En medio de una campaña electoral argentina pobre, agresiva y sin propuestas novedosas, donde los medios juegan un rol de activos partícipes y no el de críticos, los temas de la agenda internacional no interesan (la guerra de Ucrania pasa desapercibida, por ejemplo) y en el que solamente los sucesos que vienen ocurriendo en Francia —especialmente en París— llaman la atención, es oportuno preguntarnos: ¿Por qué lo que vemos en los medios pasan en un Occidente rico y poderoso? ¿Qué se distinguen de Francia? ¿Por qué Francia?
No se trata solamente por la violencia que la televisión nos trae con precisión y en forma visual, sino porque muchas de esas escenas nos son comunes. Se han visto en Jujuy, en el Chaco, en la Avenida de Mayo y en la Plaza del Congreso y muchos otros lugares públicos de nuestro país que han sido testigos de vandalismo y represión. Escenarios que ahora los vemos en Francia.
No solo aquí, en Argentina, en muchos países latinoamericanos se repite la violencia callejera. Es más, se comienza a decir que solamente se logra la gobernabilidad si “no hay piquetes ni manifestaciones callejeras”.
Lo distintivo de esta violencia que aparece de tanto en tanto en las calles parisinas, es que ocurre de golpe por un hecho policial que —por lo general— se produce entre las fuerzas “del orden” y un joven (o varios) en la “banlieue” (periferia), el cual rápidamente congrega a miles de personas (“beurs”) que salen a la calle a repudiar violentamente la brutalidad policial y que no responden a un movimiento político como en Estados Unidos —con el black power— sino que simplemente son revueltas anónimas, raciales, etarias y emocionales, liderada por jóvenes, sin una conducción que los dirija y sin otro fin que manifestarse violentamente.
Es decir, es una violencia que no tiene antecedentes. Son los hijos o nietos de inmigrantes musulmanes que se quieren pelear con los policías y estos policías, franceses, hijos y nietos de nativos, quieren pelearse con ellos.
Los sindicatos policiales que agrupan desde un simple policía hasta un alto oficial no tienen en su mayoría interés en aplacar la violencia. Es una batalla en las calles y los policías la quieren ganar a palos, como la quieren ganar los jóvenes musulmanes que habitan los suburbios parisinos, puesto que consideran a todo policía, un enemigo que los odia y solo quiere lastimarlos y humillarlos.
Haciendo un poco de historia moderna, podemos señalar que así como la “revolución conservadora” —mal denominada “liberal” en la Argentina—, la de Thatcher y Reagan, se produjo en el mundo anglosajón y tuvo influencia en varios países del norte de Europa. Francia no fue alcanzada y las fuerzas sociales y políticas (el socialismo en primera instancia) siguieron manteniendo peso político.
Muchos inmigrantes de primera y segunda generación se sumaron a esos movimientos políticos encontrando un lugar donde integrarse. Esos jóvenes no se sintieron extranjeros.
Pero cuando el socialismo (y la izquierda en general) claudicó y en los gobiernos progresistas aplicaron políticas liberales, atenuadas, pero liberales económicamente. Los nietos de esos inmigrantes ya no se sintieron contenidos y se fue ensanchando la brecha social y religiosa, que sumada a los atentados terroristas realizados en Francia por el DAESCH, le dio argumentos y miedo a las capas medias y bajas francesas que empezaron a odiar a esos inmigrantes a los que había acogido fraternalmente. Se edificaron así los getos y las banlieux donde habitan musulmanes agresivos, llenos de resentimiento y policías franceses blancos y dispuestos a utilizar la violencia antes que la ley.
La democracia representativa con todas sus limitaciones y defectos fue el ejemplo a reproducir en el mundo occidental, desde la derrota del nazismo y del comunismo, ya que, más allá de sus fallas e injusticias, ha sido considerada como la utopía a alcanzar en muchos Estados de esa región e instalándose también, no sin dificultades y retrocesos, en África, Asia y América Latina.
Es difícil explicar que el Estado que dio origen a la democracia occidental moderna, que impulsó a Occidente a copiar su modelo político, económico y cultural, hoy se vea jaqueado por miles de inmigrantes que se cobijaron en su territorio y allí progresaron, educaron a sus hijos y mandaron dinero a sus padres.
La repuesta no es fácil, ni creemos que exista una sola. Una de ellas, a mi criterio, es el gran cambio que se fue produciendo en la economía mundial. La globalización: hija de la derrota del comunismo y que puso punto final a la guerra fría, impulsó a las fuerzas productivas de países que no contaban en el mercado internacional y que comenzaron a crecer y a disputar mercados. También a esforzarse por obtener nuevas y modernas tecnologías con las que comenzaron a competir en igualdad de condiciones con las potencias desarrolladas de Occidente.
Comenzó una nueva disputa del poder global. La vieja Europa empezó ver como perdía parte de su influencia mundial. China, la India, Brasil y países de Asia, América Latina y África empezaron a ser competidores, dejaron de ser colonias y a disputar parte del poder que había sido apropiado por el mundo europeo-occidental, que comenzó a disminuir progresivamente. La Rusia de Putín se animó a invadir un país importante, como Ucrania, sin esperar el visto bueno europeo, aprovechando, la derrota norteamericana en Afganistán y la ruptura de Gran Bretaña con el Brexit.
China, más allá del Coronavirus y de su régimen político poco democrático, no detiene su crecimiento y ya es la primera potencia exportadora e importadora del mundo. La India surge desde su inmensa pobreza como una potencia industrial/militar, convirtiéndose en la quinta economía mundial. Nuestro vecino Brasil, luego de sacarse de encima a Bolsonaro, retoma la senda de crecimiento para convertirse en una potencia global. Es decir, el mundo actual no es el mismo, y Francia comienza a pagar los costos de una merma de su riqueza y de su poderío, por lo que debe adaptarse a la nueva geopolítica internacional, que tiene sus costos con una inmigración rebelde y contestataria como nunca tuvo.
En ese marco creemos que se debe visualizar los acontecimientos violentos que vivió Francia estos últimos días, no como hechos singulares y particulares, ya que posiblemente se extiendan y propaguen en muchos países de Occidente y del mundo en desarrollo. Si no se modifican las tremendas diferencias que existen entre ambos mundos, que impulsan a los movimientos migratorios a movilizarse y demandar espacios de poder y que se extienden a las grandes capitales del mundo desarrollado, se impulsará el odio racial y muchas al terrorismo.
Si bien la influencia de Francia en la Argentina se ha debilitado desde la dictadura militar por el tema de la violación de los derechos humanos, su cultura sigue teniendo influencia y lo que ocurre allí influye significativamente después en nuestro país. El mayo francés tuvo una importancia enorme en nuestras universidades y mucha militancia leyó y se cultivó a través de Debray, Conh- Bendit, Fanon y las lecturas de los “miserables” de Victor Hugo, de Camus, de Sartre, de Aaron y de Malraux.
Es por ello que debemos prestar atención a estos acontecimientos que ocurren en Francia, cada vez con mayor frecuencia, ya que pueden significar un cambio importante en el devenir de las democracias latinoamericanas y en el mundo desarrollado.
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