El 18 de julio de 1994, por segunda vez en 28 meses, Argentina fue blanco del odio y de la sinrazón. Cuando aún estaba fresco el atentado a la Embajada de Israel, un coche-bomba destruyó ese día, a las 9:53 de la mañana, la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en pleno centro de Buenos Aires, lo que provocó la muerte a 85 personas y dejó cientos de heridos. Los autores de este acto irracional buscaban sembrar el terror y amedrentar a nuestra población, pero no lo lograron. Por el contrario, los argentinos respondimos más unidos que nunca, reclamando justicia y demostrándole a los autores intelectuales y materiales –criminales, todos– que nuestra sociedad nunca se arrodillaría frente a estos sicarios de un país extranjero.
La investigación llevada a cabo por la Justicia argentina indicó la responsabilidad de la República Islámica de Irán. De esta manera, el ataque se constituyó en una clara violación a nuestra soberanía. Utilizando como fachada falsas actividades diplomáticas, el régimen iraní se infiltró en nuestro territorio y, con total impunidad, ejecutó un acto que enlutó a toda la sociedad argentina. Lamentablemente, sus responsables aún siguen libres, bajo la protección de un sistema que exporta el terror y la desestabilización. Los permanentes llamados de las autoridades de ese país a la destrucción del Estado de Israel y sus actividades terroristas en la región y fronteras afuera, como demostraron los atentados de 1992 y 1994 en Buenos Aires, obligan a la comunidad internacional a una actitud de firmeza y condena que no admite medios tonos.
La sede directamente afectada en el atentado de 1994 fue la de la mutual judía, una comunidad fundacional de nuestra nación desde los albores mismos de la independencia. Escapando de persecuciones en Europa y de la discriminación que sufrían en sus países de origen, los inmigrantes judíos contribuyeron con su trabajo a construir un país próspero y emprendedor. Desde los “gauchos judíos” en las pujantes colonias del Litoral, hasta los industriales y personalidades del mundo de la ciencia, la cultura, las artes y el deporte, los aportes de la comunidad judía han sido y siguen siendo múltiples y ejemplares.
Nuestro país debe ser claro en sus prioridades y en la manera en que se inserta en el mundo. En ese sentido, la decisión adoptada por el Gobierno argentino en julio 2019 de declarar a Hezbollah como organización terrorista y el congelamiento de activos de personas vinculadas al grupo y a su estructura militar en nuestra región, que tomó la Unidad de Información Financiera (UIF), van en la dirección correcta. Es imprescindible cortar todas las fuentes de financiamiento del terrorismo y, para eso, necesitamos una actitud firme y decidida de los gobiernos latinoamericanos y del mundo todo.
El fundamentalismo es una excusa inaceptable detrás de la que se esconden estos esbirros del odio. Tal como señaló el papa Francisco en su mensaje a la AMIA en ocasión del 25° aniversario del atentado, se trata de una blasfemia: “No es la religión la que incita y lleva a la guerra, sino la oscuridad en los corazones de quienes cometen actos terroristas”. Por eso, para poner un freno a todas las actividades de propaganda que diseminan mensajes de odio, es muy valorable la adopción de la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA), tal como lo decidió nuestra Cancillería en una resolución de junio de 2020.
Las nuevas formas del antisemitismo se esconden atrás de las múltiples campañas en contra del Estado de Israel, no solo a través de los conocidos ataques armados, sino también mediante todo tipo acciones psicológicas y de desinformación.
La herida que dejó el atentado de 1994 aún no ha cicatrizado. Hasta tanto los responsables rindan cuenta de sus actos, los familiares de las víctimas y la sociedad argentina en su conjunto seguiremos reclamando justicia. Somos un país en el que el odio y la discriminación nunca han encontrado un lugar en el espacio público. Por eso, lejos de atemorizarnos, los impulsores de la discordia y la destrucción de nuestro tejido social han encontrado siempre un muro infranqueable. La Argentina seguirá siendo una comunidad abierta, respetuosa de la convivencia en un clima de paz y respeto de nuestros distintos credos religiosos.
En nombre de esa cultura de la paz, expreso mi cercanía y compromiso a las autoridades de la AMIA y la DAIA, en este nuevo aniversario de aquel doloroso 18 de julio de 29 años atrás. Reclamamos justicia y acompañamos a cada una de las víctimas y sus familiares en esta causa que nos une y nos compromete como argentinos.
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