El martes 4 de julio de 2023 puede haber sido uno de los días más calurosos en la Tierra en unos 125.000 años. Según el Centro Nacional de Predicción Ambiental, que depende de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos, se alcanzó el récord: 17,18° C. Simultáneamente, esta noticia comparte los principales titulares en los periódicos con la información referida a la preocupante falta de agua potable que afecta a Uruguay, que luego de tres años de sequía ha perdido reservas, llegando en muchos lugares a la racionalización en el uso del recurso, que en días ha perdido las cualidades para el consumo humano.
Bien conocida es la discusión planteada acerca de la veracidad en cuanto a los fenómenos naturales y la urgencia en tomar acciones para mitigar y postergar los efectos del cambio climático producto de las acciones que los hombres ejercen en el planeta que impactan negativamente en la naturaleza.
Una mirada pone a ambos criterios en un mismo lugar, como si fueran las dos caras de una misma moneda, los que pregonan acciones en defensa del cambio climático y los que descreen en que el fenómeno existe y que todo se trata de un esquema perverso y especulativo que se aprovecha de creyentes para generar espacios de poder y negocios.
Trillones de dólares se juegan anualmente en nombre del impacto ambiental, el calentamiento global y el cuidado del planeta
Trillones de dólares se juegan anualmente en nombre del impacto ambiental, el calentamiento global y el cuidado del planeta. Principalmente, los fondos destinados dentro del denominado “mercado climático” se distribuyen entre:
1) Proyectos de transición o transformación. Dentro de este grupo se encuentran múltiples propuestas que van desde cambios en los procesos industriales, reemplazo de materiales en las construcciones o disminución en el consumo de combustibles fósiles o bienes no renovables. La mayor parte de la inversión en proyectos de impacto positivo al planeta se destina hacia estos temas y, paradójicamente, los principales beneficiarios de estos programas son quienes más contaminan. La lógica es financiar o subsidiar a los contaminadores para que les convenga dejar de hacerlo. Es la ventaja económica lo que impulsa al cambio;
2) Proyectos de remediación ambiental. Estas propuestas abarcan desde la limpieza de aguas o tierras contaminadas hasta las iniciativas proyectos forestales en los que se plantan árboles para que en el futuro sirvan para fijar carbono en lugares en los que ya se deforestó, luego de aprovechar la madera de especies, generalmente, de menor velocidad en el crecimiento y mayor valor natural. En estos casos, los móviles también pasan por lo económico, pues las remediaciones suelen ser resultado de acciones judiciales, administrativas o por presiones mediáticas, mientras que la reforestación resulta ser un negocio a futuro para luego ofrecer maderas y derivados;
3) Programas de conservación. Este tipo de inversión es la que menor participación tiene en el reparto a pesar de ser la que mejor posicionada está en cuanto a resultados de impacto positivo, pues son inmediatos, de hecho, son productivas de por sí. Representadas por todas las selvas, bosques nativos, manglares, ríos, mares y océanos que permiten mantener equilibrios en cuanto a fijación de carbono, biodiversidad y regulaciones hídricas.
Sin embargo, al momento, los modelos financieros siguen discutiendo cómo ponerle precio a algo que tiene mucho valor. Por eso, mientras tanto, la tala, la deforestación y el uso abusivo de los recursos naturales sigue siendo más rentable en un mundo que se guía por los resultados económicos y financieros, algunas veces, a expensas de los naturales y sociales.
Quienes destinan fondos en estos proyectos son aportantes que realmente creen en el impacto que tienen los recursos naturales en su estado original, sin la intervención humana, muchas veces invirtiendo en forma anónima y otras a través de organizaciones que persiguen, además, reconocimiento reputacional.
Salvo esta última alternativa, todas las anteriores, las que consideran que el cambio climático es un cuento y las que se aprovechan del temor de algunos para obtener fondos y reconocimiento, parten de la idea de la supremacía del hombre por encima del resto de todas las especies naturales.
La tala, la deforestación y el uso abusivo de los recursos naturales sigue siendo más rentable en un mundo que se guía por los resultados económicos y financieros, algunas veces, a expensas de los naturales y sociales
El ser superior que todo lo que hace está bien, es decir que la actividad humana no tiene impacto en la naturaleza; que el cambio climático es producto de los ciclos térmicos de la tierra, tal como se puede verificar a lo largo de su historia, y que los recursos naturales deben estar subordinados a los destinos que el hombre define, pues ha aprendido a controlarlos, ya sean animales o vegetales. El hombre puede influir en la creación, crecimiento y extinción, pues es un ser superior.
Por otro lado, aquellos que consideran que pueden influir positivamente a través de sus acciones de transformación y transición, es decir usando menos combustibles fósiles, o reemplazando los mensajes en papel por los correos electrónicos, por ejemplo, suponen un protagonismo en la materia, algo así como si queremos podemos.
En ambos extremos, esa parte de la sociedad, por acción o por omisión se cree superior a lo natural, ya sea tanto como para explotarlo o como para protegerlo. Considerarlo como un elemento cuya existencia es para servirle o como algo que no se puede defender y debemos proteger.
Mirada alternativa
En cambio, en esta oportunidad, me gustaría incorporar una visión diferente. Una en el que ya sea a través de la responsabilidad que trae aparejada la “supuesta superioridad” que creemos tener y es la del respeto.
Si en verdad entendemos que somos cohabitantes del planeta, junto con los minerales, vegetales y animales, tratarlos con respeto nos independiza de la discusión filosófica o moral sobre quien domina o se aprovecha de quien. Para ello todo recurso natural debe tener determinado su valor relativo dentro del sistema.
El mundo desarrollado ha encontrado en el dinero una de las formas en expresar y comparar el valor relativo de los bienes y servicios que se ofrecen.
Es por eso por lo que urge encontrar un mecanismo representativo para que las tierras vírgenes que contienen millones de toneladas de carbono, que regulan la actividad hídrica en nuestro planeta, que conservan la biodiversidad para que la vida del hombre y sus actividades económicas y sociales puedan desarrollarse en equilibrio, constituyan un activo con valor económico, que pueda medirse para remunerar a quienes lo conservan y aplicar cargos a quienes los utilicen.
Claro está que el planeta es un activo valioso, falso es que sea patrimonio de la humanidad, por el contrario, es de todos los seres vivos que lo habitan. Por ello, si en verdad “revestimos algún espacio de superioridad”, debemos ser lo suficientemente humildes como para darnos cuenta de la responsabilidad que conlleva tratar con respeto al capital natural.
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