El lenguaje resulta crucial para pensar y para transmitir pensamientos, su desfiguración dificulta y obstruye el pensamiento y no permite la adecuada comunicación. En este sentido, en esta nota concentro la atención en tres expresiones que bajo un ropaje aparentemente inocente conducen a un atolladero de proporciones mayúsculas si no se le presta la debida atención para enmendar el embrollo.
La primera expresión tan frecuente entre estatistas y demagogos es “justicia social”, un término que tiene dos acepciones: por un lado constituye una redundancia puesto que la justicia no puede ser mineral, vegetal o animal y por otro significa la antítesis de la justicia pues se traduce en sacarles a unos lo que les pertenece para darles a otros lo que no les pertenece.
Por eso es que el premio Nobel en economía Friedrich Hayek escribió que “el adjetivo social junto a cualquier sustantivo lo convierte en su antónimo, como constitucionalismo social, derechos sociales o justicia social”. Lo primero significa que la constitución en lugar de establecer estrictos límites al poder político le dará carta blanca para que el Leviatán se entrometa en vidas y haciendas ajenas. Lo segundo significa que el derecho deja de remitirse a la facultad de cada cual para usar lo propio para en cambio implicar la posibilidad de arrebatar el fruto del trabajo ajeno y lo tercero es el consecuente empobrecimiento.
La denominada justicia social también se apoya en el redistribucionismo, es decir, aplicar la guillotina horizontal en lugar de respetar las diferencias de rentas y patrimonios consecuencia del mayor o menor éxito para atender las necesidades del prójimo. En esta línea argumental, en el contexto de mercados abiertos, el que da en la tecla respecto a las demandas de otros obtiene ganancias y el que yerra incurre en quebrantos. De este modo las mayores ganancias se canalizan en inversiones lo cual hace que los salarios e ingresos en términos reales de todos se incrementen, en especial el de los marginales. Esta es la única causa por el que se eleva el nivel de vida. Esta es la razón por la que los salarios son mayores en Alemania que en Uganda. No se trata de climas, etnias ni recursos naturales, en este último sentido recordemos que el continente africano es el que cuenta con las mayores dotaciones de recursos naturales mientras que Japón es un cascote del cual solo el veinte por ciento es habitable.
La asignación de los siempre escasos recursos se lleva a cabo vía los derechos de propiedad a los efectos de que sean utilizados de la mejor forma posible para el bienestar general. En la medida en que se afecte la propiedad se desfiguran los precios ya que estos son el resultado de transacciones de aquellos derechos y, a su vez, los precios son los únicos indicadores para conocer dónde invertir y dónde no hacerlo. Decimos que en la medida en que se afecte la propiedad la evaluación de proyectos, la contabilidad y el cálculo económico en general se va desdibujando lo cual quiere decir derroche de capital y la derivada contracción en los salarios.
Por otro lado, las desigualdades son absolutamente necesarias para la cooperación social y la división del trabajo. La convivencia sería insoportable si todos quisieran ser panaderos y no habría electricistas y así sucesivamente, para no decir nada si a todos los hombres nos gustara la misma mujer, incluso la misma conversación se tornaría en un tedio espantoso puesto que sería lo mismo que la parla con el espejo. En curioso pero vamos al supermercado y afines y distribuimos nuestros ingresos comprando más de algo y menos de otra cosa y resulta que cuando salimos nos enteramos que el aparato estatal ha decidido redistribuir, esto es, volver a canalizar por la fuerza en direcciones distintas a nuestras pacíficas votaciones en el plebiscito diario del mercado.
Por último con respecto a esta expresión, José Ortega y Gasset ha sugerido que incluso abandonemos el término “sociedad” y la sustituyamos por “relaciones interpersonales” que resulta más claro para evitar antropomorfismos como “la sociedad demanda”, “la sociedad quiere” ya que no es un bulto con vida propia en lugar de prestar atención a los individuos que son los que en verdad actúan por ello este pensador también concluye que “la gente es nadie”. Idéntica preocupación muestra el antes mencionado Hayek quien por los mismos motivos sugiere el reemplazo de sociedad por “orden extendido”.
