La noche en que Martha Argerich y Nelson Goerner maravillaron al Teatro Colón

Notas sobre el concierto excelso a dos pianos, con obras de Debussy, Mozart y Rachmaninov, que se llevó un multitudinario aplauso en nuestro primer coliseo

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La gran pianista argentina abrió el Festival Argerich, en la que fue su primera presentación en el gran coliseo nacional este año. al día siguiente brindó un recital a dos pianos con Nelson Goerner (Crédito fotográfico: Prensa Teatro Colón/Arnaldo Colombaroli)
La gran pianista argentina abrió el Festival Argerich, en la que fue su primera presentación en el gran coliseo nacional este año. al día siguiente brindó un recital a dos pianos con Nelson Goerner (Crédito fotográfico: Prensa Teatro Colón/Arnaldo Colombaroli)

El Teatro Colón de Buenos Aires nos tiene acostumbrados a altos niveles de excelencia en todas las disciplinas que ofrece. Enmarcado en el “Festival Argerich” que se viene realizando allí este mes, el concierto a dos pianos que dieron Martha Argerich y Nelson Goerner en la noche del 17 de julio último fue superlativo.

Un multitudinario aplauso recibió a ambos pianistas que ingresaron de la mano en señal de igualdad, afecto y coincidencia, hasta que cada uno se dirigió a un piano. Luego de concluir la primera interpretación, intercambiaron lugares.

Comenzaron con En blanc et noir, para dos pianos, de Claude Debussy y sus tres movimientos: Avec emportement; Lent sombre y Scherzando. El compositor francés es considerado por varios autores como el primer impresionista y conforme a sus influencias desarrolló un estilo propio de armonía. Estas sutilezas armónicas, los claroscuros y la expresión cuidadosa fueron expuestas en forma magistral por ambos intérpretes. El silencio religioso que suele reinar en la sala era más sordo que nunca y se extendió durante todo el espectáculo.

Luego llegó el turno de Wolfgang Amadeus Mozart con la Sonata para dos pianos K488 en sus tres movimientos: Allegro con spirito, Andante y Molto allegro. En este caso la elección fue para el maestro del clasicismo, considerado uno de los más destacados de la historia, cuya obra abarca todos los géneros. El tempo, la destreza en dedos y, por cierto, el perfecto dominio de la técnica, lucieron en todo momento logrando un Mozart pleno de matices y vibrante sonoridad.

En la Segunda parte dieron vuelo a las Danzas Sinfónicas para dos pianos OP.45b de Sergei Rachmaninov en sus tres movimientos: Non Allegro, Andante con moto (Tempo di valse) y, por fin, Lento assai – Allegro vivace - Lento Asai - Come prima- Allegro vivace. En este caso, el elegido fue uno de los últimos grandes compositores posrománticos europeo y considerado uno de los pianistas más influyentes del siglo pasado. Obra con marcado dramatismo. Lucieron las octavas –plato fuerte de Martha Argerich, que honró a Nelson Goerner con igual dignidad- y el sonido de las bordonas. La energía que reclaman ciertos pasajes fue otra marca registrada de ambos. El compositor exige cierto temperamento en la interpretación y esa noche encontró claramente las manos elegidas. Todo al servicio de una expresión emotiva y un sonido puro. La música inundó la sala.

Cuando los acordes presagiaban el final, una ovación cargada de “Bravos”, que se superponían y multiplicaban, celebró la labor de Martha Argerich y Nelson Goerner por varios minutos. Después de salir repetidas veces a saludar, ambos pianistas dieron lugar a los bises en forma generosa: Bailecito de Guastavino y Scaramouche: Basileira de Milhaud.

La sólida formación de ambos pianistas, la experiencia y la soltura lograda para tener perfectamente en dedos las obras fue la base de un espectáculo impar. Ambos, en forma directa o indirecta se formaron en la técnica de Vicente Scaramuzza, aquel riguroso pedagogo italiano llegado a nuestro país en cuyo conservatorio, inaugurado en 1913, Martha tomó clases. Allí, también, se formaron Sarabian y Scalcione, maestros de Nelson. Hago hincapié en la parte técnica porque es la que permite los altos niveles. Es mediante la técnica que aquel maestro propiciaba la naturalidad en la ejecución, relajación, simultaneidad, articulación dedo por dedo, precisión y otras muchas cosas más, de las que ambos intérpretes fueron ejemplo. El talento o el don constituyen un regalo, pero al virtuosismo elevado se llega y en él se permanece cultivándolo.

A lo dicho en forma esquemática agrego la profunda comunicación entre ambos ejecutantes y la perfecta comprensión de la partitura.

El Teatro Colón nos tiene acostumbrados a espectáculos de altos niveles de excelencia. Algunos, como el de la velada del 17 de julio de este 2023, merecen recibir otro adjetivo más: inolvidable.

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