No es casualidad que algunos crean que el realismo mágico nació en la Argentina.
Sobre todo si este último domingo por la mañana, a una semana exacta de las elecciones primarias, hubieran descubierto a Alberto Fernández hablando desde su cuenta de Instagram. De saco azul y corbata celeste, desde el jardín de la Quinta de Olivos y al lado de su perro Dylan, mientras el país se cae a pedazos. Jerzy Kosinski se adelantó a su tiempo.
Alguien lo convenció al Presidente de que debía recordarle a los argentinos que todavía era él quien mandaba. Solo así se entiende el desatino de ese engendro creativo para las redes sociales bautizado “Alberto responde”. Arriesgándose al contacto directo con sus dos millones y medio de seguidores, y con otros miles que se sumaron a la insólita propuesta de auto flagelación.
“Acá está Dylan, lindo, como siempre, mi mejor amigo, lo quiero mucho”, explica Alberto en el video dominguero. “Acá está con sus hijos, Prócer y Blue”, explica, familiero, como si el país fuera aquel mismo experimento bucólico de los comienzos de la pandemia. Como Chance Gardiner y sus flores, el Presidente muestra su mundo.
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Una Argentina en la que el Presidente gozaba de un 80% de imagen positiva. Antes de los encierros injustificados, de las vacunas estadounidenses que se rechazaban y las vacunas rusas que no llegaban a tiempo. Antes de los muertos que los argentinos no podían despedir, de la vergüenza de los vacunatorios VIP, de los cumpleaños blue y los asados en Olivos. De la hipocresía y de la impunidad que mes a mes irían quedando al descubierto.
Pero Alberto, inconmovible, ajeno a la tierra arrasada que todavía preside, pregunta sentado en el banco del jardín de Olivos. “¿Qué dudas tienen?, a ver si se las puedo responder”.
Entonces habla el Presidente y responde las preguntas cuidadosamente preparadas por los estrategas de la Casa Rosada. Alguien lo consulta sobre las propuestas de la oposición y Alberto se despacha pipón sobre sus opositores actuales para hacer escala especial sobre Mauricio Macri. “No escuché ninguna propuesta de ellos”, dispara irónico, como si a alguno de los protagonistas electorales le importara lo que Alberto escuchó o dejó de escuchar. Hay que ir muchas semanas atrás para encontrar alguna frase en la que Sergio Massa o Cristina se ocupen del Presidente. Su ausencia cada vez se nota menos.
Alberto navega sobre temáticas que tal vez cree que pueden favorecerlo. Y destaca una mención a las islas Malvinas en el documento reciente de la Unión Europea y de la Celac en Bruselas. Un pequeño avance diplomático que, en realidad, fue obra del trabajo que en esa cumbre llevó adelante el ahora embajador argentino en Suiza y hasta hace poco subsecretario de la Cancillería para América Latina y el Caribe, Gustavo Martínez Pandiani. Un diplomático que trabaja en los equipos de Massa y que aprovechó las cuentas pendientes que EE.UU. y varios países europeos tenían con Gran Bretaña por la afrenta del Brexit.
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Alberto también extrajo de su arcón la cuestión del turismo, y el fenómeno de los extranjeros que llegan al país en el que pueden cambiar un dólar por casi seiscientos pesos. El país en el que pueden cenar en un restaurante 5 estrellas por 30 o 40 dólares, como si el cepo financiero o las devaluaciones permanentes que el Gobierno lleva adelante desde el comienzo mismo de la gestión constituyeran una política de promoción turística.
Cualquier influencer de veinte años le podría haber advertido al Presidente que entre las consultas de las decenas de cuentas de Instagram amigas se iban a entrometer también las cuentas con preguntas incómodas. Los inquisidores picantes, para poner en la cancha un neologismo argentino popularizado ahora por Massa para contraatacar a un periodista.
No nos detendremos aquí en los que insultan a cualquier funcionario o dirigente ni en los que le faltan el respeto a la investidura presidencial. Las redes están llenas de trolls profesionales o de emprendedores del bullying político.
“¿No te da vergüenza armar este tipo de cosas?”, pregunta, por ejemplo, la cuenta de Emiliano Monteverde. “Y si se hizo todo bien, ¿porqué no se vuelve a postular como presidente?”, inquiere, con lógica externa a la política, la cuenta de SoyGentleman.
No hay respuestas presidenciales para abordajes que sean ajenos a la preparación previa como sucede con los ítems Malvinas o Turismo.
Previsiblemente, la novela de ficción llamada “Alberto responde” no tiene capítulos dedicados al dólar blue, ni a la inflación mensual ni a la suba de precios anual, esa que hace cuatro meses baila sobre el piso desesperante de los tres dígitos.
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Tampoco hay mención alguna al crecimiento aluvional de la pobreza. No hay preguntas ni respuestas para los dos millones de argentinos que acaban de descender bajo la línea de pobreza, ni alguna explicación para el 54,7% de chicos que no pueden completar las dos comidas, desayuno y merienda en la edad del crecimiento.
“Nunca voy a olvidarme que todos estábamos aislados y usted estaba de cumple”, le recuerda la cuenta de marianitemsen. Tampoco hay respuesta para un reclamo que ni siquiera es una pregunta. Las menciones a las celebraciones en la Quinta de Olivos mientras el país despedía de lejos a sus muertos se encuentran en el tope del ranking oscuro de Alberto responde.
“¿Dónde vive?”, le pregunta Brenda Ibaldi. Es la pregunta que más se repite. “¿Vive en la Argentina?”, “¿Sabe lo que pasa realmente en el país?”, van rebotando las consultas. Todos han visto a Alberto sentado en el banco de la Quinta Presidencial, acariciando a Dylan, sonriendo a cámara y encadenando frases con estadísticas de un país que solo existe en su imaginación.
Este lunes, apenas un día después de la aparición sorprendente del Presidente y del ejercicio de centralidad perdida que intentó con el “Alberto responde”, Massa, Axel Kicillof y Máximo Kirchner deberán comenzar a cerrar la campaña electoral para intentar ser candidatos con el temor agigantado de una derrota sin precedentes.
El peronismo, el de Cristina Kirchner, el de Alberto Fernández y el de Sergio Massa se asoma a un abismo en el que el dólar va atravesando barreras jamás exploradas, en el que la suba de precios lleva el nombre perdonavidas de “super inflación” y en el que muchos funcionarios rezarán cada día hasta el 14 de agosto para que el lunes próximo no sea recordado como otro lunes negro con estallido financiero. Una experiencia que se vivió con Raúl Alfonsín, con la Alianza y con Mauricio Macri, pero que aún no había explotado bajo la estrella chamuscada del peronismo.
Massa solo piensa en estos días cómo lograr que las cifras de un país en caída libre no lo arrastren para que su sueño presidencial se frustre directamente en las PASO, arrojándolo al único infierno que no tiene lugar en el peronismo: el infierno de la derrota.
Cristina Kirchner termina pronto su primer mandato como vicepresidenta detestando al presidente que eligió, y dudando sobre si poner el hombro en la última semana de campaña electoral o tentarse con dejarlo en soledad a Massa en medio de la ancha avenida de la derrota. Su silencio es toda una definición.
Y Alberto Fernández desespera por reconstruir la imagen con la que lo recordarán los argentinos. Con ese objetivo se prestó a la pesadilla digital e innecesaria del Alberto responde.
El problema, para el Presidente desde el jardín, es que ya es tarde. Las respuestas debió haberlas dado cuando los argentinos las necesitaban. Ahora la sociedad está muy lejos de Instagram, sufriendo el daño irreparable de tantas asignaturas pendientes.
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