Política y sociedad mediática: entre razones y emociones

Cuáles son las causas por las que se profundizó la tendencia de los partidos políticos a elegir candidatos famosos o con alta visibilidad y qué consecuencias trae este fenómeno a los regímenes democráticos

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En la era digital y omnipresencia de las redes sociales, se acrecentó la preferencia por candidatear personas famosas, populares o con alta visibilidad mediática en lugar de aquellos que están formados para desempeñar las funciones del cargo propuesto. Similarmente a los propios políticos designados en carteras para las cuales no están formados y por motivos ajenos al bien público, esta tendencia plantea serios interrogantes sobre la calidad y efectividad del liderazgo político y en diversos ámbitos de la función pública. Y esto se torna más relevante como expone Heinrich Best y John Higley, cuando actualmente son los líderes quienes llevan a los partidos al poder y no al revés.

Aquí Francesco Alberoni diferencia entre notables o personas de alto perfil como históricos líderes políticos, expertos académicos internacionales, benefactores de la humanidad, CEO’s/presidentes de multinacionales o muy relevantes asesores gubernamentales, de celebridades como artistas, músicos, deportistas, influencers o mediáticos. Respecto de estos últimos, su incursión en la política aprovechados también por los partidos ha producido una asociación mutuamente conveniente en la compulsa electoral, posicionándolos como opciones viables en la función pública, únicamente debido a su fama y popularidad. No siendo perjudicial per se, esta interacción devino frecuentemente, como demuestra Neil Postman, en la politización de la fama o la farandulización de la política, distorsionando la percepción pública y minimizando la calidad del proceso, agenda y responsabilidad política.

Así, en la sociedad mediática las celebridades poseen electoralmente una ventaja inicial sobre el técnico o especialista, ya que su notoriedad, visibilidad y popularidad les otorga en palabras de Jeffrey Green, un poder epistémico. Es decir, un alto nivel de influencia en aquello que la gente piensa, cree y sabe, mediante el acceso directo a la opinión pública y por ende la capacidad de influir en la narrativa política. A decir de David Marshall, las celebridades funcionan como una voz por encima de las demás. De esta forma, es innegable el beneficio de candidatear una persona popular por su oficio o como mediático, aunque no posea formación o trayectoria para la función propuesta. La población ya lo conoce, simplificando la estrategia de campaña, el armado y publicidad del candidato, atrayendo la atención de los votantes y generando un impacto inmediato. Por eso y sin estereotipar, dado que existen casos virtuosos, Mark Wheeler atribuye dicha preferencia al aprovechamiento de la fascinación del público por celebridades desarrollando una conexión emocional y transfiriendo esa afinidad a su presencia política, creando así una base de seguidores leales.

Esta simbiosis entre sociedad mediática y partidos políticos con candidatos famosos se torna perfecta, como indica John Corner, dado que la política debiendo crear una imagen pública que condense sus ideas de manera efectiva, se sirve de los recursos de la cultura popular y los medios de comunicación masiva. Luego, construir imágenes públicas de candidatos con notoriedad mediática supera los beneficios de los méritos políticos, pero sesgando la percepción pública y dificultando la visibilidad de otros más capacitados.

Lo perjudicial de este enfoque basado en la notoriedad, como apunta John Street, es cuando eclipsa la importancia de evaluar cualidades, habilidades y competencias específicas necesarias para el éxito en la función pública. Análogamente a los mismos políticos que ocupan diferentes cargos sin estar formados ni preparados para estos, sino por conveniencias político-partidarias. Porque la notoriedad o aquella conveniencia no son sustitutos válidos para los aspectos cruciales de un funcionario eficaz, debiendo el votante asegurarse que posean experiencia y formación adecuada en el campo de la gestión, capacidad de liderazgo, negociación, gestión de crisis y toma de decisiones informadas, visión estratégica y habilidad para resolver problemas complejos. La admiración de la audiencia, exposición mediática o mera permanencia por décadas en el ámbito estatal, no se traduce en una gestión competente. Estas cuestiones, como afirma Thomas Meyer, siempre tienen consecuencias económicas y sociales negativas.

La preferencia por candidatos famosos, así como por políticos no formados más la imperiosa necesidad de visibilidad y atención mediática conduce, además, a una disminución de la calidad política en general y a conductas impropias acorde a lo esperado en un funcionario o candidato al cargo. La política requiere conocimientos propios, así como técnicos y de gestión más otras habilidades y formación específica acorde a la función a desarrollar, que no siempre se encuentran en celebridades ni en los propios políticos, por sobre todo en los denominados marketineros o que ofician de pan-funcionarios de amplio espectro. Y así, al priorizar a candidatos famosos o funcionarios de conveniencia, en lugar de personas capacitadas, existe el riesgo de socavar la propia representatividad política. A decir de Alfred Archer, la participación de celebridades en la política democrática es problemática porque su alto nivel de poder epistémico no está relacionado con ninguna experiencia relevante.

Por otro lado, la metodología de incorporar famosos a la gestión pública genera un sentimiento de desplazamiento y subestimación de quienes están formados y con experiencia poseyendo una carrera en dicho ámbito. Porque se percibe que la notoriedad del nuevo funcionario ha sido el único criterio para su selección o incorporación. Naturalmente esto afecta la moral, motivación y compromiso del individuo para con sus labores y carrera profesional, así como también al equipo de trabajo.

Asimismo, los partidos políticos y sus máximos dirigentes deberían justificar ante la sociedad haber elegido al candidato por criterios de atracción mediática o popularidad, en lugar de habilidades e idoneidad para el cargo, asumiendo la responsabilidad por todo lo actuado por dicho funcionario.

Luego, las dos preguntas que equilibran la demanda técnica frente a la necesidad electoral son: ¿Cómo hacer que la ventaja de una celebridad o funcionario de conveniencia no sean en perjuicio de la eficiencia en la gestión pública?; ¿Cómo hacer que la relevancia de la experiencia y la formación genere publicidad y expectativa inicial para un partido político?

Frecuentemente a la primera pregunta se responde con un equipo de asesores técnicos. Es decir, el candidato sirvió para ganar las elecciones y su falta de capacidad para la función pública es suplida aumentando el gasto público. Por ello, la respuesta a la segunda pregunta es crucial, priorizando siempre la idoneidad como fundamento para el éxito en la gestión. Solo así se asegurará un liderazgo efectivo y responsable, capaz de instrumentar ideas y estrategias para un futuro próspero y sostenible.

Para dicho fin, es fundamental que la sociedad y los medios fomenten una cultura política basada en la valoración de habilidades y conocimiento, permitiendo así que candidatos capacitados y comprometidos puedan liderar y abogar por el bienestar común. Porque la democracia se fortalece cuando la política se trata con seriedad y responsabilidad, garantizando que aquellos que ejercen el poder estén preparados para afrontar los desafíos y representar adecuadamente los intereses de la población respondiendo a la confianza pública.

Concluyendo, la elección de candidatos capacitados requiere una ciudadanía informada y comprometida, con educación cívica sólida y acceso a información objetiva sobre los candidatos más un análisis crítico de sus propuestas políticas. Siendo el periodismo, la crítica y los medios de comunicación fundamentales para ese objetivo. Esto sin dudas ayuda a contrarrestar los efectos negativos del fenómeno mediático y pan-funcionario, garantizando una cultura política más sólida, basada en la preparación, aptitud y compromiso para la función, y por ende más responsable del bienestar social.

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