta experiencia de las Jornadas de la Juventud que se inició allá por el año 1987 en nuestro país y hoy todavía sigue conmoviendo. “¡Esta es, la juventud del Papa!” siguen cantando los jóvenes. La Iglesia está viva, no solo porque hubo más de un millón y medio de personas, sino porque además vibra con los sueños de los jóvenes y marca al mundo el sentir de Francisco: Todos, todos, todos.
Gracias Francisco, gracias jóvenes.
* Máximo Jurcinovic es director de la Oficina de Comunicación y Prensa de la Conferencia Episcopal Argentina