El significado de Kissinger en Beijing

El ex Secretario de Estado muestra preocupación por los potenciales conflictos entre China y Estados Unidos

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El mandatario chino Xi Jinping
El mandatario chino Xi Jinping junto a Henry Kissinger, ex Secretario de Estado de Estados Unidos

La sorpresiva visita de Henry Kissinger a China, como fenómeno político, es una combinación de innovación y tradición. Que un hombre que ha cumplido cien años haga un vuelo de dieciocho horas sorprendiendo con su visita a uno de los dos líderes mundiales más relevantes de la actualidad, como son los presidentes de Estados Unidos y China, no parece tener demasiados precedentes. Kissinger no es un hombre que esté en el poder. Lo estuvo en su plenitud hace medio siglo, cuando jugó un rol importante para la retirada de Estados Unidos de la guerra de Vietnam y el restablecimiento de las relaciones con China.

En aquel momento fueron decisiones disruptivas, sobre todo proviniendo de un gobierno del Partido Republicano estadounidense. Desde el punto de vista de la llamada “diplomacia pública”, Kissinger es una manifestación de cómo la diplomacia puede hoy realizarse desde fuera de los Estados, en un contexto en el cual la opinión pública es protagonista de las relaciones internacionales y la globalización y la digitalización son ámbitos crecientes de su acción. Kissinger publicó antes de cumplir los cien años su libro Liderazgo, una visión retrospectiva al siglo XX sobre seis casos de liderazgo activo y efectivo: Adenauer, De Gaulle, Sadat, Nixon, Thatcher y Lee Kuan Yew. Quizás un llamado de atención para la dirigencia occidental actual. A sus cien años trabaja en otros dos: uno centrado en la construcción de las alianzas en la política internacional y otro respecto a los cambios que puede introducir en ella la inteligencia artificial.

Kissinger ha sido probablemente el mayor exponente de la visión realista en las relaciones internacionales estadounidenses. El realismo se ha nutrido fundamentalmente de la historia para la construcción de sus visiones. Se enfrenta a la visión idealista que propone modificar su realidad, no aceptarla. Es la diferencia entre lo posible y lo deseable. Pero, como decía Churchill, “cuando más atrás miremos en el pasado, más adelante veremos en el porvenir”. Tratar de entender a China por su último medio siglo presenta limitaciones y seguramente lleve a juicios erróneos. Es que los chinos miden el tiempo por milenios; los occidentales lo hacemos por siglos. Kissinger suele decir que para entender a la China de hoy es más útil el confucionismo que el marxismo.

Por su parte, Xi Jinping lo recibió con una frase: “Ha venido un hombre sabio”. Parece existir un diálogo casi más de valores filosóficos que históricos, políticos o militares. En las últimas semanas ha tenido lugar, por parte de la Administración Biden, un intento de abrir canales de comunicación con China, en momentos de peligroso estancamiento en la guerra de Ucrania y tensiones crecientes en la relación entre Washington y Beijing. Han visitado sucesivamente la capital china, entre junio y julio, el Secretario de Estado Antony Blinken, la Secretaria del Tesoro, Janet Yellen, y el representante estadounidense para el medio ambiente, el ex vicepresidente John Kerry. Fueron gestos, pero no parte de una política. Al mismo tiempo tuvo lugar la Cumbre de la OTAN en Vilna, donde claramente China fue planteada como el eventual conflicto militar del futuro.

