Puede parecer irónico, pero si hay un humor que muchos ciudadanos compartimos es el de “estar cansados, de estar cansados”. Tal vez nuestra doliente Argentina haya sido, más que fundada, predestinada, como Sísifo*, a repetir una y otra vez un ciclo que nos preanuncia que las cosas nunca cambiarán, que siempre volveremos al mismo punto por más sacrificio que hagamos como sociedad.
¿Acaso esta percepción justifica la conducta que siempre acompaña, antecede o precede a la frase “no pasa nada”? Esta frase puede parecer inocua e inofensiva, pero en realidad tiene un impacto profundo en nuestra forma de pensar y actuar.
“No pasa nada”: Así nos lo han hecho creer desde pequeños, cuando nos decían que no nos preocupáramos por las cosas que veíamos a nuestro alrededor, que todo se arreglaría solo, que no valía la pena protestar ni exigir nuestros derechos. Al leer esta frase, “no pasa nada”, tal vez podrán recordar las tantas veces que posiblemente la usaron en un intento por querer que sus hijos sean valientes y evitar su llanto luego de una caída, un tropiezo o en todo caso cuando sienten que algo sucede y eso trae su reacción emotiva.
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“No pasa nada”: Así nos lo repiten cada día algunos políticos, algunos medios de comunicación, algunos expertos y hasta algunos vecinos. No pasa nada si sube el precio de la luz, si hay más desempleo, si aumenta la pobreza, si se deteriora el medio ambiente, si se viola la Constitución, si se corrompe la democracia.
No pasa nada porque somos un país moderno, europeo, civilizado y solidario. No pasa nada porque tenemos una cultura milenaria, una gastronomía exquisita, un clima envidiable y un sentido del humor incomparable. No pasa nada porque siempre nos quedará el fútbol, la fiesta, el fernet y el chiste fácil. No pasa nada porque somos el país del “No pasa nada”.
El “no pasa nada” tiene varios escenarios de ocurrencia. Si lo pensamos, conceptualmente hablando, muchas veces actúa como una especie de “autorización simbólica expost” a la que casi la mayoría le ha realizado un aporte. Desde un hecho pequeño –cuando no hubo consecuencias– como cruzar un semáforo en rojo o estacionar en doble fila (aun teniendo espacio para hacerlo correctamente), total “no pasa nada”. Estas acciones pueden parecer insignificantes en el momento, pero en realidad pueden tener consecuencias graves y duraderas.
Si “no pasa nada”, se fomenta la idea de que es aceptable infringir la ley, lo que puede llevar a conductas más comprometedoras. Otros ambientes posibles en los que el “no pasa nada” es reconocibles por casi todos nosotros serían:
- Alguna vez, hace ya tiempo, alguien nos invitó a los argentinos a que nos arrojáramos a una aventura porque “No pasaba nada”. Esa aventura fue como tirarse desde un décimo segundo piso, total, hasta el primero: “No pasa nada”. La consecuencia de eso fue que después del primer piso no quedaba otra que estrellarse. Y nos estrellamos.
- No pasa nada: Expresión que denota aburrimiento/hastío frente a una situación y/o personas que normalmente son diferentes a nosotros…
- Anda, no pasa nada si te tomas otra copa
- En relación con este caso, al parecer las cosas salieron mal, pero hay muchos otros en los que las cosas van mal y no pasa nada
- Fulano sugiere muchas cosas, pero si alguien no quiere seguir sus consejos, no pasa nada, o sea, no hay problema.
- Al enfrentarnos a malestares y agobios nos decimos cosas como: calma, no pasa nada. Son frases que intentan moderar nuestro malestar y que nos quieren ayudar a pensar menos en lo que nos está preocupando.
Vivimos en el país donde el “No pasa nada” es una oración que tiene más regularidad que el “por favor” o el “gracias”, donde la sensación de impunidad permite conductas antisociales, ilícitas y hasta delictivas, pues “No pasa nada”.
Esta actitud puede parecer cómoda y conveniente en el corto plazo, pero en realidad puede tener consecuencias negativas a largo plazo. La impunidad y la falta de responsabilidad pueden llevar a una sociedad en la que nadie se preocupe por el bienestar de los demás y solo se enfoque en sus propios intereses.
Además, el “No pasa nada” también se extiende a la política y a la economía del país. Pagamos impuestos para sostener un Estado donde los servicios básicos son deficientes y la corrupción es moneda corriente. Las promesas de la política parecen no tener consecuencias y los escándalos de corrupción son olvidados rápidamente, “no pasa nada”.
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Pero sí pasa algo. Pasan la inseguridad, la falta de servicios básicos, la corrupción, la impunidad, la falta de educación y de conciencia social. También pasa un país en el que todos pagan impuestos para sostener un Estado que no llega. Pagan los mismos impuestos aquellos que acceden a la red de agua potable, la cloaca y el gas como los que no lo hacen. Y todavía le llaman justicia social cuando les llevan agua de dudosa potabilidad en camiones de dudosa salubridad y la depositan en recipientes de dudosa higiene.
