Bueno sí, es un país destruido por sus propios habitantes y sus líderes, en una proyección de sucesiones civiles y militares que desde hace cuarenta años se presenta con las instituciones, poderes, elecciones, una libertad siempre en peligro- ¿qué libertad?, ¿la de quienes? ¿eh?- como un sistema democrático.
No se puede preguntar en cada argentino(a) si es democrático o no, de manera que, en pesca variada, pueden verse algunos indicios.
No se puede porque no se consulta ni comunica a nadie quienes están en el poder – son muchos, aunque no se sabe cuántos porque no hay capacidad para hacer un censo desde el primero -Sarmiento, 1869, 1.830.214 personas-, aunque se insiste en hacerlos de tanto en tanto con unos chicos que van casa por casa por una paga que luego no reciben. No son pocos los que no abren la puerta por miedo a la superpoblación de ladrones.
Después de que la feroz dictadura militar se agotara con sus horrores y la colaboración de los diversos grupos armados –es decir el terrorismo encontró réplica en un infierno: el Estado se hizo a su vez terrorista–, con el inicio de la guerra en las Malvinas donde hombres heroicos quedaron para siempre en la tierra helada: 650.
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Durante los días transcurridos y el final y derrota en las islas en 1982, desde el 2 de abril hasta el 14 de julio de esos años, millones de argentinos (as) vivaron al general Galtieri, se formaron muchedumbres, se inventó una victoria inminente, llovieron provisiones para los combatientes desde luego desviadas hacia un negocio deleznable pero previsible para cierta zona conocedora de cómo las gastan aquí.
Las aclamaciones y delirio casi erótico indicaron que la Argentina oprimida y negra no daba la impresión de que la Argentina era ya entonces algo para dudar acerca de la democracia. Sobrevino, sí, con el histórico presidente Raúl Alfonsín, pero no sería racional que el acceso aceleró todo con la guerra y el desmoronamiento del gobierno militar. Se celebró y fue un hecho decisivo aunque en gran medida, se diría, con el respeto debido a salvo, que a la democracia se le presentó la Virgen.
Se recuperó, sí, para abrir un período en el que resultaron visibles la influencia y temor de los dictadores, que irían a ser juzgados en una decisión que llevó al mundo a poner los ojos en el país.
La democracia se instaló con alegría no sin advertir al tiempo que construirla con cimientos firmes iba a ser difícil. Entretelones al respecto, pueden requerirse al periodista Juan Bautista Yofre, Tata, entre otras fuentes quizás con menos precisión, hechos y de manera tan descarnada.
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Estas líneas se dirigen a que la democracia llamada liberal, aunque produzca confusiones al etiquetarla se cierne en torno a que haya elecciones, sin contar que buena cantidad con corrientes de otra clase, la orgánica, entre otras, o cuyo modelo más nítido fueron los cuarenta años de Francisco Franco, con un partido único y la participación de corporaciones como los sindicatos afines, la iglesia en la guerra y durante todo el régimen del vencedor en la guerra civil, la prensa unánime. Las corporaciones, no la participación.
La democracia restaurada fue y es de muy baja intensidad, sin discusiones refulgentes y cara a cara en el parlamento – miren lo que ocurre en las Cortes españoles, equivalentes, donde se planta cara, se discute, vive. Desde la socialdemocracia hasta la derecha ultra–, el enfrentamiento es con la preservación de la democracia.
La democracia no es una serie de mecanismos y reglas sino una introyección profunda entre pecho y espalda, algo que se da por descontado.
No pasa entre nosotros de la misma manera ni en la región, salvo Uruguay donde los presidentes cumplidos se reúnen con el actual siempre. El único país del primer mundo en Hispanoamérica.
Malversada por la democracia que simbolizó Alfonsín –aún durante parte de su propio gobierno por la mediocridad, la corrupción, las mafias– los analistas políticos con sobredosis intelectual, incapaces de dar una vuelta por el lado salvaje como la canción de Lou Reed, prefieren los deseos a las realidades, a los aspectos tanto casi “religiosos” como caciquiles en nuestro país, análisis de señora gorda a lo Landrú o de coiffeur verborrágico, con toda consideración por tantos amigos del mester de barbería.
El presente es un desastre – aunque se beneficien de ese desastre: para que unos sean felices hay otros que tienen que ser infelices-, y sería alumbrar para tener algún futuro, con esfuerzo y verdad una gran democracia real.
Pero, ¿es realmente democrática la Argentina?
Una duda cruel me aqueja, como en un tango viejo.
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