A 45 años del nacimiento de Louise Brown, la primera bebé de probeta

Nació en Inglaterra el 25 de julio de 1978, gracias a un tratamiento de fecundación in vitro que revolucionó la forma de concebir un hijo

Louise Brown

Hace 45 años, con el nacimiento de Louise Brown, el hombre descubría una revolucionaria manera de reproducirse: la fertilización in vitro (la fertilización de un espermatozoide y un óvulo afuera del cuerpo humano, en una placa de vidrio especial llena de un líquido de cultivo, cuyo embrión era luego transferido al útero). Desde 1978, y unos 12 millones de bebés nacidos gracias a esta técnica mediante, ningún otro descubrimiento en la materia empardó aquel hito. Pero el IVF, según sus siglas en inglés, aún es poco accesible a la mayoría de la población mundial por su elevado costo, tiene una fútil tasa de éxito que ronda el 25/30 por ciento (en mujeres que promedian los 30 años, cuanto más grandes, menor el resultado), es extremadamente frustrante para los pacientes y los drena física, económica y emocionalmente. Los científicos aún no han logrado dilucidar los secretos más profundos del cuerpo humano en su mecanismo para la llegada de la vida. Este sigue siendo un misterio, una “caja negra” y, según la prestigiosa revista inglesa The Economist, que le dedica este mes un número especial, el dinero invertido internacionalmente en la investigación es muy escaso en relación con otras cuestiones y a la importancia que tiene el tema para la supervivencia de nuestra especie.

Aun así, el IVF sigue siendo el principal tratamiento para la infertilidad alrededor del mundo y su tasa de éxito ha mejorado notablemente desde mediados de los años ´90. Desde aquel 25 de julio de 1978 en el que Louise Brown llegó al mundo, un bebé nacido a través de esta técnica toma su primera bocanada de aire cada 45 segundos. No hay ninguna comprobación científica de que los niños nacidos de esta manera sean distintos a los concebidos de manera convencional.

En 1985 se amplió este hito cuando se logró el nacimiento de un bebé con la donación de un óvulo de otra mujer que no era la madre. Desde entonces este procedimiento, el del IVF con un gameto (y por ende la genética) de una tercera persona, tiene un porcentaje de éxito de alrededor del 50% (se supone que el óvulo donado proviene de una mujer que arranca sus veinte años, es decir, de mejor calidad por su juventud).

De acuerdo con las investigaciones, cuanto más ciclos de IVF se hace una mujer, más bajas son sus chances de éxito en cada nuevo intento. Las parejas que más chances tienen de lograrlo (por su edad, por sus condiciones físicas), lo consiguen rápido. En ocasiones los especialistas no saben por qué de dos parejas en iguales condiciones físicas y de edad, una logra un embarazo, que luego llega a término, y otra no. Otro de los misterios son los casos llamados ESCA: esterilidad sin causa aparente.

Louise Brown en 1981, a los tres años, con sus padres John y Lesley Brown

Los científicos no han descubierto por qué, a diferencia del resto de los mamíferos, la calidad de las células reproductivas de los seres humanos (como la de cinco especies de ballenas) disminuye con los años hasta la menopausia, en lugar de mantenerse igual hasta morir. Cuanto más tarden las personas en concebir, más problemas tendrán para ello a nivel biológico.

Investigación

Tras una profunda investigación, The Economist pone en su edición de julio su eje editorial en desmitificar la efectividad de esta técnica y la idea de la reproducción asistida como una indolora y eficaz manera de subsanar la infertilidad (y la demora de la maternidad a nivel mundial). Dos de sus editoras, ambas ex pacientes, dicen en voz alta lo que todos quienes pasamos por este tipo de técnicas sabemos: que suelen ser procesos muy largos que se repiten una y otra vez, que atravesarlos es muy angustiante y penoso en muchos aspectos, y que pocos lo logran. Para que en 2018 nacieran 770.000 bebés por IVF, se necesitaron 3.000.000 de intentos.

“Muchas mujeres atraviesan ronda tras ronda de inyecciones de hormonas (para estimular su ovulación), en ocasiones pasan de una clínica a otra. En Estados Unidos e Inglaterra, con suerte, la mitad vuelve a casa con un bebé en sus brazos luego de muchos años y tantos como ocho tratamientos de fertilidad cada una”, reza el artículo. La desesperación por concebir en los pacientes de fertilidad los vuelve presas fáciles de los mecanismos de venta de las clínicas para repetir un procedimiento tras otro. A los que agregan por miles de dólares, sostiene The Economist, complementos de pobre regulación y cuya eficacia no ha sido demostrada fehacientemente.

A la transferencia del embrión (o los embriones, aunque el estándar de buena práctica médica es uno solo) sobrevienen varios días de tremenda angustia y ansiedad hasta saber si se ha implantado, o no, en el útero materno. Es decir, si la hormona beta-hCG indica o no un embarazo: la agónica “Betaespera”.

