“Lost in Trans Nation”: un libro refleja el drama de los padres de adolescentes que creen vivir en el cuerpo equivocado

La pediatra y psiquiatra estadounidense Miriam Grossman alerta sobre un fenómeno creciente y peligroso, y señala que los tratamientos que se prescriben en muchos países están siendo prohibidos a los menores en las progresistas Suecia, Finlandia y Gran Bretaña

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La pediatra y psiquiatra Miriam
La pediatra y psiquiatra Miriam Grossman es autora de una guía para padres de adolescentes con ROGD (Inicio rápido de disforia de género)

En Lost in Trans Nation. A Child Psychiatrist’s Guide Out of the Madness (“Perdidos en la Nación Trans. Guía de una psiquiatra infantil para salir de la locura”. Amazon), Miriam Grossman busca alertar sobre una epidemia que ya ha llegado a estas costas: el transgenerismo. Afecta, y eso es lo más grave, a adolescentes, especialmente mujeres, que de pronto caen en lo que se llama ROGD (Rapid onset gender disforia: Inicio rápido de disforia de Género).

Grossman empezó a interesarse en la cuestión cuando, al notar un alarmante incremento de enfermedades de transmisión sexual y abortos entre adolescentes, se puso a estudiar los contenidos de la educación sexual en las escuelas y quedó impactada al descubrir que se estaba enseñando “un sistema de creencias o una ideología de género”.

En una entrevista con el psicólogo canadiense Jordan Peterson, quien además prologa el libro de Grossman, ésta explica que a los niños “se les estaba enseñando que existe algo llamado género que es diferente del sexo, que existe una suerte de sexo psicológico que puede estar en total desacuerdo con tu sexo físico y que eso es perfectamente normal y saludable y que es maravilloso explorar cuál puede ser tu género”.

De inmediato ella percibió la peligrosidad de esta teoría, que incluso considera “anti ética”, y el “efecto de confusión y desestabilización” que puede tener, en especial en adolescentes y jóvenes. “No es cierto que puedes divorciar tu identidad de tu realidad física”, afirma Grossman, categórica.

Se les ofrece a los niños negar la realidad, dice. Es más, hay una celebración de esa negación de la realidad. Como psiquiatra, se dedica desde entonces a ayudar a los padres de estos adolescentes que, dice, “atraviesan un calvario”. “Quiero darle a esa gente una voz y por eso acepté esta entrevista”, le dice a Peterson. “Los padres de estos niños están sumergidos en una oscuridad, una confusión; me refiero a los que no acceden de inmediato a la ‘afirmación’ de sus hijos y creen que el problema pasa por otro lado, que sus hijos padecen otros trastornos o traumas”, explica.

El psicoanalista canadiense Jordan Peterson
El psicoanalista canadiense Jordan Peterson entrevistó a Miriam Grossman, autora de "Lost in Trans Nation"

Vale aclarar que no se trata aquí de personas hermafroditas (o interesexuales como se las llama actualmente) o que verdaderamente sufren de disforia de género. Esta última, por otra parte, se manifiesta desde la más tierna infancia. Grossman en cambio está hablando de adolescentes que de pronto -de ahí lo de “inicio rápido”- afirman sentirse del sexo opuesto.

“En los últimos años hubo un crecimiento explosivo de personas que buscan tratamiento por disforia de género -dice Grossman-. Es una histeria, una ola, un tsunami, y espero que estemos en la cresta de la ola, pero podemos estar en el comienzo. Hace apenas 10 años, tenías un caso en decenas de miles. Era rarísimo, sobre todo en adolescentes, no así en niños. Ahora podemos tener 10 o 20% de casos de una clase de secundaria que dicen identificarse con el sexo contrario al de su biología. ¿Hasta cuánto llegará?”

Grossman refuta la creencia de que el hombre y la mujer “son invenciones humanas separadas de la biología; que el sexo de un recién nacido sano se ‘asigna’ arbitrariamente y a menudo de forma incorrecta; y que, como resultado, el niño requiere ‘afirmación’ mediante intervenciones médicas: estas ideas están divorciadas de la realidad y, por tanto, son peligrosas, especialmente para los niños”.

