Sobre el mérito es mucho lo que se ha escrito pero, claro, siempre desde una posición u otra, la que va desde la sobrevaloración hasta la devaluación absoluta. Creo que es casi imposible hacerlo desde una neutralidad que sostenga una posición aglutinante, lo que si podemos es analizar –haciendo un recorte- desde donde es que se la promueve, fomenta o mantiene y desde que lugar se intenta desvalorizarla, sentenciarla y hasta darla por muerta.
En su aspecto positivo, la palabra merito designa el valor o importancia que tiene un propósito o un individuo, por ejemplo viajar a la luna o ser astronauta. También otorga el derecho a recibir reconocimiento por haberlo hecho. Asimismo, los méritos o acciones pueden ser negativos y acarrear un castigo: “Has hecho muchos méritos en tu historia criminal como para ser el delincuente más buscado del país”.
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Cuando a una palabra le agregamos un prefijo o un sufijo pierde su denotación original, y hasta lo que connota. Si al término “merito” le agregamos el prefijo “de” (de-merito) le quitamos el valor, la importancia y hasta el derecho al agradecimiento a la acción o persona a la que se alude.
En cambio sí a “merito” le añadimos un sufijo, por ejemplo” cracia” (merito-cracia) lo que hacemos es considerar que gobierna el mérito, o que, por el mérito se gobierna. Esto implicaría, por ejemplo, que los funcionarios del Estado sean elegidos de acuerdo a su capacidad.
Como se puede ver la gramática nos va dando pistas de cómo se deben tratar a las palabras para que lo que queremos decir sea eso y no otra cosa. Entonces porqué la palabra meritocracia es usada por estos días como una forma maligna y cruenta de andar por la vida si, en realidad, no es más que una forma de evolucionar.
Meritocracia, según sea quien utilice el sustantivo, podría significar cosas buenas o malas, aunque designa a una forma de gobierno que, según su significado, agrava el sentido para bien o para mal. Todo es cuestión de contextos. En realidad, solo algunas históricas sociedades, forzadamente, se podrían entender como meritocráticas pues, a estas, les tocó luchar contra las aristo-cracias (aristo-cracia es un término que designa a una élite gobernante cuyos poderes políticos y riqueza están investidos de títulos y privilegios, además de la superioridad moral e intelectual). Entonces surge un primer interrogante ¿Quiénes denostan el mérito como forma usual de crecimiento personal o colectivo, o como mecanismo de ascenso social, aspiran a ser una aristocracia? Ya veremos.
El uso peyorativo del término –absolutamente inaplicable en los tiempos que corren– se comenzó a construir a mediados del siglo XX cuando, en 1958, Michael Young en su libro The rise of the meritocracy (El ascenso de la meritocracia) acuñó la palabra meritocracia en un contexto distinto del más arriba descripto (lo que si resulta sospechoso es que Young era miembro de una aristocracia ya que ostentaba el título nobiliario de “Baron Young de Dartington”), connotando una especie de darwinismo social, basado en la idea de la supervivencia del más apto, según una loca teoría Spenceriana profusamente utilizada para fines políticos y refutada magistralmente por Stephen Jay Gould (paleontólogo estadounidense, geólogo y biólogo evolutivo estadounidense), quien consideraba que sus argumentos, apoyados en una falsedad científica, “perpetuaron las injusticias sociales, basándose en la supuesta inferioridad innata de algunos seres humanos”.
Como se observa hay más de una forma de ver la realidad. Hay quienes creen en que, como postula Darwin “los miembros débiles de las sociedades propagan su especie y con esto, se degenera la especie humana”. O como Jean-Baptiste Lamarck que observa que “la capacidad de los organismos de adaptarse al medio ambiente y los sucesivos cambios que se han dado en esos ambientes, fue lo que habría propiciado la Evolución”.
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Las teorías modernas están rescatando por estos días a una y otra tesis conscientes de que cada uno busca justificar su posición ante lo que considero una cuestión de intereses asociada a “ideologías” políticas nunca bien consagradas, ni ponderadas en su justo contexto. Hoy quienes quieren dar por muerto al mérito lo hacen desde, a lo mejor, una bien intencionada postura que sostienen teóricamente en los postulados de Young, omitiendo aceptar que estos se obtuvieron a partir de realidades culturales absolutamente distintas a la que nuestra idiosincrasia e institucionalidad sustenta. Tal vez confundidos o confundiendo conceptualmente lo que se da en llamar la igualdad de oportunidades. Más adelante retomaremos este concepto.
A nadie escapa que hubo una generación de inmigrantes que llegaron a la Argentina detrás de un sueño de libertad y crecimiento, escapando de tiranías (de derecha e izquierda), guerras (sustentadas por la izquierda y la derecha) y aristocracias (de derecha y de izquierda). Algunos lograron materializar sus anhelos por sí mismos y otros a través de sus descendencias. Muchos continuaron luego esa costumbre de que cada generación mejore la anterior y para ello fueron aportando trabajo, ideas, ahorros y capital simbólico.
