¿Líderes progresistas o magos de la decepción?

No explica nada o explica todo en una visita al oculista

Imagen ilustrativa. Una calle de Cuba. Reflexión en busca de la definición de progresismo. REUTERS/Alexandre Meneghini

Es muy probable que yo haya explicado a mis amigos cercanos y con olor a trincheras y a los adversarios dialécticos arduos, demasiado poco sobre las transformaciones y deriva del progresismo ideológico. Tal vez, por sobre explicar, haya diluido los argumentos comparativos más visibles. Eso que los periodistas escorados califican, algunos observadores no tan lúcidos asumen, ensayistas y mucha gente de las veredas, denomina el campo progresista, y lo distingue, además, del campo autoritario, que se auto-condecora del calificativo “progresista” para explicarse y ocultar su cordero esquilado.

Porque está visto que pocos distinguen, en esas tribus, a totalitarios, de autoritarios, refiriendo al castrismo y al chavismo y prefieren hablar del Igualitarismo Autoritario, que vendría a sustituir la Dictadura del Proletariado y es el origen de tanto ditirambo actual. Más bien, intentan justificarlos a dichos dirigentes con el más difícil de los condimentos de la democracia: el esfuerzo por la igualdad. Madre tanto de la dignidad política como del igualitarismo mediocre. Y este concepto ha terminado por ser la madrina del pobrismo místico igualador, como antes los fue del feminismo con rencor.

La igualdad tanto desde el cauce originario en la Revolución Francesa, como el que se fundamenta en John Locke en la cultura anglosajona (que interesó a Juan Bautista Alberdi), aparece místico en Jesús y clasista en la pareja Marx y Engels. La democracia adjudicada a la burguesía, en cambio, explica la igualdad meritocrática.

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Sin embargo, la igualdad que tanto empeña a los llamados progresistas contemporáneos es la que se fundamentó en los siglos XVIII y XIX como originada en la “igualdad ante Dios”, un concepto surgido de la interpretación de Dios como el Gran Arquitecto del Universo, en la Europa “Despótica más que Ilustrada”, defendida como fundamento a la desigualdad de los derechos y obligaciones adjudicados a la nobleza (servir en paz gobernando y en guerra guerreando). Dio pábulo al ciudadano soldado y al militante republicano que construiría democracia.

Totalitario es el que totaliza en la sociedad todos los aspectos de la vida política, social, cultural, espiritual y económica desde el Estado y autoritario es el que concentra todo el poder desde el gobierno del Estado sin límites, ni controles, excluyendo de influencias y derechos a expresarse, participar, oponerse con éxito, a quienes no expresen su propuesta de régimen político.

Jeane Kirkpatrik distinguía entre totalitarios y autoritarios. Los dictadores que en algún momento de su gobierno permitían consultar a la población eran los autoritarios. Los totalitarios eran inmobilistas. Los autoritarios seguros del apoyo popular que los reasegura y que afrontan correr el riesgo de ser desplazados por las urnas en plebiscito debían ser distinguidos de totalitarios si es que regresaban la sociedad a la Democracia.

Luiz Inacio Lula Da Silva, Hugo Chávez, Néstor Kirchner y Cristina Kirchner, líderes latinoamericanos denominados progresistas. Foto NA: PRESIDENCIA

En aquel momento, desde su embajada en la ONU, la catedrática distinguió las diferencias entre Fidel Castro y Pinochet y las particularidades más complejas de otros países. Chile plebisitó dos veces durante Pinochet: para aprobar una constitución en 1980 y para llamar a elecciones libres en 1988 con partidos “concertados”. Ganó el primero y perdió el segundo.

El periodismo y ensayistas habían comenzado a caracterizar como progresistas a Chávez, Ortega, Rafael Correa, Néstor Kirchner, otros mandatarios socialistas o al primer mandato de Lula en 2003, el de Alejandro Toledo en Perú, o por ejemplo, Lagos y Michelle Bachelet. Todos puestos en el mismo estante del exhibidor sin diferenciar y así lo ha expresado, además la denominada izquierda latinoamericana.

