Acostumbrados a remar sobre las olas del desconcierto, fueron varios los dirigentes argentinos que posaron su atención sobre las elecciones generales de España. No faltaban coincidencias con la Argentina. Era la batalla entre dos coaliciones antagónicas.
Una coalición que gobierna con un presidente de izquierda moderada (el socialista Pedro Sánchez), aliado a sectores de izquierda más dura y filo chavista (antes los lideraba Pablo Iglesias, de Podemos, y ahora se referencian en la dirigente comunista, Yolanda Díaz). Todos en búsqueda de remontar la tremenda derrota que habían sufrido en las elecciones regionales del 28 de mayo. Se jugaron al todo o nada, y hasta adelantaron los comicios al 23 de julio para hacerlos en medio del verano español. Un recurso estratégico que la Argentina conoce bien.
Del otro lado, con el optimismo de aquella elección de mayo, venía la coalición opositora. Liderada por el Partido Popular y su candidato (el gallego Alberto Núñez Feijóo), dudando un día y aceptando al otro que posiblemente iba a tener que hacer una alianza con la derecha extrema de Vox para poder llegar a la sede del gobierno en La Moncloa. Las encuestas decían, y muchos lo creyeron, que la derecha se estaba imponiendo con comodidad.
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También hubo otra encuesta, la del Centro de Investigaciones sociológicas (CIS), presidido por el dirigente Félix Tezanos que hace una semana publicó el sondeo estatal afirmando que Sánchez sería el ganador de la elección. Lo acusaron de manipular las cifras desde el Estado. Los argentinos también conocemos bien esta disciplina desde que Guillermo Moreno flexibilizó los números del Indec en tiempos de Néstor Kirchner.
Lo cierto es que no acertaron las encuestas privadas, que daban ganador a Núñez Feijóo pero por mucha más diferencia de la que realmente obtuvo. Y tampoco fue certero el CIS del prestigitador Tezanos, ya que Sánchez fue derrotado, aunque terminó más cerca de lo que imaginaban incluso sus mejores amigos del Gobierno. Evidentemente, la ineficacia de las encuestas como instrumento electoral no es solo una tendencia argentina.
España se convirtió este domingo en otro laberinto indescifrable de la política. El opositor Núñez Feijóo triunfó pero no puede armar gobierno en el sistema parlamentario español. Y Sánchez, que perdió pero no tanto tampoco puede armar gobierno para seguir en el poder salvo que logre convencer de apoyarlo al ex presidente de Cataluña, Carles Puigdemont, un exótico cabeza dura que fue preso por promover la separación catalana de España mediante un plebiscito prohibido por la Constitución.
Puigdemont terminó preso, huyó a Bélgica y logró la inmunidad ganándose una banca de legislador europeo. Dicen ahora que podría pedirle el indulto y la posibilidad de otro plebiscito a Sánchez a cambio de los votos para armar gobierno. Y si el presidente español fue capaz de hacer las elecciones con 40 grados y en vacaciones, toda España cree que también será capaz de encender la misma hoguera que ardió hace seis años y concederles el pedido a los catalanes de otro referéndum.
Nadie sabe bien que sucederá políticamente en España en las próximas semanas. Y hasta es posible que se llame a nuevas elecciones generales si el gobierno permanece bloqueado.
La filosofía antigua de Grecia asegura que la frase “solo sé que no se nada” pertenece a Sócrates. Pero eso tampoco es seguro. El que lo dijo habría sido Platón y no hay manera de confirmar tantos siglos después si la magnífica frase fue pronunciada o no por el padre del método dialéctico.
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Lo cierto es que en la política de España, después de las elecciones del último domingo, y en la política argentina, antes de las PASO del 13 de agosto, los dirigentes solo saben que no saben nada. El escenario electoral no puede ser más incierto.
Veamos algunas indefiniciones que agigantan la incertidumbre.
1.- En la elección primaria de Santa Fe, realizada el pasado 16 de julio, varias encuestas señalaban que la senadora Carolina Losada sería la ganadora de la disputa para ver quien de Juntos por el Cambio será el candidato a gobernar de la provincia. El triunfo se lo llevó, y por amplio margen, el radical Maximiliano Pullaro.
2.- Varios sondeos señalaban que en las elecciones para intendente de Córdoba capital se impondría el radical Rodrigo de Loredo. De hecho, los dos precandidatos presidenciables del espacio (Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich) llegaron hasta la provincia para compartir las mieles del gran triunfo.