La segunda expresión que debiéramos obviar es la de “igualdad de oportunidades” lo cual suena atractivo y razonable a primera vista, sin embargo es del todo incompatible con la igualdad ante la ley, o una cosa o la otra las dos simultáneas no resultan posibles. Si un jugador amateur de tenis enfrenta a un profesional, para darle igualdad de oportunidades habrá que encadenar una pierna de este último u obligarlo a que juegue con el brazo que no está entrenado a emplear con lo que se habrán lesionado sus derechos y contradicha la igualdad ante la ley. En libertad todos tienen más oportunidades pero no iguales dada las distintas vocaciones, inclinaciones, talentos y fuerzas físicas.
En ámbitos donde se respira libertad todos tienen iguales derechos más no idénticas oportunidades por lo dicho, de lo que se trata es de maximizarlas en todos los casos liberando la mayor dosis posible de energía creativa lo cual se logra en base a marcos institucionales civilizados de respeto recíproco. El estatismo siempre empobrece y coarta mayores oportunidades. Se suele abordar el tema de la igualdad de oportunidades recurriendo coactivamente a los bolsillos ajenos para entregar una supuesta “educación gratuita” cuando en verdad nada es gratis, se deben financiar vía gravámenes que en última instancia lo sufragan contribuyentes de facto que ven sus ingresos caer en términos reales debido a las antes mencionadas disminuciones en las inversiones por parte de los contribuyentes de jure, con el agravante de imponer estructuras curriculares desde el vértice del poder en lugar de permitir competencias en el contexto evolutivo en un proceso de prueba y error para abrir las puertas a auditorias cruzadas en línea a la obtención de la dosis mayor de excelencia académica.
Se ha apelado a una metáfora deportiva de una carrera de cien metros llanos con la intención de dar sustento a la tan machacada “igualdad de oportunidades”. En esa situación se muestra que todos los contendientes largan del mismo punto en igualdad de condiciones iniciales, nadie arrastra ventajas por sobre los demás y así llegarán a la meta según sus capacidades y méritos individuales pero nunca con handicap por las situaciones de sus padres o de ventajas ajenas al deporte de marras. Pero resulta que como se ha señalado, la pretensión de extrapolar esa carrera a la igualación de oportunidades en la vida se da de bruces con la realidad puesto que si prima el igualitarismo (aunque sea parcial en las relaciones interpersonales) en la susodicha carrera el que llega primero a poco andar se dará cuenta que su esfuerzo en la contienda fue inútil puesto que lo igualarán a su hijo en la próxima largada por la vida. Entonces esta ejemplificación que también se usa para atacar a la herencia resulta autodestructiva en la vida de relación.
Finalmente, una expresión que se ha prestado a las aventuras más peligrosas, el llamado “bien común” que habitualmente se lo interpreta como encajado en la idea colectivista de los bienes en común lo cual naturalmente desemboca siempre en lo que en la ciencia política se conoce como la tragedia de los comunes, es decir, lo que es de todos no es de nadie y de este modo los incentivos operan en dirección opuesta a los mejores logros. Se escudan en el “bien común” para embarcarse en las mayores tropelías contra los derechos de las personas que son anteriores y superiores a la existencia misma del monopolio de la fuerza que denominamos gobierno, aconsejando reformas agrarias, empresas estatales, impuestos confiscatorios, legislaciones laborales contra el trabajo, manipulaciones monetarias, precios manejados por los megalómanos de turno, comercio exterior semicerrado, regulaciones inauditas en todos los ámbitos y otras sandeces equivalentes.