Esas amistades privadas expuestas como afinidades ideológicas y de camaradería interpartidaria internacionalista llevó a una confusa e integrativa lista de la que ha participado el uruguayo Múgica o la brasileña Dilma Rousseff, incluso Cristina Fernández de Kirchner, trastocando el concepto ampliado de la izquierda con compromiso político constitucional de raigambre liberal, de la que usa el sistema para trastocarlo en otro y así travestir la comprensión popular y analógica del concepto progresista desde la perspectiva de Olof Palme y de Francois Mitterrand a la de Rafael Ortega y Néstor Kirchner en paralelo con Lula para 2003 o con Rodríguez Zapatero o Andrés López Obrador. Bien distinta del primer concepto de progreso y progresistas del siglo XIX.

El segundo concepto progresista fue dado por la Primera Internacional “estalinista” a todos los que coincidían con los comunistas sin serlo. Los camaradas de ruta progresistas. A esa ambivalencia la enfrenta la exageración nociva del macartismo.

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La tercera mutación del progresismo nace en los EEUU para justificar minorías y realzar sus novedosos tipos de conductas. Es para esas fechas que se descompone la percepción de “las masas” y de las individualidades creíbles que influyen en renovados grupos de opinión y se apocopa el término a “progre” en paralelo con la también confusa y facilista propuesta de “cambiar las estructuras”, de los 60 en adelante.

Por supuesto dio cobertura y pátina al pensamiento de izquierda, que tuvo que renunciar al marxismo por exigencias de Willy Brandt, en el recordado 29 de septiembre de 1979 como fecha simbólica para el PSOE y varios partidos latinoamericanos. En Bad Godesberg, en 1957, los socialistas alemanes lo habían quitado ya de toda mención. En España Alfonso Guerra indicó que dentro del PSOE el marxismo era válido como método materialista de análisis de la realidad social, realimentando el mito gramsciano. A diferencia del análisis clasista, la Democracia plantea la alianza de clases. Por lo que los gramscianos liberales o mitigados, serán otra escuela equivocada y frustradora de pequeños burgueses “idealistas”.

Todo ese esfuerzo era para no embeberse de la sociología norteamericana científica (Seymour Martin Lipset, Talcott Parsons, Wright Mills) y preferir el cinismo destructivo de Antonio Gramsci. Lo que permitiría el inicio del delirio que decepcionaría a tantos, a la par que daría argumentos a muchos otros, incómodos con el subdesarrollo. Ese subdesarrollo que es más fácil de explicar por deliberadas ataduras del sistema de explotación social y la sinarquía internacional, aliada de la plutocracia nacional, socia del imperialismo norteamericano, que una explicación realista de una realidad no modificada idóneamente con los ejemplos y parámetros mundiales exitosos y obvios.

Así, las “causas justas” de los años 60, pasaron a llamarse las posturas progresistas de la liberación social y nacional, y los resultados a la vista desdibujaron aquel concepto macro por uno liliputiense que nos impide hablar de lo mismo con las mismas palabras que cambiaron de significación y descripción de cosas familiares y dirigentes travestidos.

Quedó patente en la Unión Soviética que la igualdad dependía de ser afiliado o no al PCUS, miembro o no de la burocracia (nomenclatura) y del Directorio o no de las Empresas sovietizadas, como paso previo a la riqueza “oligárquica” contemporánea.

Ese y no otro es el descrédito del progresismo y del enojo de los progresistas de buena fe, que recuerdan al Ejército de Salvación y al espejo juvenil de tantos de nosotros y al buen consejo de los primeros que fueron al oculista para salir de la contradicción inexplicada y del corrimiento posicional de la gente sensata, que no esperó el permiso de los líderes progresistas, para su análisis adusto.

Es más honorable y comprometido hoy hablar de demócratas, de demócratas republicanos, de demócratas institucionalistas, de demócratas de la dignidad, de demócratas solidaristas, que autocalificarse de progresistas sin que se sepa a cual tribu se pertenece o se autopercibe.

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