En la noche del jueves, tres economistas muy influyentes cenaban en Puerto Madero.
-Nunca vi una cosa así—dijo uno de ellos.
Se refería a la capacidad infinita del ministro de Economía para generar expectativas que nunca se cumplen y luego generar nuevas expectativas que nunca se cumplen y así ganar tiempo. Lo decía en tono burlón pero también con cierta admiración. En otras palabras, “a magician”, como lo definió un diplomático que lo conoce bien semanas atrás.
En esa mesa de gente bien informada había mucho escepticismo acerca de la posibilidad de que, finalmente, hubiera un acuerdo con el FMI.
-Han pasado cosas inéditas—dijo uno de los expertos que conoce bien al Fondo. Es la primera vez, por ejemplo, que se anunció que se está trabajando en un preacuerdo. Se anuncia que se va anunciar el anuncio de un anuncio.
Había motivos reales para esas dudas. Ese jueves era 28 de julio. Exactamente un mes atrás, en una charla con los empresarios de la Cámara Argentina de la Construcción, Massa había informado que “en las próximas horas van a conocer el acuerdo con el Fondo Monetario para los próximos seis meses”. En una nota publicada en Clarín el 16 de julio, Santiago Fioritti calculó en 444 horas el tiempo que había pasado desde el anunció del ministro. En el medio, se anunció un viaje de una comitiva argentina a Washington para cerrar el acuerdo. El viaje se suspendió. Finalmente, luego de tantos anuncios, el viernes, el Fondo anunció el acuerdo con la Argentina: con la expresión “las próximas horas”, el ministro se había referido a un lapso de 30 días: o sea, más o menos, 720 horas.
El problema para interpretar a Massa se resume muy claramente en ese periplo. Si uno recorre su trayectoria podrá percibir que lo que dice casi nunca es lo que ocurre. Pero ese “casi” es una diferencia terrible: porque, a veces, ocurre lo que dice. Y entonces cualquier interpretación, la que cree en sus palabras o la que no, corre el riesgo de comerse la curva. Hay tantas declaraciones suyas categóricas, taxativas, enfáticas, que luego son desmentidas en conductas posteriores –”voy a limpiar a los ñoquis de la Cámpora”, “los voy a meter presos”, “los que creen que voy a ser candidato no conocen lo que ocurre en mi familia”, “no hay espacio para que el ministro de Economía sea candidato a Presidente”—que cualquiera tiene derecho a desconfiar del ministro. Pero si desconfía todo el tiempo, tal vez se equivoque porque algunas veces dice la verdad.
Hace mucho tiempo, en uno de sus mejores libros, el español Javier Cercas describió así a uno de sus personajes:
“Las mentiras puras no se las cree nadie. Las buenas mentiras son las mentiras mezcladas, las que contienen una parte de verdad. Y las mentiras de Marco eran buenas. Y eso es lo que estoy intentando sacar en claro: qué hay de mentira y qué hay de verdad en sus mentiras”.
La situación es tan aceitosa, que esta semana será atravesada por las múltiples interpretaciones posibles del acuerdo que el ministro firmó con el Fondo. Hace pocos días, Malena Galmarini, su esposa, contó que ella escucha cuando “Sergio” se pone “picante” con el Fondo y resiste sus imposiciones. Los avisos de campaña del ministro, que también es candidato presidencial, sostienen que va a defender la Patria. ¿Habrá sido así durante estas negociaciones o simplemente se trató, como es lo más probable, de conseguir lo que se puede en una situación de evidente desventaja en la correlación de fuerzas?
En principio, una interpretación que nadie se atreve a desmentir es que la Argentina consiguió que el Fondo deposite 7.500 millones de dólares –para cubrir los desembolsos que debe hacer el país-, a cambio de un compromiso de acelerar un aumento real del tipo de cambio y la reducción de subsidios a las tarifas. Algunos expertos han agregado que el dinero del Fondo será entregado después de las PASO y está sujeto a los sucesos que se produzcan en las próximas tres semanas. Además habrá discusiones sobre reducción del gasto público en salarios, nuevos aumentos de impuestos –como los anunciados el fin de semana pasado para bienes importados- y más reducción en los planes sociales. Naturalmente, el ministro argumenta que el dinero del Fondo llegará como se acordó y que las concesiones argentinas en términos de gasto público han sido mucho menores.
¿Quién dirá la verdad? ¿El hombre que anuncia anuncios de anuncios o el que, a veces, concreta algunos de ellos? Las buenas mentiras, como dice, Cercas, son siempre las que contienen algo de verdad.
Si las versiones más críticas sobre el acuerdo son ciertas, esta vez el ministro deberá exigir mucho sus dotes de prestidigitador. Grandes sectores del kirchnerismo siempre desconfiaron de él. Parte de ese mundo, mira con creciente simpatía a los protagonistas de dos campañas electorales imaginativas que podrían restarle votos: Juan Grabois y Guillermo Moreno. A otro sector le empieza a resultar más atractivo votar en las PASO contra Patricia Bullrich –es decir, a Horacio Rodriguez Larreta- que a favor de Massa. De la manera en que el ministro argumente en favor de su acuerdo con el Fondo depende que esas fugas sean lo menos significativas posibles. Ahí es dónde va a golpear Grabois, obviamente.
