Corría julio de 1953, hace exactamente siete décadas, cuando tuvo lugar una de las muestras más acabadas del pragmatismo del general Juan Domingo Perón. La oportunidad la brindó la visita del hermano del general Dwight D. Eisenhower, a la sazón presidente de los Estados Unidos.
El día 18, Milton Eisenhower llegó a Ezeiza en un Constellation en el marco de una gira por varias capitales latinoamericanas. El propio jefe de la Casa Blanca relató en sus Memorias (Mandate for Change, por su traducción al inglés) que “el esfuerzo más importante para la mejora de las relaciones con Latinoamérica fue reclutar los servicios de mi hermano Milton, un diplomático dedicado con capacidades tan excepcionales que de no haber sido por el accidente de que era mi hermano, seguramente hubiera sido llamado a ocupar un puesto en el gabinete”.
Perón, por su parte, atravesaba dificultades. Meses antes había puesto en marcha el Segundo Plan Quinquenal, el que implicaba un programa realista -hoy diríamos de “ajuste”- adecuado a los tiempos que corrían. La bonanza de la inmediata posguerra había quedado definitivamente en el pasado.
Al mismo tiempo, la hora requería seducir a los EEUU. Para ello, Perón emplearía sus mejores artes para cautivar a los embajadores que Washington acreditaría ante su gobierno. Lejos en el tiempo había quedado el enfrentamiento con Spruille Braden, cuya torpeza había resultado tan beneficiosa para su llegada al poder.
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Desde 1952, el Palacio Bosch era ocupado por Albert Nufer. Durante su estadía, el diplomático oscilaría entre la fascinación y la sospecha. Perón no escatimaba esfuerzos para encandilarlo. A lo largo de uno y otro encuentro, la ductilidad del líder confundía a sus interlocutor. En un cable a Washington, el 18 de mayo de aquel año, Nufer reconoció que “me resulta difícil en este punto juzgar la sinceridad de Perón sobre algunas de sus aseveraciones respecto a su deseo de alcanzar un acuerdo con los Estados Unidos”.
Por caso, Perón le explicó que sus ataques contra las agencias noticiosas norteamericanas -vociferados durante sus discursos- estaban diseñadas “para el consumo interno”.
Pocas semanas después, Perón tendría la oportunidad de demostrar su vocación pro-norteamericana una vez más.
En su libro “The Wine is Bitter. The United States and Latin America” (1963), Milton Eisenhower describió a Perón como uno de los hombres “simultáneamente más atractivos y más crueles que yo haya conocido”. Y recordaría: “Decir que la recepción que me brindó Perón me dejó atónito es un pobre eufemismo. Alfombras rojas, bandas pintorescas, guardias militares de honor por todas partes”.
Perón llevaría al visitante a compartir algunas de sus pasiones: una pelea de box en el Luna Park y un encuentro con miles de personas en la cancha de River Plate.
Los hechos se desarrollaron en medio de la corriente pro-norteamericana que buscaba proyectar Perón. La Crónica de las Relaciones Internacionales de la Argentina indica que Milton Eisenhower “regresó convencido del anticomunismo de Perón y de su apoyo a Estados Unidos”. El secretario de Estado John F. Dulles comenzó entonces a trabajar para conseguir asistencia para la Argentina a fin de evitar que se inclinara hacia el comunismo.
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Poco tiempo después, se aprobaría la ley de garantía a las inversiones extranjeras, una antigua demanda para estimular la llegada de capitales norteamericanos. En los hechos, se procuraba contrarrestar los efectos del polémico artículo 40 de la Constitución sancionada en 1949 que establecía la nacionalización de los servicios públicos y los recursos naturales impidiendo su enajenación en ningún caso.
La ley garantizaba a los inversores que trajeran capitales poder extraer ganancias -con topes-, y luego de diez años de operaciones, retirar su inversión en cuotas. El proyecto provocó un arduo debate en la Cámara de Diputados, dado que el radicalismo temía que abriera el camino a concesiones a compañías petroleras extranjeras, extremo que se perfeccionaría dos años después en el contrato con la Standard Oil.
Ante dirigentes sindicales, Perón explicó: “El petróleo lo tenemos, es cierto, pero ¿de qué nos sirve que se encuentre a dos, tres o cuatro mil metros de profundidad en la tierra? Para sacarlo necesitamos muchos e inmensos capitales que, desgraciadamente, no disponemos por ahora. ¿Que ellos sacan su beneficio? Por supuesto que no van a venir a trabajar por amor al arte. Ellos sacan su ganancia, y nosotros la nuestra: es lo justo”.
Los gestos de amistad de Perón con los norteamericanos continuaron hasta el final de su gobierno. Sin embargo, su ambigüedad en sus aproximaciones a los asuntos y su pragmatismo no terminaban de convencer a sus interlocutores.
La desclasificación de documentos oficiales del propio Departamento de Estado (Office of the Historian, por su traducción al inglés) permite sobrevolar cómo visualizaban los norteamericanos a los intentos pragmáticos del gobierno peronista.
Nufer arriesgó que un test sobre la sinceridad (de Perón) “lo constituirá la actitud de la prensa oficialista”. En otro cable, reiteró que “no es posible evaluar la sinceridad de Perón” y que “los próximos acontecimientos darán la pauta”.
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En septiembre, Perón volvió a recibir al embajador. Lo acompañaron el canciller Jerónimo Remorino y el jefe de ceremonial, embajador Margueirat. En un cable enviado a Washington, (611.35/9–453 - The Ambassador in Argentina (Nufer) to the Department of State - secret - No. 211 - Buenos Aires, September 4, 1953), Nufer destacó la vocación anti-comunista del líder justicialista y que éste le había reiterado su voluntad de recibir inversiones extranjeras.
Perón le había asegurado que una tercera guerra mundial era, a su juicio, “inevitable”. Al tiempo que le expresó también que una preocupación que lo aquejaba residía en el hecho de que la Argentina producía solamente el 45 por ciento del petróleo que necesitaba anualmente y que era fundamental alcanzar la auto-suficiencia energética. Para ello, Perón explicó que si bien no era posible enajenar los recursos naturales del subsuelo, si era factible generar contratos de locación de obra para explotar la producción.
Asimismo, el líder transmitió sus deseos de lograr ayuda financiera para la construcción de puertos, aviones de caza (Pulqui) y acerías. Y adelantó que cuando se desatara un nuevo conflicto mundial, la posición geográfica de la Argentina, lejana de la Unión Soviética, representaba una ventaja para la defensa hemisférica.
Al despedirse, Perón le pidió a Nufer que le enviara un “abrazo” a Eisenhower, de quien dijo: “Él es un general con más antigüedad que yo, de modo que me pondré a sus órdenes”.
* Mariano A. Caucino es especialista en relaciones internacionales. Ex embajador en Israel y Costa Rica.
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