El origen de la idea puede situarse en Platón que consideraba que en la polis nada debe ser privado, todo común incluso las mujeres y los hijos, ese sería el bien común. Luego otros autores reformularon el concepto pero siempre dotado de una dosis de ambigüedad y contradicción. También es cierto que autores como Sto. Tomás de Aquino usaron este concepto para ubicarlo en el contexto de la ley natural, es decir, el respeto recíproco a los derechos de cada cual que no son un invento humano sino que están en la naturaleza de la condición humana, son conforme a sus propiedades por lo que refuta el positivismo legal al concluir en su célebre sentencia en cuanto a que si el gobierno “se aparta en un punto de la ley natural, ya no es ley sino corrupción de la ley”. En esta línea argumental es que la enseñanza del aquinate enfatiza en el interés personal, en el cuidado de la propia persona, así escribe que “amarás a tu prójimo como a ti mismo, por lo que se ve que el amor al hombre para consigo mismo es como un modelo del amor que se tiene a otro. Pero el modelo es mejor que lo moldeado. Luego el hombre por caridad debe amarse más a sí mismo, que al prójimo.” (Suma Teológica, 2da-2da, q. xxvi, art.iv), en consonancia con lo escrito por Erich Fromm en Man for Himself en cuanto a que “el valor supremo de la ética humanista no es la renuncia a sí mismo sino el amor propio, no la negación del individuo sino su afirmación”. Es como dice el Padre Ismael Quiles en Como ser sí mismo referido al absurdo de renunciar a sí mismo: “Ser para no ser nada es una contradicción sin significado alguno” y muestra como “individualidad significa no dividido”, agregamos nosotros que la contradicción es similar a cuando se sostiene seriamente el imposible de “no hay que juzgar” como si esa aseveración no fuera un juicio.
El amor a otro es imposible si no hay amor propio puesto que esa cualidad suprema tiene lugar cuando satisface al sujeto que ama. En el extremo, el que se odia a sí mismo es incapaz de amar a otro.
A pesar de lo dicho, la acepción generalizada del bien común es la del colectivismo enlazado con el recorte al significado clave de la institución de la propiedad privada incluyendo lo que viene ocurriendo en no pocas de las manifestaciones en la iglesia católica hoy exacerbadas por el actual Papa quien entre muchas otras declaraciones ha dicho en entrevista de Eugenio Scalfari –director de La Reppublica-: “Mi respuesta siempre ha sido que en todo caso son los comunistas los que piensan como los cristianos”. En su mensaje a la OIT -reproducido en YouTube desde el Vaticano- el Pontífice afirmó que “Siempre junto al derecho de propiedad privada está el más importante anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y por tanto el derecho de todos a su uso. Al hablar de propiedad privada olvidamos que es un derecho secundario que depende de ese derecho primario que es el destino universal de los bienes.” Todo en el contexto de reiteradas andanadas contra el mercado y el capitalismo, es decir de arreglos contractuales libres y voluntarios (Juan Pablo II ya había aclarado el sentido de aquellos vocablos en la Sección 42 de Centesimus Annus). El 21 de enero de 2022 el Papa Francisco en el Vaticano ante empresarios precisó su idea de bien común que contrapone al individualismo, sin percatarse que esto último corresponde a la consideración y garantía a los derechos individuales. Es el socialismo con su denigración del individuo en aras del aparato estatal que impone la autarquía en lugar de la cooperación social que propone el liberalismo, comenzando en profundidad por la Escuela de Salamanca o Escolástica Tardía.
Aquel análisis lo han pretendido reencauzar por una versión compatible con el liberalismo mis queridos Jorge García Venturini y Michael Novak que han inaugurado a contracorriente de las acepciones más comunes en un esfuerzo para que tenga una interpretación razonable por lo que el “bien común” según esta concepción sería “el bien que nos es común a cada uno lo cual significa el respeto recíproco que es lo mismo que afirmar el derecho a la vida, a la propiedad y a la libertad”.
No importa quién o quiénes hayan suscripto estas tres concepciones ni es relevante escudarse en el tiempo en que se ha mantenido el sinsentido, es menester atender argumentos y tener la mente abierta y la honestidad intelectual de aceptar los engendros que aquí resumimos por aquello de la sentencia bíblica de “la verdad os hará libres”. Lo más apropiado es no caer en términos que en el mejor de los casos resultan confusos.
En otras palabras, salvo las reinterpretaciones de marras, este trío impresentable es parte sustancial de la arremetida contra la dignidad y la integridad de los derechos individuales insertos en todas las constituciones desde la Carta Magna de 1215 hasta que invadieron los movimientos inconstitucionales de supuestas constituciones que violan su sentido y su razón de ser a los efectos de salvaguardar y garantizar la supervivencia de la civilización.
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