Cuando le llaman social al precio de una garrafa que nunca consiguen y que los inescrupulosos siempre negocian a su favor. Así como quienes cavan pozos para que se deposite su materia fecal, que cada tanto tiempo necesita ser desagotado y que deben volver a pagar, también le llaman justicia social. Aunque también le llaman justicia social cuando hacen propaganda de la instalación de un ventilador o una estufa en una escuela, esta que pone en crisis la realidad con el discurso pues, generalmente, ni el ventilador enfría lo suficiente, ni la estufa calienta lo necesario, mientras que la educación de calidad pasa a ser un bien negociable.
Tener la libertad de elegir es más que una ley que penalice o no una acción. Es necesaria la educación que entrega las herramientas para discernir lo que es correcto y saludable (psicofísicamente hablando) y para prevenir, para no llegar a situaciones como el aborto, que son irreversibles. Nunca se es libre de elegir sin conocer las opciones; de hecho, sin eso, no hay elección y mucho menos libertad, pues el yugo es la ignorancia. Esas mujeres que solo forman parte del discurso de quienes proponen el aborto como una solución a un “problema”, que también reside solo en su discurso, son empujadas por la falta de educación y de conciencia de que el acto que van a realizar las condena para siempre. La condena no es ni social, ni religiosa, ni moral, ni de la memoria; la condena es convivir con un vacío engendrado por sí mismas. Una curiosa paradoja, pues ese vacío también tuvo que ser engendrado y parido. Es de considerar que la educación y la conciencia social son fundamentales para combatir el “No pasa nada” y construir una sociedad más justa y equitativa.
A través de la educación podemos adquirir las herramientas necesarias para tomar decisiones informadas y responsables. La conciencia social nos permite comprender cómo nuestras acciones afectan a los demás. Pero la realidad es que en el país del “no pasa nada”, sí pasa. Pasa que cada vez somos más pobres, más desiguales, más dependientes, más ignorantes, más resignados y más indiferentes.
Pasa que cada vez tenemos menos oportunidades, menos libertades, menos servicios públicos, menos participación ciudadana y menos dignidad. Pasa que cada vez nos importa menos lo que nos pasa y lo que les pasa a los demás. Pasa que cada vez más nos conformamos con lo que hay y nos olvidamos de lo que podría haber. Pasa que cada vez nos aislamos más en nuestra burbuja y nos desentendemos de nuestra responsabilidad. Pasa que cada vez nos creemos más el cuento del “No pasa nada” y nos negamos a ver la verdad.
La verdad es que vivimos en el país del “Sí pasa algo”. Algo grave, algo urgente, algo que no podemos ignorar ni aceptar. Algo que requiere de nuestra atención, de nuestra acción, de nuestra reacción. Algo que nos afecta a todos, que nos compromete como individuos y como sociedad, que nos desafía como ciudadanos y como seres humanos. Algo que tiene que ver con nuestro presente y con nuestro futuro, con nuestra identidad y con nuestra diversidad, con nuestra convivencia y con nuestra democracia.
Algo que no podemos dejar en manos de otros ni esperar a que se solucione solo. Algo que tenemos que cambiar nosotros mismos, desde abajo y desde dentro. Debemos alzar la voz y exigir nuestros derechos, debemos ser capaces de pensar, sentir y actuar. Debemos actuar y no aceptar que «no pasa nada».
Debemos ser capaces de crear nuevas historias, historias de cambio y transformación. Historias de valor, esperanza y solidaridad. Historias de resiliencia y compromiso. Historias de justicia e inclusión. Historias de libertad y dignidad. Historias que nos ayuden a construir el país que queremos y merecemos. El país de el “Algo está pasando”.
La democracia tiene un sentido instituyente que no se agota en lo instituido, para que se entienda esto podríamos decir que la democracia es como un juego que se inventa cada vez que se juega, es decir, su sentido no se limita a seguir siempre las mismas reglas, sino que permite inventar nuevas formas de jugar que pueden mejorar el juego para todos. La democracia nos da la oportunidad de ser creativos e inventar nuevas formas de hacer las cosas para que todos puedan estar mejor, y no solo seguir las mismas reglas una y otra vez sin cambiar nada. Ante la inminencia de un acto electoral debemos ser capaces de sacudirnos esta predestinación de dar mil vueltas para quedar siempre en el mismo lugar, hay que tener conciencia y considerar esto: que la democracia tiene un sentido instituyente que no se agota en lo instituido. Como Sartre diría “somos responsables de nuestras acciones y decisiones. No podemos simplemente ignorar los problemas sociales y esperar que desaparezcan por sí solos”.
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