Feminista en falta: “Sos enfermera, vení”; Morena, Daiana, y una cara humana en medio del desastre

Entre todo lo roto ante una nena asesinada a golpes en la puerta de la escuela, dos enfermeras hicieron lo imposible por reanimarla. Un oficio olvidado y de mujeres que visibiliza y homenajea la comedia negra La Paciencia, la obra de Macarena García Lenzi que se convirtió en el nuevo suceso del teatro independiente

Daiana, la enferma que acompañó a Morena hasta el final. Fue a llevar a sus hijos a la escuela y le puso el cuerpo y el corazón a la tragedia de otra muerte violenta (Franco Fafasuli)

Una nena de once años asesinada a golpes en la puerta de la escuela. No hay policía y la ambulancia no llega. En medio de todo lo que está roto en esa escena, hay dos mujeres, dos enfermeras, que hacen lo imposible por reanimarla durante los cuarenta minutos que dura la espera.

Daiana había llevado a sus hijos a clase como todos los días cuando se encontró con la tragedia: “¡Vos sos enfermera, vení!”, le gritó otra mamá desesperada. Pensaba que iba a atender a una nena descompensada por los nervios, pero Morena estaba acostada en un pupitre, inconsciente. Otra enfermera la había acomodado antes de costado por las convulsiones. Ella la puso en el piso y le hizo RCP hasta que los paramédicos la intubaron. Viajó con ella hasta el Hospital Evita sabiendo que el desenlace sería el peor, y después volvió a la puerta de la escuela a pedir Justicia.

La vi hablando con los medios, compuesta, clara y sosteniendo una foto de Morena. Sin ningún ánimo de jactarse de ese gesto que fue heroico a pesar del resultado: para ella es parte de lo cotidiano. Trabajar en las circunstancias más crueles, darle sentido y peso a lo que no lo tiene, enfrentar la muerte aunque la mayoría de las veces no tenga más herramientas que su oficio, ese oficio olvidado y casi siempre de mujeres.

Pensé en La Paciencia (Fatídica Sindical), la maravillosa obra de Macarena García Lenzi que llena cada sábado El Camarín de las Musas, un verdadero suceso del teatro independiente. Es una comedia negra, negrísima, que muestra la rutina de entrega de tres enfermeras que trabajan con pacientes terminales y atienden sus necesidades más básicas, más íntimas –y más obscenas– bajo condiciones laborales demasiado precarias: jornadas largas y extenuantes física y emocionalmente, justo en el filo de la vida y no menos solas que los enfermos que cuidan. Los familiares son una foto de Facebook, una promesa; los médicos, apenas un llamado telefónico después de mucha insistencia.

Hay risas, todo el tiempo, porque los diálogos son desopilantes, pero bajo esas risas subyace lo incómodo. En la pieza de García Lenzi –directora, dramaturga y guionista que ya conquistó al público con Tripas corazón, ni un primo, un amigo, nada (2010); Sangre de mi sangre (2013); Mis cosas preferidas (2015), y su festivalera y premiada ópera prima cinematográfica junto a Martín Blousson, Piedra, papel y tijera (2019)– un accidente mortal expone los miedos, las miserias, la sobrecarga, la presión y el desgaste psíquico diario de estas trabajadoras al cuidado de los más vulnerables.

Ludmila (Noelia Prieto), Gloria (Karina Elsztein) y Silvia (Valeria Giorcelli), personajes y actrices de La Paciencia, la obra de Macarena García Lenzi que muestra con humor negro el universo de las enfermeras

No es una sorpresa para nadie que haya transitado clínicas y hospitales que esas tareas de cuidado también están a cargo de mujeres. Los datos del Ministerio de Salud indican que el 80% del personal de enfermería es femenino; la Organización Mundial de la Salud ratifica que es una de las actividades más feminizadas a nivel global. Los médicos darán indicaciones y gestionarán casos, pero en el limbo del extremo de la vida están ellas, mujeres como Daiana que le devuelven humanidad a lo que ya no parece tenerla: las mezquindades, la política, la ausencia de las instituciones más primarias, los jirones del tejido social que se revelan con violencia barbárica en el cuerpo de una nena a la que le reventaron un riñón y el hígado a piñas.

Silvia (Valeria Giorcelli), Ludmila (Noelia Prieto) y Gloria (Karina Elsztein) –una jefa de enfermería obligada a dividirse entre camillas y protestas sindicales porque, además de malpaga, su labor no tiene reconocimiento– son las tres protagonistas de una puesta de ficción que tiene demasiados puntos en común con la realidad a la que habitualmente le damos la espalda.

Primeras en la línea de atención durante la pandemia, las enfermeras fueron las más expuestas –sin insumos, ni presupuesto, ni descanso– y las primeras en contagiarse –y en morir– de coronavirus. Ni siquiera estaban a salvo en sus casas, porque los vecinos les tenían miedo. Los aplausos eran para los médicos y el personal de salud, pero a ellas también se les negaba eso: pese al reclamo que lleva años, en la mayor parte del país siguen siendo consideradas como administrativas –y esas tareas, claro, también recaen sobre ellas–. Tampoco son reconocidas por el sistema sanitario, donde su mirada suele ser menospreciada. Con salarios que en promedio no superan los $60.000 –y a veces son incluso mucho más bajos–, casi todas necesitan más de un empleo –y hasta tres y cuatro– para llegar a fin de mes. Y la rueda no termina, porque en general son jefas de hogar y tienen que ocuparse de cuidar también en sus casas.

Pero aún en las peores condiciones, cualquiera que haya pasado por una experiencia de internación como paciente o familiar sabe que son ellas las guardianas del dolor y los rescates, las que escuchan y recuerdan y hacen por nosotros lo que les cuesta hasta a los que más nos quieren. La intimidad literal de revolver nuestra mierda para emerger limpias y silenciosas, con sus peinados tirantes y sus cofias. “La Paciencia es una comedia negra porque es el tono que encuentro posible para relatar el drama”, dice García Lenzi sobre este homenaje necesario, que visibiliza y hace reír tanto como duele.

Entre toda la mierda de esta semana, entre todo lo que parece no tener remedio y lo que definitivamente no lo tiene –la vida de Morena, la de su familia–, pienso en Daiana llegando a la mañana con sus hijos a una escuela pobre de Lanús donde los chicos lloran pidiendo respuestas, donde todos los miedos suenan como una moto que se acerca. Pienso en Daiana llegando y haciéndose cargo, en ese “sos enfermera, vení” y en la impotencia de sus compresiones. Pienso en Daiana acompañando a una nena de la edad de sus hijos en su último viaje, para volver entera y peinada al lugar del hecho a reclamar Justicia y sostener su foto en alto y, no sé si me da esperanzas, pero siento que, como mínimo, debemos agradecerle. Gracias Daiana por ser la cara humana en medio del desastre y gracias a través de tu nombre a todas las que, como vos, hacen lo imposible sin que nadie las vea.

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