El peronismo cordobés o “cordobesismo” no se terminó ni mucho menos, sino que empieza otra etapa. Una liderada por los herederos políticos del “gallego” José Manuel De La Sota y administrativos del “gringo” Juan Schiaretti.
Martín Llaryora consolidó su liderazgo con el triunfo de Daniel Passerini en la capital cordobesa en una elección que quince días antes de los comicios parecía perdida. El oficialismo logró una remontada que muchos auguraban improbable gracias a la gestión de los últimos cuatro años, pero también a partir de la militancia, el aparato y la mística peronista como hacía mucho no se veía en la ciudad de Córdoba. No deja de ser un hecho notable que la política tradicional le ganó al candidato autoproclamado de la inteligencia artificial y la big data.
El discurso de triunfo de Llaryora la noche de la elección municipal que tanto ruido hizo en los medios nacionales, es el que no pudo dar la noche que ganó la gobernación. Con un claro contenido hacia afuera de las fronteras cordobesas, el gobernador electo demostró ambición y una visión de país federal, dispuesto a salir a disputar.
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No hay que quedarse con las frases que más polémica generaron en los medios porteños. Sobra decir que ni Llaryora ni ningún cordobés de bien tiene nada contra la gente de Recoleta ni de la Ciudad de Buenos Aires, los cuestionamientos apuntan, simplemente, contra quienes pretenden gobernar al país con una mirada unitaria, desde el puerto y para el puerto, beneficiándose de los recursos que se producen en el resto de las provincias. Y no solo eso, sino que luego pretenden dar lecciones de moral y gobernabilidad, con dejos de paternalismo que no tienen nada que hacer en el debate político del siglo XXI.
Hace ya casi dos décadas que en Argentina no hay un gobernador del interior con un proyecto político nacional serio y con posibilidades de desafiar la hegemonía del AMBA. Los dos últimos fueron Carlos Menem desde La Rioja y Nestor Kirchner. Ambos llegaron empujados, al menos, en parte, por un caudillo bonaerense como Eduardo Duhalde.
Hay algo que tiene que ver con la dinámica de los medios y el poder económico porteño pero también existe cierta falta de ambición en la proyección nacional de los dirigentes provinciales post Nestor. Como si se conformaran con mantener el terruño y poco más. Llaryora rompe eso.
Alcanza ver la reacción que provocó para ver que, efectivamente, su proyección nacional es real. Su irrupción produce una ruptura en el status quo AMBA céntrico que elige candidatos por y para el puerto, entre los mismos de siempre.
En ese punto, hay algo disruptivo en Llaryora, es verdad que es parte de una tradición de poder político que funciona infalible desde 1999. Pero también se trata de alguien con una proyección superior a todos, por circunstancias ajenas pero sobre todo por condiciones personales.
El peronismo cordobés supo forjar su identidad en base a la defensa de los intereses cordobeses, del entramado productivo, de los productores agropecuarios, pero también de las industrias. Sin embargo, en Córdoba siempre fue la dirigencia política quien condujo el proceso.
El de Llaryora es un proyecto político diferente al de otros gobernadores, porque surge desde el corazón productivo del país, con características muy particulares pero “exportables”. Al no ser de Córdoba Capital, sino de San Francisco -de donde también fue intendente-, Llaryora tiene la “viveza” del que conoce tanto la ciudad como el interior, trasladado al ámbito de la gestión y de la rosca política.
Por supuesto, el gran desafío es superar el cerco que ni alguien de la estatura política de De La Sota pudo a pesar de sus numerosos intentos y que todo indica que tampoco podrá hacer Schiaretti a pesar de tres gestiones provinciales exitosas. Parece improbable, para un dirigente provincial, llegar a los primeros planos de la política nacional sin el “padrinazgo” de alguien del AMBA. Sin embargo, la política, y más aún la política argentina, es un terreno de invención y creatividad constante.
La audacia y la capacidad de inventiva son fundamentales. Llaryora ha demostrado tenerla de sobra. El tema, claro, será que las circunstancias y la “suerte” (algo bastante importante) lo acompañen.
Se trata de una generación nueva, que aprendió mucho del gallego y del gringo pero que tiene una visión propia, particular, producto de su tiempo y de sus circunstancias. Llaryora y Passerini pueden re editar la dupla DLS-Schiaretti pero todo parece indicar que apuntarán a algo más. El contexto parece más que propicio.
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