“La creencia principal -que la biología puede y debe negarse- es un repudio de la realidad y una burla de lo que la ciencia enseña sobre ser hombre y mujer”, escribe. En su libro, advierte de que “niños y adolescentes físicamente sanos están siendo desfigurados permanentemente y a veces esterilizados”.

Grossman desmiente categóricamente el concepto de identidad de género: “Hoy sabemos que hombre y mujer no son diferentes sólo a nivel de sus genitales -gestar, menstruar, dar el pecho- sino que cada célula es diferente. El tema es que niños y padres han sido llevados a creer que se puede intervenir en eso con medicamentos, con hormonas, que se puede negar la biología, ponerla en pausa, y hasta crear una persona del sexo opuesto sin pagar un gran precio por eso”. “Esa es la mentira que les han dicho”, subraya.

La Ley de Identidad de
La Ley de Identidad de Género

En la entrevista con Peterson -una imperdible conversación entre dos especialistas de gran nivel- Grossman dice que escribió el libro para compensar la actitud de la mayoría de sus colegas que consiste en derivar de inmediato a esos chicos al endocrinólogo para que les den bloqueadores de pubertad o los sometan a tratamientos hormonales. “Estoy perturbada por cómo estos padres son tratados por la profesión médica y psiquiátrica”, dice.

Jordan Peterson señala por su parte que no existen suficientes estudios e información sobre los efectos de las transiciones de género; sin embargo, se sostiene sin respaldo serio que, si no se acompaña a los jóvenes en su transición, puede agravarse su mal y hasta llevarlos al sucidio. La legislación acorrala a los profesionales y a los padres, agrega. Esto sucede también en la Argentina.

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Por ejemplo, el artículo 12 de la Ley de Identidad de Género promulgada en 2012: “Deberá respetarse la identidad de género adoptada por las personas, en especial por niñas, niños y adolescentes, que utilicen un nombre de pila distinto al consignado en su documento nacional de identidad. A su solo requerimiento, el nombre de pila adoptado deberá ser utilizado para la citación, registro, legajo, llamado y cualquier otra gestión o servicio, tanto en los ámbitos públicos como privados”.

Traducido: ningún maestro o profesor secundario puede contradecir el deseo -capricho, antojo o trastorno- de un niño que quiera ser tratado como niña o viceversa. Estaría infringiendo la ley.

El año pasado se cumplieron
El año pasado se cumplieron 10 años de la vigencia de la promulgación de la Ley de Identidad de Género

Para Miriam Grossman las únicas víctimas no son los niños y adolescentes sino también los padres, incluso toda la familia, el entorno del menor. No se refiere a los casos de niños que, desde pequeños, manifiestan disforia de género. “Este ROGD es contagio social, alentado por las redes”, dice. Algo similar sostiene la historiadora y psicoanalista francesa Elisabeth Roudinesco, que llama “epidemia transgénero” a la obsesión por borrar el sexo biológico y suprimir “la diferencia anatómica en nombre del género”.

Grossman quiso conocer más de cerca el sufrimiento -”el terrible calvario, el trauma, el dolor, incluso el duelo”- de los padres de estos jóvenes y tuvo varias reuniones por zoom con ellos. “Mi profesión no los reconoce, los ha abandonado, por eso me parecía importante escucharlos, porque sé cuán traumatizados están. Imaginen escuchar a su hija hablar con la voz más grave o verle crecer el vello en la cara, o a su hijo ir a la graduación con tacos, vestido y maquillado. Y hay cosas peores: enterarte de que tu hija va a someterse a una mastectomía, o tu hijo a una cirugía genital, que van a quedar estériles, que no vas a ser abuelo o abuela”, describe.

“Los padres están sufriendo, lo veo en los grupos secretos que forman”, advierte. En las reuniones por zoom, el 80 por ciento estaba con la cámara apagada, dice, y el motivo es que estaban llorando.