Desde hace unos años a esta parte es que algunos radicalizados (Cuando digo radicalizados me refiero a aquellos que buscan respuestas que no quieren encontrar) se propusieron quebrar esta conducta y para ello desplegaron sus discursos llenos de falacias y presupuestos. Acompañaron sus diatribas con calificaciones y resignificando conceptos que nunca se consideraron socialmente válidos, moralmente reivindicativos y mucho menos saludables. De entre las calificaciones se comenzaron a escuchar y leer términos que iban desde oligarca a desclasado porque, claro, no se libra nadie que tenga la osadía de salirse de los márgenes de las “ideas” que les dan identidad y pertenencia. Créanme que esto último es parte central de la forma en que viven sus vidas, claro que no puedo dejar de admitir que es algo peligroso, porque no todas las ideas son buenas.
Cuando de resignificar se trató iniciaron un camino discursivo promoviendo nuevas formas de dignidad, por ejemplo, la pobreza se convirtió en algo digno. La delincuencia en un camino derivado de la injusticia social y por ello de rebelión, entonces digno. La violencia paso a ser una herramienta que construye dignidad y que, por ejemplo, se verifica cada vez que nos anoticiamos de un caso de “justicia” por mano propia. También el cinismo (en su peor versión) se convirtió en una práctica válida para sostener dignidades propias y ajenas. Todo esto en honor a la subsistencia, pero de crecer emocional, patrimonial y moralmente, nada. Hasta es posible que esto sea adrede, para mantener un estatus quo que a alguien le conviene, pero a quien ¿A la derecha? ¿A la izquierda? ¿A ambos? o a una nueva aristocracia de amigos y familiares que se reparten el poder sin remilgos, sin nausea alguna.
En el país hoy hay una verdadera movida en contra del mérito y la meritocracia, cuyos personeros exteriorizan su animadversión interpelando con un lenguaje lleno de imágenes dolientes. Interrogan a propios y ajenos sobre ¿qué pasa con los tontos, los lisiados, las niñas que se embarazan a los quince años, los que cometieron un error a los diecinueve o andaban “perdidos” hasta los veinticinco? ¿Qué pasa con los flojos, los lentos, los socialmente incompetentes, los culturalmente desadaptados?
Todas esas preguntas se responden por si mismas si las ponemos en el contexto correspondiente que, como se observa, no es otro que apelar a la común práctica de tomar la parte por el todo en un intento de masificar, justificar, argumentos falaces. Como el propósito de esta columna no es más que desentrañar una serie de conceptos que nos lleven a vislumbrar porqué hay interés, en determinados ámbitos, por denostar el mérito designándolo como una suerte de canibalismo social en el que siempre pierde el menos apto, nos preguntamos: ¿aquel menos apto los es por qué? ¿Quién lo determina? Aquí podemos decir que Stephen Jay Gould tenía razón al decir que con sus argumentos “perpetuaron las injusticias sociales, basándose en la supuesta inferioridad innata de algunos seres humanos”.
Si hay algo que los argentinos tenemos, con sus más y sus menos, es un Estado proveedor. Este, entre otras cosas, garantiza la educación, esta que nos iguala pues a nadie se le niega ni directa, ni indirectamente. Es lo más inclusivo que se puede exigir en materia de derechos. Claro que, aunque la educación esté garantizada, hay quienes alegan que en el sistema de mérito solo los que se destacan por inteligencia y/o esfuerzo obtienen calificaciones y promedios que generan una suerte de discriminación positiva, pero injusta; y se preguntan ¿Qué hacemos para evitar esto?
Estamos de acuerdo en que, definitivamente, ni las calificaciones ni el promedio puede definir el destino de un alumno. Tampoco el pedir privilegios que otros no tienen con la intención de igualarlos pues estaríamos nuevamente generando una discriminación positiva, pero a la inversa. Lo que sería justo, igualador y digno residiría en hacer hincapié en sus talentos y no sollozar por sus supuestas incapacidades, ayudándolos a redescubrir esas potencias que traen consigo mismos, transformar sus realidades en victorias personales. Es decir que, tal vez, el camino hacia esa equidad es que nos ocupemos de desarrollar sus fortalezas en vez de profundizar sus debilidades, aunque así también estemos promoviendo el mérito.
Es paradojal porque todos los caminos nos estarían llevando al mismo lugar. Tras lo dicho es momento de retomar el concepto de Igualdad de Oportunidades. Aunque hay quienes toman a este como un sinónimo de simetría social, de distribución legítima de la renta y hasta de socialización de la inteligencia, la igualdad de oportunidades, conceptualmente, define a un sistema social donde todas las personas tienen las mismas posibilidades de acceder al bienestar social y poseen los mismos derechos políticos. Es decir, volviendo a las bondades del Estado presente, podemos decir que la Igualdad de Oportunidades tiene existencia vital en nuestro país.
En realidad lo que se hace necesario es mencionar que la igualdad no es un concepto cerrado pues hay una definición general y dos posturas políticas bien definidas: La igualdad natural como un principio que establece que todas las personas en estado natural, somos iguales. La igualdad de oportunidades es una idea de justicia social que se verifica cuando todas las personas tienen las mismas posibilidades a la hora acceder a los bienes sociales disponibles.