En inglés existe una palabra, señala The Economist, para nombrar la pérdida de un embarazo confirmado: miscarriage, pero no hay ninguna para hablar de la pérdida de un embrión que no logró implantarse en el útero. Los psicólogos especializados sostienen que en los años de tratamientos frustrados, de pérdidas de embarazos o no implantaciones de embriones, el dolor que sienten las personas, las parejas, puede equipararse al que se siente por la pérdida de un ser querido.

Louise al cumplir 30 años, junto a Robert Edwards –el médico que posibilitó la hazaña de 1978– y Lesley, su mamá

Entre los estudios ofrecidos por las clínicas de fertilidad, The Economist plantea la polémica en torno a los test genéticos preimplantatorios, que se utilizan en la mitad de los IVF de Estados Unidos. “La versión más utilizada de la prueba, PGT para aneuploidía (PGT-A), consiste en comparar los cromosomas en unas pocas células embrionarias que se toman de la parte del embrión destinada a formar la placenta. Se supone que las células tienen un número par de cromosomas y encontrar ese caso es una buena señal. Sus defensores -continúa la revista- ven al PGT-A, que normalmente tiene un precio de alrededor de 5.000 dólares, como una mejor manera de saber qué embriones funcionarán, mucho mejor que mirar al microscopio para evaluar la forma y el desarrollo, como es la norma histórica. Argumentan que la selección con PGT-A a ayuda a las mujeres mayores de 35 años a quedar embarazadas más rápido y que reduce las tasas de abortos espontáneos. Los detractores señalan que los ensayos controlados aleatorios no han podido demostrar ninguno de esos beneficios. Y estudios recientes han demostrado que los embriones de “mosaico”, en los que algunas células tienen un número impar de cromosomas, pueden conducir a embarazos exitosos aunque el PGT-A los descarte. Y si se descartan, la posibilidad general de la mujer de quedar embarazada disminuye”.

Adelantos

La inteligencia artificial ya entró en el mercado de la reproducción asistida: este año nació el primer bebé en Argentina cuyo embrión fue seleccionado por un algoritmo y en el mundo, un bebé cuyo IVF realizó un robot.

Varias starts up investigan la posibilidad de hacer gametos mediante células de la piel y células madres. Ese sería, de concretarse, el próximo hito. “Las mujeres van a poder tener un hijo a cualquier edad, pero además se van a producir cosas como que dos lesbianas van a poder tener hijos genéticos: una mujer va a poder hacer esperma y un varón ovocitos. Las implicaciones de este trabajo son muy fuertes”, sostuvo el empresario argentino Martín Varsavsky, inversor de una de aquellas empresas. También se trabaja en los úteros artificiales a todo vapor (por ahora en Filadelfia han logrado mantener vivo allí dentro un feto de cordero muy prematuro durante un mes).

Números globales

Hace unos tres años, China dio a conocer finalmente sus números de la reproducción asistida (una industria a la que intenta hacer florecer tras el reciente estancamiento poblacional). Como era de esperar, es el país en el que más ciclos se hacen: un millón por año.

Otro aspecto que señala The Economist en relación con el panorama global de la reproducción asistida, es la regulación.

Si bien en el mundo occidental se ha liberalizado su uso (Argentina es particularmente muy liberal, tiene poca regulación y casi todo está permitido), dista mucho de ser algo universal. Por ejemplo, un número de países europeos, como República Checa o Italia, permiten su uso solo a parejas heterosexuales. Entre 2018 y 2021, según un relevamiento entre 18 países que integran la Federación Internacional de Sociedades de Fertilidad (iffs), cinco aumentaron el acceso a parejas del mismo sexo, y seis lo limitaron. En Japón, por ejemplo, uno de los países con mayor tasa de envejecimiento de su población, donde los subsidios estatales para tratamientos son una respuesta en este sentido, aún se discute y si ampliarlos a otras parejas que no sean heterosexuales y casadas: la necesidad de aumentar su población no parece ir por delante de la capacidad de aceptar nuevos modelos de familias. En el 35% de los países estudiados, inclusive China, se prohíbe la criopreservación de óvulos. Lo mismo sucede en otros en relación con la donación de embriones (en 14 está prohibido), y donación de óvulos (en dos países europeos). Once países europeos prohíben los test genéticos pre implantatorios que no sean hechos por “razones médicas”, así como la selección del sexo del bebé, según el estudio citado por The Economist.

Un tratamiento de IVF puede costar unos 5000 dólares (blue) en Argentina y 20.000 en Estados Unidos: entre el 50 y el 200% del ingreso anual promedio en países pobres. Incluso en Estados Unidos, muchas personas que necesitarían la ayuda de la reproducción asistida para concebir, no pueden pagarla; concretamente cuatro de cada cinco. Algo que no parece importarle a las empresas del rubro: no les hace falta bajar los precios para aumentar la demanda, pues esta aumenta de todas formas gracias a la postergación de la ma/paternidad y al nuevo público que se incorpora a partir de la cada vez mayor aceptación de nuevos modelos de familias.

Para The Economist los clientes de estas empresas compran mucha más esperanza de que tendrán un hijo, que embarazos sanos que efectivamente los lleven a él.

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