Los grupos de padres de adolescentes con disforia de género son semi clandestinos, porque al sufrimiento que trae de por sí esta situación se suma el agravante de no ser reconocidos y eso hace que sea más difícil de soportar y de superar. Están en una enorme soledad. No pueden compartir su drama con otras personas. Y a veces están incluso en desacuerdo en la pareja. Además, tienen la esperanza de que sus hijos desistan, de que salgan de la confusión, y por eso no quieren hablar abiertamente para no perderlos. “En los zoom yo veía que estaban en el auto, en el sótano, en el garaje, en el baño, susurrando”, dice Miriam Grossman.

“Es un dolor demonizado -acota Peterson- No te atrevas a sufrir por eso, es impropio, hasta inmoral. Los padres sólo pueden, deben, celebrar. De lo contrario son tratados de homófobos, machistas, etc”.

Jordan Peterson prologó el libro
Jordan Peterson prologó el libro de Grossman

“Para los padres -retoma Grossman- esto es desestabilizador, disruptivo, es un calvario, por años y años. Mucha gente está muy preocupada por los suicidios adolescentes, y con razón, pero también los padres se suicidan. Muchos están bajo medicación, padecen insomnio. Esto los está llevando a la desesperación. Ver a sus hijos volverse irreconocibles en personalidad y en físico...”.

A los padres se les dice que deben “afirmar” a sus hijos o, de lo contrario, éstos podrían suicidarse. En su libro, Grossman aconseja a los padres sobre cómo manejarse en estas situaciones, por ejemplo, frente a las instituciones en las que deberían poder confiar y con cuyo respaldo ya no cuentan, porque sus agentes están todos ganados por esta ideología o amedrentados: escuelas, hospitales, asistencia social, justicia, etc.

Ella señala además que no les advierten a las personas acerca de los efectos secundarios de estos tratamientos: esterilidad, disfuncionalidad de los órganos genitales, osteoporosis, más probabilidad de desarrollar cáncer, etcétera. Peterson no se anda con vueltas: habla de “carniceros y mentirosos”...

Grossman por su parte, destaca el hecho de que los países que fueron más “liberales”, los “más lgbtq+ friendly” están dando “un giro de 180° y los tratamientos que autoridades médicas y funcionarios estadounidenses califican de “cruciales” y “salvavidas” han sido prohibidos para menores “en las progresistas Suecia, Finlandia y Gran Bretaña”, donde los niños ya no podrán recibir tratamientos hormonales, mientras que en otros países todavía es fácil conseguir bloqueadores de pubertad.

Una de las últimas iniciativas en este sentido se da justamente en el Reino Unido, donde el Premier Rishi Sunak intenta incluso prohibir en las escuelas la llamada “transición social”, es decir la adopción por los niños de un nombre, vestimenta y corte de pelo acordes a su nueva “identidad de género”. De momento, la iniciativa está bloqueada porque lo impide la Ley de Igualdad. El gobierno debería primero reformarla, lo que no es impensable ya que al Primer Ministro le preocupan las consecuencias de estas transiciones. Según una fuente gubernamental citada por The Times, “se necesita más información sobre las implicaciones a largo plazo de permitir que un niño actúe como si fuera del sexo opuesto y el impacto que eso puede tener también en otros niños”.

En sentido contrario, se busca instalar la idea de que existe un consenso en la comunidad científica sobre el tratamiento que debe darse a estos casos pero, como lo saben los países que fueron pioneros en estas prácticas y hoy las están revisando, los tratamientos y protocolos están en debate porque todavía no se ha reunido suficiente evidencia sobre sus efectos. El libro de Grossman incluye un repaso por las distintas posiciones de los científicos.

