La pregunta sobre lo que necesitamos en Argentina sugiere una cantidad de respuestas coyunturales, precisas y específicas. Sin embargo, no es ahí desde donde propongo esta reflexión.
A 40 años de la recuperación de la democracia, lo que debemos recobrar son los valores, las ideas con las que Alfonsín condujo el pasaje más traumático de nuestra historia reciente: de la peor de las dictaduras que utilizó el Estado para asesinar y desaparecer hacia la recuperación de la libertad, la paz, con verdad y justicia. Obviamente esa transición no fue sencilla y requirió de convicciones firmes, pero también de consensos, acuerdos y diálogos.
Ahora bien, si este fue nuestro comienzo, ¿qué hemos hecho para llegar a este punto en el que las propuestas se debaten a los gritos, con descalificaciones, ponderando a las personas por sobre las ideas y poniendo en el centro del debate a la fuerza como sinónimo de orden? Considero que este proceso electoral es un buen momento para reflexionar acerca de nuestro país y nuestro futuro. En democracia, la decisión está puesta en manos de la ciudadanía y es a ella a quien debemos escuchar para no perpetuar uno de los síntomas más peligrosos de nuestro tiempo que es la distancia cada vez más amplia entre quienes ejercen la acción política y lo que ocurre en las calles, volviéndose ineficaces las respuestas de aquellos para cumplir con la finalidad principal que debería ser siempre, garantizar bienestar y proteger el interés social.
Escuchar a la ciudadanía no significa dar respuestas efectistas y de corto plazo. Por el contrario, se trata de hacernos preguntas profundas: ¿cómo recuperar la idea de lo colectivo por sobre los individualismos o personalismos?, ¿qué cambios son necesarios?, ¿cómo asegurarnos que estos cambios no sean sólo promesas de campaña y fuegos de artificio?, ¿cómo incluir las necesidades importantes sin descuidar las urgencias? Pero fundamentalmente, ¿cómo lo vamos a realizar? Los cambios son con la ciudadanía, nunca a sus espaldas, no son a corto plazo, son profundos y deben ser fruto de los acuerdos generales para que no se pueda derribar con el primer soplido del viento.
Hemos avanzado mucho en estos 40 años en el sostenimiento ininterrumpido de la democracia. Sin embargo, todos los indicadores socio-económicos son alarmantes. Pobreza, indigencia, deserción escolar, analfabetismo, falta de acceso a la vivienda, precariedad laboral, deterioro de la transparencia institucional, difícil acceso a la salud pública, etc. Son los más evidentes y a la vez más complejos de resolver, los que garantizan y promueven una convivencia pacífica. Para eso, sensatez y prudencia, diálogo político y social.
En esta etapa más que nunca el gran desafío de los equipos técnicos de las fuerzas políticas y de los candidatos es mostrar una solvencia absoluta y la certeza de que saben cómo resolver los problemas y que efectivamente lo harán. Son ellos los que deben superar los slogans propios de las campañas electorales pero tan superficiales que en nada ayudarán en la titánica tarea de gestión que les espera.
Necesitamos repensar el rol de un Estado que no vaya por detrás de los hechos, que resuelva con eficacia, lejos del efectismo que se busca en estos días.
El delito, especialmente el que proviene de organizaciones criminales como el narcotráfico, o aquellos que tocan lo más profundo del ser humano como los femicidios, no pueden utilizarse como banderas para una campaña. Se trata de daños profundos y la respuesta de mano dura no podrá en ningún caso volver las cosas al estado anterior ni reparan la situación que ha sido quebrada por la violencia. En síntesis, a la violencia no se le puede contestar con más violencia. Es necesario pensar en planes integrales cuyas acciones precedan al delito para prevenirlo y evitarlo.
Es necesario trabajar en una respuesta compleja e integral que incluya el sistema judicial, policial, carcelario, y también educativo, sanitario, social y de infraestructura (iluminación, transporte) para que los delitos no ocurran. Si escuchamos a la ciudadanía, sabemos que está demasiado conmocionada por la violencia y que la responsabilidad indica que no se puede responder con más violencia, mucho menos desde el estado. Porque el Estado tiene muchas otras herramientas, de inteligencia, tecnológicas, de fuerza, de capacidades, etc. para actuar de manera eficaz en la prevención que impida que se termine conviviendo con el crimen teniendo como única respuesta un mecanismo represivo/carcelario que está, probadamente, muy lejos de ser eficaz o suficiente.
La ciudadanía pide justicia, certezas, honestidad. Nos pide trabajar bien. La gobernabilidad es eso: gobernar bien, asegurar condiciones para que todas las personas puedan ejercer sus derechos y desarrollar posibilidades en el marco de una sociedad que en conjunto pueda mejorar.
Necesitamos más y mejor educación, más y mejor salud, más y mejores inversiones para el trabajo genuino y de calidad. Las condiciones económicas acompañan la estabilidad política y no al revés.
Frente al gravísimo problema de la inflación el gobierno exhibe su incapacidad (presente y futura) para resolver, porque no puede transmitir tranquilidad, ni estabilidad ni equilibrio desde lo político. La política debe garantizar la estabilidad e institucionalidad para el mercado; del mismo modo que debe conducir la economía para que resulte en prosperidad bien distribuida. Mejor Estado, mejores empresas y empresarios, mejor trabajo, garantizar derechos universales a vivir mejor, a educar a sus hijos, a contar con hospitales públicos que los curen, clubes de barrio que los contengan, hogares calefaccionados y comida caliente en invierno para que la familia se reúna alrededor de la mesa.
Son tiempos difíciles pero al mismo tiempo nos ponen frente al desafío de asumirlos con responsabilidad y seriedad, con pericia técnica y valores humanos. Cada decisión política debe estar medida en los términos de su impacto sobre las personas y las familias.
Hay que desterrar la polarización como oportunismo. La confrontación política de las ideas es sana y bienvenida. No lo es la ventaja que se construye desde la descalificación del adversario. Peor es pararse en ese lugar extremo para ganar votos en la PASO para correrse luego al centro pretendiendo lo mismo en la elección general. Eso no es lo que pide una ciudadanía que reclama verdad. La democracia exige convicciones, respeto y transparencia. Esa especulación vinculada con lo electoral es política y éticamente reprochable.
Necesitamos liderazgos claros, con capacidad de armar equipos técnicamente preparados en el mejor nivel, con voluntad de construir desde el diálogo y el consenso, saltando el cortoplacismo para plantearnos un cambio que se consolide y se sostenga en el tiempo. No son tiempos de referencias carismáticas ni frases de efecto o propuestas improvisadas.
En la cabeza y el corazón de muchos aparece el enojo, el descreimiento, la desconfianza o la resignación. Tenemos la posibilidad de elegir, de distinguir, de ejercer nuestro derecho pensando que no todo es igual y que tampoco esta elección será todo lo trascendente que queramos que sea.
Acompaño a Horacio Rodríguez Larreta porque muestra ese camino.
Son tiempos de pensar realmente cuál es el cambio que queremos no solo en un gobierno, sino cuál es el cambio que queremos para nuestras vidas.
Eso necesita hoy la Argentina. También necesita de nosotros.
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