Imposible no tropezar con la idea de que la Argentina- es un país, ¿de acuerdo?- se cae a pedazos. No hay manera de enderezar la brújula, la necesidad urgente de futuro. No hay.
Uno se pone a la tarea de la manera más neutral, como si llegara de otra parte a estudiar lo que ocurre con un método neutral y estrato por estrato, como si se pusiera una lupa gigante que permitiera detectar la economía, la situación de los jóvenes de toda clase, el desencuentro social que se profundiza y, tal vez, se estimula con perversidad sostenida, las caras innobles y peligrosas que se meten en las listas de los espacios o partidas (los partidos no existen), los mercados que empiezan a vaciarse de los estantes como en las peores imágenes de Venezuela, no hay otra que quedarse en silencio con las manos sostenidas por la cabeza abrumada.
Una bomba social y axiológica se produce por horas y estalla poco a poco. Es feo decirlo, pero peor es mentir. Aquí no se escribe una sucesión de palabras para difamar o favorecer: la realidad enseña las fauces y sus colmillos como la loba de Roma.
No se trata de ser mayor o menor optimista o pesimista sino de advertirlo. Aquí no se trata de un ejercicio de filosofía, de indicación política o sociológica: veo.
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Lo que se ve marcha a la par con lo que se huele: la adrenalina acompaña un olor poco grato- en este lugar se considera a la secreción de las suprarrenales en peligro de peligro tanto al robar o matar, por ejemplo, como para estar alerta o activo , algo incorporado como necesariamente bueno y deseable. “Qué bueno, cuánta adrenalina”, en la olla revuelta de la distorsión y un lenguaje promedio usado por no más de cincuenta palabras.
Violencia negada – “Hablar de la violencia , los asaltos, los asesinatos, es de derecha.”-, la violencia está presente cada día. Imposible no entenderlo o sufrirlo. La violencia de los niños que pesan mucho menos de lo que la edad indica por falta de alimentación o los que nunca irán al colegio, algo naturalizado, como la de los motochorros, el piquete crónico con manipulación de gerentes manipuladores al frente una eterna protesta sin resultados, asfixiante y embrutecedora.
Sí, están Martha Argerich, Messi, el Papa, brotes que siempre se producen, ahora superados por lo general con largueza. En espera de que se produzcan un cambio y un esfuerzo, incluso un sacrificio lúcido y aceptado, la que el barco role con violencia de una cubierta a otra con olas gigantes sin hundirse al fin, la violencia ocupa un sitio de preferencia. No resignarse.
El espantoso martirio y muerto a manos de las diabólicas de La Pampa, la madre y la pareja, obrado sobre el chiquito Lucio, nos sacudió hasta quedar tatuada en la memoria aún para quienes han visto mucho y mucha maldad.
Ahora, incorporada como sección a la actualidad está el asesinato de Cecilia Strzyzowski, el 2 de junio en Chaco, en Resistencia y en la calle Oro de allí, la casa de Emerenciano y Marcela Acuña. Cecilia, una chica por los treinta, se había casado con César, él apenas más allá de lo que se establece como adolescencia, hijo de los dos. Emerenciano es un esperpéntico y peligroso sujeto organizador de patotas y cortes de calles y rutas, excepto que se presentaran como protesta por alguna razón vinculada con el gobernador Capitanich, a quien sirven o servían. Como amigos, asociados y quizás de negocios al punto de figurar en puestos de mucha importancia en las boletas electorales borradas ya – puedan encontrarse algunas para coleccionistas o historiadores-, lo que se liga a lo ocurrido al crimen político.
Cecilia no estaba aceptada por la madre – fueron obligados a divorciarse-, un cuerpo extraño en lo que se llama el clan Sena. Provincia caciquil y feudo de los que mandan, Cecilia murió en la casa de ellos, para la fiscalía todos son autores. Emerenciano, Marcela y César, con ayuda y encubrimiento de otros detenidos en algunos confesos de trasladarla sin vida, quemarla y echar su cuerpo a los chanchos del chiquero Sena, animales inteligentes y omnívoros, partes fueron arrojadas al río Tragadero, no se ha resuelto todavía con claridad, pero sí que procedieron con rapidez en la manera de deshacerse de Cecilia como si hubieran funcionado por medio de un método que puede hacer presumir otros casos.
Gloria Romero, madre de Cecilia encabezó desde el inicio un reclamo desgarrador y a la vez nítido en conceptos y denuncias: lágrimas interiores, verdades exteriores. Y hubo manifestaciones, exigencias, gritos frente al crimen premeditado y la desaparición. Solo que con los días fueron menos numerosas las marchas hasta que ya se redujeron a pocos y la incansable Gloria Romero empezó a ser aislada. El padre de Cecilia, Miguel, nunca la vio desde el momento del nacimiento. Un tipo despreciable que vende las entrevistas cuando lo buscan y ha estafado a gente muy pobre, su coto de caza, con el agregado de maniobras de lavado.
El almanaque juega en contra para Gloria Romero. Habrá un juicio con jurados que habrá que ver quiénes serán y cómo. Lo cierto es que Gloria Romero y su lucha conmovedora pierde fuerza: cada uno a sus cosas, el pago es chico y todo se sabe. Las mafias son expertas en malabares jurídicos. Gloria Romero lo sabe. Puede que haya una condena- cómo imaginar otra posibilidad -, dos o tres años de cárcel y de alguna manera afuera.
No se conoce cuál fue el móvil ni dónde está lo que queda de Cecilia. Se sabe y conoce algo hora tras hora más a la vista: la soledad de la madre.
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