“Nos dormimos todos” fue la respuesta del ex presidente Pepe Mujica luego de la pregunta del cronista sobre la responsabilidad por las obras que no se construyeron para prevenir la falta de agua potable en Montevideo motivada por la sequía.
“Se me van a enojar, nos dormimos todos. Compartamos la responsabilidad. Es mi manera de pensar”, indicó el ex mandatario, refiriéndose a Tabarè Vazquez y al actual mandatario, Lacalle Pou. Y aclaró “Estaba el proyecto pronto, estaba la financiación, pero hacía saltar el déficit fiscal pa’ arriba. Podríamos haber hecho a tiempo”.
Más allá de la claridad meridiana en el planteo, en todos los países y sectores podemos encontrar situaciones como esta. Descreídos de la evidencia, todos desatendimos la necesidad de la acción.
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¿Por qué fallamos en la acción climática? Quizás por ilusionarnos con ser algo distinto al ambiente o simplemente por priorizar el crecimiento económico del corto plazo sobre la lucha por la existencia de la especie. O por no comprender que la salud del ambiente y la de los humanos están intrínsecamente unidas. Pospusimos los debates incómodos sobre los dilemas de la sostenibilidad y evitamos las medidas necesarias para no afectar a los sectores productivos ni la calidad de vida de la gente, que ya no quiere escuchar más malas noticias en un contexto de pandemias, guerras y crisis económicas.
Día a día batimos récords de temperatura. En 2023 tuvimos la semana y el junio más calurosos, las temperaturas oceánicas más altas, los niveles más bajos de hielo marino. El 3 de julio fue el día más caluroso jamás medido en el planeta. Los últimos 8 años fueron los más cálidos de la historia desde que se tiene registro. Podemos seguir presentando datos contundentes sobre una realidad inequívoca, pero la experiencia muestra que esta información abruma más de lo que aporta a una conciencia para la acción.
En el Acuerdo de París se estableció un compromiso de limitar el aumento medio de la temperatura global a 2 grados centígrados respecto a los niveles preindustriales y redoblar esfuerzos para no superar la cota de 1,5 grados a final de este siglo. Este objetivo fue establecido por la ciencia, desde la certeza de que traspasado ese umbral, el planeta se convertiría en un lugar hostil para la vida y las actividades de las especies que la habitamos.
A pesar de las advertencias de la ciencia y los hechos de la realidad, las necesarias reformas fueron evitadas o retrasadas. En mayo de este año, la Organización Meteorológica Mundial nos advirtió que las temperaturas pueden superar ese umbral de 1,5 C antes de 2027 lo cual “tendrá repercusiones en la salud de las personas, en la seguridad alimentaria, en la gestión de las aguas y en el ambiente”.
Los impactos que esperábamos en décadas se nos vinieron encima y el tiempo de la inacción se acabó. Esta realidad nos muestra tanto el tamaño del problema así como las debilidades políticas que dificultan el inicio de la necesaria transición ecológica.
Lejos de igualar responsabilidades, todos podemos hacer algo. Si bien el principio básico de responsabilidades comunes pero diferenciadas guía el accionar climático (todos somos responsables de algún modo, pero los más ricos contribuyeron más y por lo tanto tienen mayor responsabilidad de actuar y financiar la transición), todos tenemos alguna posibilidad de ser parte de lo nuevo. Con nuestro voto, nuestro estilo de vida, nuestros hábitos de consumo, el destino de nuestros ahorros, somos colectivamente responsables de una realidad que nadie desea en lo individual.
Todo lo que estamos viviendo fue anticipado hace décadas por la ciencia y discutido en el marco de una compleja y lenta maquinaria de negociación internacional que produce grandes anuncios y magros resultados. La evidencia es contundente, no podemos decir que no sabíamos.
Nos dormimos todos
Hoy nos queda atender lo que está pasando y considerar de manera responsable lo que viene. Europa sufre las consecuencias de una ola de calor inédita, Brasil es azotado por ciclones extratropicales, mientras los países andinos (Ecuador, Chile y Perú) se preparan para un fenómeno de El Niño de gran peligrosidad. Nuestro país no es ajeno a estos riesgos, ya que sabemos que El Niño traerá calor extremo, sequías e inundaciones, afectando nuestros territorios, comunidades y sistemas productivos.
La complejidad de la agenda es tal que en junio el presidente Macron convocó en París a una cumbre en la que 40 mandatarios acordaron la necesidad de rediscutir la arquitectura financiera internacional para que las naciones más vulnerables no tengan que elegir entre su desarrollo, pagar deudas o luchar contra el cambio climático.
La cuestión no es echar culpas, sino construir acuerdos para prepararnos para algo que no supimos prevenir. En tiempos electorales tenemos la oportunidad de impulsar una discusión seria sobre cómo queremos enfrentar una realidad ineludible. Se trata de impulsar una acción solidaria por la vida, de prepararnos para planificar, construir capacidades y tomar decisiones que nos permitan proteger a nuestra gente de un ambiente cada vez más hostil, mientras aprendemos a reconstruir lazos con el.
Podemos seguir dormidos, soñando con el retorno de un pasado que no va a volver. O dar lugar a un nuevo despertar que nos permita prepararnos para lo que viene y aprovechar las oportunidades que presenta un mundo que demanda seguridad energética, alimentaria y ambiental. Y en eso, es mucho lo que podemos aportar.
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