En cualquier caso, en estas horas hay un silencio que es, al mismo tiempo, una nueva evidencia de rendición por parte del kirchnerismo más disciplinado. Todas las voces que se alzaron contra Martín Guzmán, ahora ni siquiera se hacen tibias preguntas. No hay gritos, no hay amenazas, no hay portazos. Sergio se tiró encima de una papa caliente y, entonces, avalan todo lo que hace. Se trata de un cambio estructural de la política argentina de los últimos veinte años: por mayor o menor número que tenga, el kirchnerismo empieza a ser una fuerza política cada vez menos gravitante.
La revista Crisis, que es leída por muchos referentes de ese sector, analizó así esta nueva situación:
-”La decisión del oficialismo de cancelar la precandidatura presidencial de un hijo de ‘la generación diezmada’ para ungir a un vástago del menemismo encierra efectos simbólicos y políticos cuyos alcances pueden ser devastadores”.
-”El discurso con el que la vicepresidenta Cristina Fernández coronó la operación de investimento de Sergio Massa explicita el difícil trance que atraviesa el kirchnerismo, atormentado por una deriva que no controla y más bien padece”.
-”Más que a la sociedad, la candidatura presidencial del ministro de Economía está orientada a tranquilizar a los poderes fácticos. Y si se toma un poco de perspectiva, lo que está en riesgo es el legado de la actual conductora del movimiento peronista”.
-”Si la fórmula conformada por Juan Grabois y Paula Abal Medina, que a último momento evitó la candidatura única en Unión por la Patria, no logra neutralizar la máquinaria disciplinadora que se desplegó con el objetivo de invisibilizarla, el ciclo iniciado en 2001 se habrá cerrado definitivamente, dando paso a una atmósfera de clara tonalidad noventista”.
Algo de ese clima se pudo percibir el martes, en la comparecencia de los principales candidatos presidenciales ante la dirigencia de la Sociedad Rural. Todos -Massa, Horacio Rodriguez Larreta, Patricia Bullrich y Javier Milei- propusieron un camino hacia la baja de retenciones.
Muchos productores creen que el cobro de retenciones constituye una injusticia, porque si produjeran lo mismo en Paraguay o Uruguay, recaudarían el triple de dólares con el mismo costo. Es cierto. Es una injusticia. Pero en el país hay otras injusticias: aunque trabaje mucho, mucha gente no gana lo necesario para superar la línea de pobreza. Es otra injusticia. La segunda injusticia afecta a mucha más gente, que está en una situación peor. Sin embargo, todos los candidatos anuncian baja de retenciones y ninguno hace referencias concretas a la necesidad de aumentar el salario real, que perdió cerca de un 25 por ciento de poder adquisitivo en el último lustro.
Ese orden de prioridades revela un cambio fuerte en la política argentina. Nada ha cambiado, al respecto, en Juntos por el Cambio. El giro, la defección, le pertenece al kirchnerismo.
Mientras tanto, el ministro no se da por vencido. Hace ocho años, salió tercero en una elección presidencial que, dos años antes, parecía sencilla. Hace cuatro, acordó con una enemiga para que el peronismo volviera al poder. Supo esperar. Y ahora es candidato. Hace dos largos años que la imagen de su gobierno está por el piso. La inflación es altísima. No va a ser nada fácil convencer a la sociedad de que el futuro va a ser distinto de este presente si es conducido por la misma gente, o casi la misma gente. Pero quién dice.
Y, además, sobre la mentira, la verdad y esas cosas, el que esté libre de pecados, ¿no? ¿O hay que recordar los archivos del gran Carlos Saúl, o de Néstor, o de Mauricio, o de Elisa, o de Patricia? Si hasta el novato de Javier ya tiene tantas cosas qué explicar.
Se lee en El impostor, ese libro genial de Cercas:
“¿Es moralmente lícito mentir? A lo largo de la historia, los pensadores se han dividido respecto de esta cuestión en dos tipos básicos: relativistas y absolutistas. Contra lo que se podría suponer, porque el pensamiento tiende de manera indefectible al absoluto, los mayoritarios son los relativistas, aquellos que, como Platón (que en La República hablaba de “una noble mentira”) o como Voltaire (que en una carta de 1736 escribía: “Una mentira es un vicio cuando hace el mal; es una gran virtud cuando hace el bien”) razonan que la mentira no siempre es mala y a veces es necesaria, o que la bondad o la maldad de una mentira dependen de la bondad o la maldad del resultado que provoca: si el resultado de la mentira es bueno, la mentira es buena; si el resultado es malo, la mentira es mala”.
O:
“Cuantas más mentiras le descubría, cuanto más me hacía cargo de la sórdida y triste realidad que había ocultado durante años tras su fachada espléndida, cuanto más me enfrentaba al villano real que se escondía tras el héroe ficticio, más próximo me sentía a él, más piedad me inspiraba, más cómodo me sentía a su lado”.
Por fuera de tanta filosofía, hay acuerdo con el Fondo por seis meses.
El ministro lo había anunciado.
¿Quién podría acusarlo de nada?
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