La igualdad de resultados por otra parte significa que cada persona recibe efectivamente la misma cantidad del bien social o económico que cualquier otra persona. Un ejemplo clásico para dar una imagen clara de lo que igualdad de oportunidades significa se encuentra en la rifa de un pastel, en el que cada persona recibe un número. Sin embargo, en este ejemplo no habría igualdad de resultados, ya que al final una persona obtendría el pastel y los demás no tendrían nada. La igualdad de resultados se daría si el pastel se divide en trozos y se reparte a todos por igual.
La igualdad de oportunidades y la igualdad de resultados son dos posturas alternativas para organizar de modo justo una sociedad. Ambos conceptos están estrechamente relacionados con la noción de libertad negativa y libertad positiva. La libertad negativa de un individuo se refiere a que «le permiten» ejercer su voluntad, pues nadie se lo impide. La libertad positiva se refiere a que «puede» ejercerla, al contar con el necesario entendimiento de sí mismo, y la capacidad personal para ejercerla.
Finalmente esto se relaciona con las formas de gobierno que los países eligen. Tradicionalmente se ha pensado que la igualdad de oportunidades se logra mediante la no intervención del gobierno en la distribución (quedando su papel reducido a garantizar la “libertad negativa”: libertad de expresión, libertad religiosa, garantías para la propiedad privada, etc.), mientras que la igualdad de resultados requiere la intervención del gobierno mediante la ejecución de programas de bienestar para los pobres y la instauración de impuestos progresivos.
Entonces, creo, queda claro que quienes quieren dar por muerto o matar al mérito son aquellos que reclaman la igualdad de oportunidades promoviendo la igualdad de resultados, confundiendo así a propios y extraños. Esta dicotomía no es inocente pues en la confusión lo que en realidad se construye es una nueva aristocracia de familiares y amigos, está en la que se distribuyen para si las oportunidades y resultados enmascarando su acción detrás de un discurso que reclama inclusión y empatía, señalando al otro como parte de una siniestra sociedad de malvados odiadores, aunque nunca aclaran que es lo que estos odian.
Una demostración irrefutable de igualdad de oportunidades:
“Un profesor suspende a la totalidad de la clase”
En una universidad americana, un profesor de economía decía que nunca había suspendido a un solo alumno, hasta que una vez suspendió a toda la clase. Esa clase en particular, había insistido en que el socialismo realmente funcionaba: con un gobierno asistencial intermediando en la riqueza, nadie sería pobre y nadie sería rico, todo sería igual y justo.
Entonces, el profesor les dijo: – “Ok, vamos a hacer un experimento socialista en esta clase. En vez de dinero, usaremos sus notas, las que obtengan de las pruebas. Todas las notas serán concedidas con base a la media de la clase y por tanto serán ´justas´. Todos recibirán las mismas notas, lo que en teoría, significa que nadie será suspendido, así como también que nadie recibirá un 10″
Tras la primera prueba, el profesor calculó la media y todos recibieron un “7″. De esta forma, quienes estudiaron con dedicación quedaron indignados; pero los alumnos que no se esforzaron, quedaron muy felices con el resultado. Tras la aplicación de la segunda prueba, los estudiantes flojos estudiaron mucho menos (ellos esperaban sacar notas buenas de cualquier forma); y los que al inicio habían estudiado mucho, decidieron que ellos también aprovecharían el tratamiento propuesto para sus notas.
Como resultado, la media de la segunda prueba fue de “4″. Por supuesto, a nadie le gustó… Después de la tercera prueba, la media general fue de “1″. Si bien, las notas no volvieron a niveles más altos, surgieron los desacuerdos entre los estudiantes y la búsqueda de culpables llevó a malas palabras, que pasaron a ser parte de la atmósfera de la sala de aquella clase.
La búsqueda de “justicia” entre los estudiantes, había sido la causa principal de las quejas, mientras que el odio y el sentido de injusticia se convirtieron en parte común de ese grupo.
Al final de todo, nadie quería estudiar más para beneficiar al resto de los estudiantes del curso…. Por tanto, todos los alumnos repetirían aquella materia…
Para su gran sorpresa, el profesor explicó: – “El experimento socialista fracasó, porque cuando la recompensa es grande, el esfuerzo por el éxito individual es grande; pero, cuando el gobierno quita todas las recompensas, tomando los logros de otros para darlos a los que no se esforzaron por ellos, entonces nadie más va querer hacer su mejor esfuerzo”.
1. No se puede llevar al más pobre a la prosperidad, quitando la prosperidad del más rico.
2. Para cada uno que recibe sin haber tenido que trabajar, hay una persona trabajando sin recibir.
3. El gobierno no consigue dar nada a nadie, sin que para ello tenga que quitar algo a otra persona.
4. Al contrario de lo que predica el socialismo, es imposible multiplicar la riqueza intentando dividirla.
5. Cuando la mitad de la población entiende la idea de que no necesita trabajar, entonces la otra mitad entiende que no vale la pena trabajar para sustentar a la primera mitad. En ese momento llegamos al comienzo del fin de una nación. Sir Winston Churchill
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