Miriam Grossman: “Las autoridades médicas,
Miriam Grossman: “Las autoridades médicas, educativas y gubernamentales aconsejan apoyar los ‘viajes de género’ de niños, incluidas las intervenciones médicas experimentales con escasas pruebas de mejora a largo plazo (lo que) no sería aceptable en ningún otro campo de la medicina”

Sin embargo, actualmente en muchos países, Argentina incluida, si un joven afirma ser transexual, se supone que padres, médicos, profesores, todo el entorno, deben aceptar ese autodiagnóstico y dejarlos tomar solos “la decisión más importante de sus vidas: alterar sus cuerpos para, según dicen, ‘alinearlos’ con sus mentes”, en palabras de Grossman. “Las autoridades médicas, educativas y gubernamentales nos aconsejan que apoyemos los ‘viajes de género’ de niños inmaduros aún en desarrollo, incluidas las intervenciones médicas experimentales con escasas pruebas de mejora a largo plazo”, sostiene la autora de Lost in Trans Nation. Algo que, dice con toda lógica, “no sería aceptable en ningún otro campo de la medicina”.

Esta experimentada psiquiatra infantil manifiesta desconcierto ante la poca reacción que generan estas políticas. En 2009, había publicado un libro titulado You’re teaching my child what? (¿Qué le están enseñando a mi niño?) sobre los contenidos de las clases de Educación Sexual y creyó que eso desataría un escándalo. Pero eso no pasó. En Argentina, miles y miles de empleados públicos, funcionarios, legisladores, docentes de todos los niveles, etc. ya han padecido los cursos que define la Ley Micaela, que antes que enfrentar con eficacia la violencia doméstica, busca inculcar ideología de género, doctrina queer pura y dura. No hay reacciones en la proporción que cabría esperar.

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Lo mismo pasa con la ESI (Educación Sexual Integral) en la Argentina: sus contenidos son tan inapropiados como los que describe Grossman en Estados Unidos. Pero la reacción de padres y docentes es hasta ahora mínima, por no decir nula. A pesar del peligro que encierra esta bajada de línea. El contagio social ya esta instalado. Es alentado por políticas públicas irresponsables. Nadie está prestando la atención necesaria al hecho de que, por ejemplo, en una sola clase haya 3 chicas en “transición” de género. Esto demuestra que, como dice Grossman, no se trata de verdadera disforia de género, sino de contagio social.

Los contenidos de la ESI
Los contenidos de la ESI (Educación Sexual Integral) en la Argentina son tan inapropiados como los que detectó Miriam Grossman en las escuelas estadounidenses

En su libro, ella es categórica: “Esto es maligno. Es maligno adoctrinar a niños y jóvenes con falsedades y meter una cuña entre ellos y sus padres. Es maligno alentarlos a tomar un camino que lleva al daño. Y es maligno pintarlo de colores, describiendo todo como un viaje hacia la autenticidad”.

“Ningún niño nace en el cuerpo equivocado -asegura-, sus cuerpos están bien; son sus vidas emocionales las que necesitan sanación”.

Y advierte: “Ninguna familia es inmune a esto. Los padres están siendo emboscados, No están preparados, creen que en su familia no va a pasar. Por eso mi libro no es solo para los que están atravesando esto, sino para todos los padres, para evitar llegar a esto. Hay que informarlos. De lo que está sucediendo en la escuela, en el servicio social, en la justicia; los padres son presionados por la justicia”. Y reitera: ”Esto es diabólico…” Un padre o una madre que se nieguen a ver y tratar a su hija como hijo, o viceversa, pueden ser denunciados a los servicios sociales. El libro de Grossman intenta brindar herramientas a los padres para evitar que estos casos lleven a la destrucción de sus familias.

Grossman ha pagado un precio por defender estas verdades, por nadar contra la corriente: “Cuando desafié a la corrección política, personas que yo creía que eran mis amigos me evitaban y tras años de reseñas positivas de mis trabajos, de repente empecé a recibir una crítica negativa”.

Cuando Jordan Peterson -que también ha sido víctima de cancelación- le pregunta por qué persiste, ella da dos motivos. El primero es que es hija de sobrevivientes del Holocausto. Entiende la tiranía, lo que implica que una persona con poder empiece a decir falsedades y mucha gente la siga por miedo o intimidación.

“La segunda razón -dice- es que soy una persona de fe, de profunda fe: creo en verdades eternas y creo que parte del motivo por el que estoy en este mundo es para defender la verdad, en la pequeña medida en que me es posible, para proteger en particular a los jóvenes y a sus familias de esta terrible oscuridad de mentiras”.

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