El peligro de los presidentes títeres en Argentina

Nuestro sistema constitucional no admite una división del poder presidencial ni que este derive de otra fuente que no sea la voluntad del pueblo

Sergio Massa, Alberto Fernández y Cristina Kirchner (NA)

El sistema político argentino se encuentra en un momento de crisis y confusión. En medio de una gestión presidencial cuestionada y un contexto socioeconómico difícil, surgen candidatos que prometen un futuro mejor, a pesar de que el presente es doloroso para muchos ciudadanos.

Resulta claro que el candidato del oficialismo no se encuentra cómodo fingiendo indiferencia cuando quienes deberían sostenerlo le dedican elogios dudosos o crueles. Tampoco le resulta fácil acomodar su discurso a cada auditorio según sea el núcleo duro del kirchnerismo, poderosos sindicatos o municipios del temido conurbano.

A veces esto sucede en días sucesivos, resultando una acumulación de incongruencias que no debe ser fácil soportar. El ser humano puede mentir o fingir pero desde el fondo mismo de su conciencia nace un reclamo de urgente corrección. De este reclamo nacen pequeñas disonancias como los actos fallidos hasta crisis existenciales más profundas que pueden terminar en la demencia. Por eso Rousseau decía que el ser humano nacía bueno y era la sociedad quien lo corrompía.

El ministro candidato sabe que debe agradar a quien lo sostiene. Es la última persona a quien debe decepcionar porque al hacerlo estaría renunciando a toda pretensión presidencial que es su objetivo declarado. Confía en que puede hacerlo y tal vez estime que este cometido solo será temporal soñando a su tiempo con una cierta independencia.

Este es precisamente el nudo de la cuestión. Nuestro sistema constitucional no admite una división del poder presidencial ni que este derive de otra fuente que no sea la voluntad del pueblo. El pueblo expresa su voluntad votando a un presidente al cual le otorga todas las facultades para que ejerza el cargo. Los partidos políticos tienen el monopolio de las candidaturas pero no otorgan poder alguno.

Por fuera de ese mecanismo se pretende instalar de modo permanente otro, donde el poder presidencial derive de un prestigio externo, desvirtuando el sistema constitucional argentino.

El Presidente debe surgir con poder propio, y no impuesto por una tercera persona por más prestigio o pasado que tenga. Esto ya pasó en el año 2019 y los argentinos debemos aprender una lección de esa triste historia. Un presidente que llega al poder con votos que no son propios, resulta un presidente débil y con poder diluido.

No resulta extraño que no pueda ejercer el cargo en plenitud y su gestión sea pobre pues es solo un muñeco que representa a otro y debe decir lo que ese otro le dicta. Y en el proceso que esto no se note tanto, resulta aún más desacreditado generándose una espiral descendente.

Eso es lo que le paso al actual presidente y lo que pasará si se insiste en un mecanismo que no surge de la Constitución Nacional.

Es tiempo de cambiar de ventrílocuo, no de muñeco. La historia nos ha dado muchos ejemplos de gobiernos títeres. La realidad termina por imponerse y cuanto más se haya fingido, mayores los daños.

Disfruté mucho del ventrílocuo Chasman y me resultaba muy simpático el muñeco Chirolita.

Pero ellos solo buscaban divertir, cuando se acababa el show el muñeco volvía a la caja. La única verdad era la realidad.

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