El régimen macroeconómico del kirchnerismo vuelve a dejar al Banco Central vaciado de dólares. Ya lo había hecho a finales del 2015, cuando entregó el gobierno con 3000 millones de dólares de reservas netas líquidas negativas y lo está haciendo ahora, cuando ese monto se acerca más a los 8000 millones de dólares y todavía faltan unos meses.
Y quiero insistir, para alejar toda duda, que es el régimen macroeconómico, monetario, fiscal y cambiario la verdadera causa de la falta de dólares en el Banco Central.
En el 2022, sin sequía y con super precios para las exportaciones agroindustriales, el Gobierno logró comprar reservas por 5000 millones de dólares, pero endeudándose con organismos multilaterales y postergando los pagos de importaciones.
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Este “modelo” de exceso de gasto público, financiado con impuestos y emisión de pesos termina siempre con faltante de dólares, independientemente del monto de las exportaciones.
Frente a este panorama, la realidad obliga a tomar medidas.
El “manual” indica que hay que incrementar el tipo de cambio real para reducir importaciones y alentar exportaciones y hay que lograr ingreso de capitales, ya sea por inversiones voluntarias, por endeudamiento privado o por créditos que obtenga el sector público.
Respecto de la mejora del tipo de cambio real, en el corto plazo ello implica incrementar el precio nominal del dólar y evitar que ese incremento del valor del dólar se traslade rápidamente a los precios internos, para que la inflación no se “coma” la mejora del tipo de cambio.
El Gobierno en modo electoral, no quiere correr ese riesgo inflacionario, de manera que hace rato que ha reemplazado la necesaria devaluación del peso por restricciones crecientes a las importaciones.
En la “jerga”, prefirió ajustar por cantidad, en lugar de ajustar por precio.
Pero como tampoco quiere que se afecte demasiado el nivel de actividad, también por razones electorales, en lugar de prohibir directamente las importaciones de insumos y bienes no producidos, lo que hace es obligar a las empresas a pagar sus importaciones a plazo.
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Las empresas ignoran el precio del dólar oficial al cuál podrán, finalmente, cancelar sus deudas por importaciones, de manera que al fijar el precio de sus productos toman en cuenta el valor del dólar libre, más que el precio del dólar oficial, o algún número intermedio entre ambos.
Por lo tanto, el efecto inflacionario que se quería evitar con la devaluación del dólar oficial se produce igual porque muchos precios ya toman como referencia otro tipo de cambio.
Por supuesto que hay precios muy importantes que todavía se referencian en la evolución del dólar oficial, como los de alimentos y energía, pero en promedio, el ajuste por cantidades, opera menos que en otros períodos de la economía argentina en que existía brecha cambiaria y restricciones a las importaciones.
Es decir, el ajuste por cantidad es parcial y por eso se siguen perdiendo dólares por el lado de las importaciones y el ajuste por precio también es parcial, porque hay precios fijados al dólar oficial y precios siguiendo el dólar libre.
Respecto del ingreso de inversiones privadas se da una paradoja. Hay inversión extranjera directa, pero es en pesos.
Me explico, El Gobierno prohíbe el giro de dividendos a las empresas extranjeras y éstas —si tienen algún proyecto y para evitar que los pesos acumulados se les licúen— destinan ese dinero en pesos a la inversión nueva, en lugar de traer dólares del exterior, de manera que no se produce ingreso de fondos, por más que se anuncien inversiones en dólares, la mayoría son en pesos.
Quedan, finalmente, los préstamos del exterior que obtengan empresas privadas o el sector público.
Con una brecha del 100%, ingresar fondos prestados al dólar oficial para tener que devolverlos, eventualmente, con una brecha menor o nula, no parece ser una operación financiera razonable para el sector privado, salvo alguna excepción.
Quedan entonces los préstamos que obtenga el país, de inversores privados, o de organismos multilaterales o Estados.
Emitir deuda para colocar en inversores privados implica reconocer, al actual valor del riesgo país, tasas de interés astronómicas. Sólo queda entonces endeudarse con los organismos multilaterales o con otros Estados.
Respecto de los primeros, la Argentina está recibiendo fondos del Banco Mundial, el BID y otros, pero son préstamos que, por ahora, sólo alcanzan para pagar vencimientos de préstamos anteriores.
Queda, por lo tanto, el FMI que —al parecer— sólo hará desembolsos para cubrir sus propios vencimientos, condicionados a ciertas acciones de política.
Las únicas alternativas adicionales disponibles parecen ser los yuanes de China y quizás algo de Brasil, difícil.
Y así estamos.
Un Banco Central vaciado una vez más por el régimen macroeconómico kirchnerista y obligado por la realidad a limitar pagos de importaciones, conseguir que el FMI se pague a sí mismo y necesitado de ampliar el swap con China, para evitar restringir todavía más las importaciones o acumular más deuda con las empresas.
Pero para conseguir que el FMI se pague a sí mismo, hay que negociar metas y políticas.
Por lo que ha trascendido, el Gobierno ofrece encarecer ciertas importaciones vía el impuesto país, tratar de adelantar la liquidación de exportadores con algún precio especial del dólar oficial y reducir el gasto público más allá de la licuación inflacionaria, junto a cambios impositivos varios.
Ninguna de estas medidas genera dólares adicionales en la cantidad necesaria, aunque lograrían que el FMI se autopague estos meses.
Puede haber algo menos de importaciones, contra más inflación. Algún adelantamiento de liquidaciones de exportadores, también contra más inflación, si se incluyen commodities agrícolas que son insumos de alimentos y, si se consigue más endeudamiento en yuanes, lograr una menor caída del nivel de actividad.
Pedirle más a esta macro pre electoral sería demasiado. Pedirle menos sería una crisis mayor.
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