La visión de Kissinger, de tipo historicista, choca con la idealista, centrada en el hoy y sin visión histórica ni estratégica. China tiene una política militar explícita que se plantea en la década en curso (corto plazo) ser la potencia regional, es decir de su entorno asiático inmediato. Ello incluye resolver el problema de Taiwán. Hacia 2040 (mediano plazo) quiere ser la potencia militar continental, es decir, de toda Asia. Su ámbito geográfico es el del actual Grupo de Shanghai, que integra junto con Rusia, India, Pakistán, Irán y Asia Central. En el largo plazo, hacia 2050, busca llegar a ser potencia militar global, es decir, con capacidad de disputar a Estados Unidos la hegemonía militar mundial. Por una razón de simbolismo histórico, este objetivo se fijó para 2049, porque ese es el año en el cual China conmemorará el centenario de la creación de la República Popular. Este tipo de referencia es constante, al nominar los planes de largo plazo. Tal es así que los hitos de su carrera espacial llevan nombres de las deidades chinas de hace más de tres mil años.

Frente a este plan, personalidades del pensamiento estratégico estadounidense responden también con un análisis histórico. El historiador griego Tucídides escribió décadas antes de Cristo que cuando una potencia emergente desafía a la dominante, el conflicto se dirime militarmente, y generalmente gana la emergente. De acuerdo a ello, historiadores estadounidenses contemporáneos han analizado los dieciséis casos del último medio milenio donde la potencia dominante fue desafiada por la emergente, concluyendo que en trece casos se dirimió militarmente. De esto deriva la percepción de inevitabilidad del conflicto militar entre Estados Unidos y China. Si esto fuera así, la respuesta es que se produzca cuanto antes, porque el tiempo juega a favor de la potencia asiática, como lo exponen sus explícitos planes de desarrollo militar.

Frente a este planteo, la respuesta de Kissinger es reconocer los matices, observarlos, contener los conflictos, ejercitar el diálogo y evitar las mutuas y coincidentes percepciones de amenaza. Esto implica reconocer la posibilidad de existencia de un mundo multipolar y no la de un mundo bipolar que deriva en el triunfo de uno sobre otro. Es la situación que se vivió en el siglo que va del final de las guerras napoleónicas al comienzo de la Primera Guerra Mundial. Es quizás el periodo que Kissinger ha estudiado en mayor profundidad, considerando que el “equilibrio” es el concepto que puede evitar la guerra. En realidad, la visión historicista de Kissinger se contrapone a la marxista del conflicto inevitable que se repite mecánicamente.

Coincidiendo con esta visión, aunque en forma no explícita, el Jefe de Estado Mayor Conjunto estadounidense, el General Mark Milley, al hablar en la ceremonia de graduación de la Universidad de Defensa Nacional, dijo semanas atrás que el mundo multipolar “está compuesto por tres potencias militares hoy: Estados Unidos, China y Rusia” (en la misma ceremonia, pero en 2020, fijó el principio de que el libro que defienden las Fuerzas Armadas estadounidenses es la Constitución y no la Biblia, anticipando la actitud militar asumida seis meses después ante la toma del Capitolio por los partidarios de Trump). Milley sostuvo también que “el conflicto armado entre Estados Unidos y China no es inminente ni inevitable”, aunque reconoció que en estos momentos la relación bilateral entre las dos potencias es una de las peores de las últimas décadas, debido a la creciente retórica y políticas antichinas impulsadas por los últimos gobiernos estadounidenses.

Esta es la línea de razonamiento de Kissinger, quien en las últimas declaraciones realizadas a The Economist con motivo de sus cien años, sostuvo antes de viajar a Beijing que antes a él le preocupaba la retórica anti china predominante en Estados Unidos, pero ahora le preocupa más ver que en China está sucediendo lo mismo, percibiendo a este país como su principal amenaza. Es que el riesgo de que las dos potencias globales más importantes se autoperciban simultáneamente como su mayor amenaza recíproca, es lo que la historia muestra que genera más riesgo de conflicto militar.

Al mismo tiempo, hablando ante el Club Nacional de Prensa estadounidense, Milley sostuvo que “la historia estratégica del siglo XXI probablemente estará determinada por la relación entre Estados Unidos y China, y si se mantiene en competencia se dirige a una guerra de grandes potencias”. Esta es también la visión de Kissinger respecto al conflicto entre las dos potencias.

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