Horas agitadas y aguas turbulentas. La confrontación política se ensucia cada día y hay viento de archivos, tuits que hace mucho mostraban una máscara y hoy otra distinta. No pasa mucho, o no pasa nada. Es un factor disonante, un cuerpo extraño. Aún con evidencia de traiciones y contradicciones desopilantes, las cosas no camban demasiado.
Las cosas vienen a entenderse como el sentimiento generalizado sobre lo que ocurre, ya blindada y rendida la opinión pública. Es así. Si algún candidato se demostrara que se trataba de un asesino serial o de un estafador cruel, no registraría ninguna expresión sonora. La impavidez que no puede dejar de verse.
Así funciona aquí. Res non verba. De todos modos, una democracia sin una convicción lo suficientemente fuerte como para incorporar a lo general como algo que se da por descontado -la que tenemos-, es mejor que ninguna democracia: hay pocas en el mundo. Solo es lamentada cuando se pierde, otra vez los hechos y sus demostraciones.
Que las confrontaciones en las propuestas son, con los cambios del tiempo, los mismos que en el principio de la emancipación colonial y la Independencia. Que no solo de ideas se trata, sino también de caras, de personas, de la vida política que se torna sectaria y casi religiosa, no puede discutirse.
La implacable impiedad del juego político ocurre en muchos lugares. Historias y prestigios y reputaciones relucientes, se van luego de una revuelo de carpetas, videos, operaciones calculadas y feroces.
Quien quiera jugar, quien quiera acomodarse en el poder para contribuir a la posibilidad de una realidad social mejor o para buscar un lugar al abrigo de los presupuestos y los negocios, tendrá que prepararse. Habrá que saber nadar entre cocodrilos.
Caminar y hablar, flanear por las ciudades y hablar con otros -la calle está en la vida, no en el mundo de las redacciones: tal la verdadera carrera de periodismo-, recibe ahora una protesta y una rabia de mayor o menor intensidad. Se toca con los dedos y con las antenas de la sensibilidad. Hay en este sitio nuestro un cabreo descomunal, por razones asentadas en la calamidad gestionada con largueza.
Emergen en el caso de líderes o aspirantes a serlo, representantes en ciernes o los ya encarnados que no tiene que ver el modo de dirigirse a modificar la realidad de un país exótico, por no decir inexplicable que se despertó en promesa y terminó en lo que es realmente: Nápoles.
Cierta tarde lejana en un cruce y café con Juan Carlos de Pablo, que tanto vale, me dijo: “Cuándo me preguntan recién llegados, ´cómo es la Argentina´, no hago una exposición complicada. Como Nápoles, les digo”.
Lo que emerge es el habla de los políticos, quizás de manera irreversible, impregnada de palabras soeces, bajas y barbaridades con la exposición de la televisión, la radio y las redes sociales. Es desolador, ofende.
No se habla por ñoñería ni como las inmortales escandalizadas y de algún modo ingenuas señoras gordas del genial Landrú, no, no embromen. Nadie pide la elocuencia de Cicerón.
De la elocuencia y de la potencia de Cicerón, político, filósofo, orador y escritor... Dejemos al romano de vigencia asombrosa nacido el 3 de enero de 106 AC. No pretendemos tanto, pero sí un poco de prudencia: hay muchas maneras de manifestar indignación, disgusto y acusaciones, sin armarse de un idioma repulsivo.
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Puede pensarse que tratan de lucir populares, o entender que son bastos y brutales por personalidad y estructura. Los insultos con de una condición barriobajera y vergonzosa.
Hay auténticos artistas del insulto , libros y ensayos sobre el asunto. Insultar: se dice fácil, pero hay que ser inteligente, veloz, con ingenio y no se ve por ninguna parte. Hay dirigentes calificados, apreciables, que sin embargo se arman de torpezas verbales, palabras que rechinan y encharcan sus argumentos y proyectos.
Luis Juez, por ejemplo, con quien no cuesta simpatizar y prestar atención, senador, diputado y embajador, es un virtuoso de la grosería inútil. Al perder en Córdoba en comicios que consideró tramposos, se ha oído decir que sentía un gran furor por la derrota “después de tanto tiempo de romperse el orto”.
Uno de sus páginas del repertorio, ¿es un estilo previsto o la espontaneidad imaginada como un cordobés de acento como aquellos que aparecían en el teatro de revistas?. No se sabe. Se piensa en honestidad y lucha cuando se habla del doctor, del senador Juez, es muy cierto, pero estropea su discurso. ¿Será la razón de que sea siempre invitado a los programas políticos, porque “garpa”?
Melconian es un admirable economista también político, que las cosas se trenzan, pero no puede, o premedita, salpicar de boludos y hasta las pelotas por decirlo menos y como aperitivo. Aprecio a Melconian, lo veo claro con mucho conocimiento, pero tropiezo con el estilo.
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Son ejemplos muy visibles y por eso se traen aquí, pero son miles, hombres y mujeres: De Elía con frecuencia, doña Hebe de Bonafini fue en ese sentido más allá de cualquier insulto salvaje -el kirchnerismo tiene para hacer dulce, con excepciones: Fernando Vallejos, economista y legisladora montó una aparente conversación por teléfono para denostar y atacar el presidente Fernández -okupa, mequetrefe-, y no entró en ese campo.
Erizó por el profundo desprecio por Alberto Fernández, pero con algún arte fanático, y son muchos que se abstienen pero no consiguen emplear la ironía, la burla refinada y penetrante.
La campaña es sucia, se esperaba, es lamentable que le ponga más al habla empobrecida y agredida. Es un favor.
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