La que iba a ser la foto de la unidad en la victoria terminó siendo la foto de la unidad en la derrota. Por más que brillaran las frases de reconocimiento para el candidato cordobés y los lamentos por la baja participación electoral de los cordobeses capitalinos, perder en las semanas previas de la elección principal nunca es un gran factor de motivación para la estructura partidaria.
Nadie ha resumido mejor el espíritu que se respiraba entre los dirigentes de Juntos por el Cambio sobre ese escenario cordobés que el propio candidato derrotado. “Los hice venir al pedo”, les dijo De Loredo a Rodríguez Larreta y a Bullrich con una sonrisa amarga. Pronunció así el más fantástico derroche de sinceridad que la política argentina ha tenido en los últimos tiempos.
3.- Las elecciones de Santa Fe y de Córdoba capital lograron agigantar, si eso fuera posible, la gran incertidumbre que la interna presidencial del 13 de agosto proyecta sobre Juntos por el Cambio. Los colaboradores de Bullrich ya no gritan a los cuatro vientos que la pelea interna de Juntos por el Cambio es un tema terminado, y que en octubre ganarán en primera vuelta la pulseada contra el candidato oficialista, el ministro Sergio Massa.
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Tampoco destilan optimismo los integrantes del equipo de Rodríguez Larreta, aunque tienen a mano encuestas que les adjudican el triunfo con cifras definitorias en la provincia de Buenos Aires. Núñez Feijóo y Sánchez también tenían encuestas que les prometían el paraíso. Y ahí están, cerca de la serpiente.
4.- Claro que si hay alguien que se mueve casi con felicidad dentro del oxígeno de la incertidumbre ese es Sergio Massa. El ministro de Economía arrastra sobre su espalda una inflación anual de tres dígitos; el agotamiento de las reservas monetarias en el Banco Central y la suba del dólar, que en su cotización blue ha pasado de los 500 pesos, y precisa más que ninguna otra variable económica la definición de un acuerdo con el FMI.
El domingo, tanto Massa como el propio Fondo, dieron a conocer el borrador de un acuerdo que se terminará de precisar en los próximos días. Como se preveía, el ministro candidato extenderá el impuesto a las importaciones y volverá a implementar un dólar especial para las exportaciones agrícolas a 340 pesos. Además, terminarán con el dólar ahorro que a esta altura compraban no más de 900.000 argentinos. A cambio, bajó sus pretensiones y pretende que el FMI desembolse unos U$S 4.000 millones para pagar el próximo vencimiento y disponer de un resto para timbearlo en el mercado durante los días calientes pre PASO.
Es creativo el kirchnerismo cuando toma medidas inevitables que pretende explicar desde la ideología. La expropiación de YPF y la de Aerolineas fueron bautizadas como argentinización. La extensión del gasoducto de Vaca Muerta, tres años y medio después de estar en el Gobierno y sin que todavía esté en condiciones de funcionar, fue denominado soberanía energética.
Así podrían citarse decenas de otros ejemplos de ese ocultamiento discursivo. Esta vez, la comunicación de las medidas financieras para acelerar la posibilidad del acuerdo con el FMI fueron agrupadas bajo el concepto “paquete fiscal”. Así se lo llama en el comunicado del ministerio de Economía para reemplazar lo que en economía se conoce como devaluación, aunque se trate lógicamente de una devaluación parcial.
Como Horacio Rodríguez Larreta y como Patricia Bullrich, y como Javier Milei, Juan Schiaretti y el debutante electoral Juan Grabois, Massa también es consciente de que navega en aguas desconocidas. Les plantea a sus colaboradores un campo de batalla en el que él termina primero en las PASO, enfrenta a la ex ministra de Seguridad con la que cree poder polarizar a los votantes, y triunfa trasvasando votos de sus contrincantes que van hacia su figura atraídos por alguna razón que solo él conoce.
Solo resta la gobernación de Chubut, el domingo próximo, como única elección previa a las PASO del 13 de agosto casi definitorias. Ninguno de los candidatos sabe con exactitud cual será el escenario final. No saben cuánto miden, cual es el techo ni el piso electoral. Ignoran el punto exacto al que podrán llegar.
En tres semanas, cuando se vote en las primarias y se abran las urnas, algunos de los candidatos sabrán por lo menos que la mayoría de los análisis y encuestas que les auguraban larga vida en el poder, eran sencillamente un manojo de mentiras.
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