Los que lo defienden hablan de cultura de la cancelación. Es raro, porque el hasta ayer precandidato a legislador porteño Franco Rinaldi habla desde la pantalla de los principales canales de noticias, y sus palabras, como sus posteos en redes sociales, se reproducen en todos los diarios nacionales.
Un cancelado que vive y cuya postulación en el primer lugar de la lista de Jorge Macri estuvo firme hasta última hora de anoche pese a la difusión de varios videos que grabó hace apenas un año y medio aunque se excuse diciendo que fue hace mucho tiempo. En los videos, que se viralizaron la semana pasada, Rinaldi destila su odio contra homosexuales (“le hierve la cola”, dice por ejemplo sobre un periodista), mujeres (“¿Cómo se llama el crimen contra el hombre?”, dice para minimizar la violencia machista y los femicidios) y judíos (llama a modo de insulto “Sinagoga 12″ a Página 12, y reivindica que así la llamaba también Guillermo Patricio Kelly, quien como recordó en Infobae el presidente de la DAIA, Jorge Knoblovits, fue un dirigente de ultraderecha abierta y recalcitrantemente antisemita –tanto que acuñó la infame frase “Haga Patria, mate un judío”), y propone con sorna matar a “los morochos” y usar un lanzallamas contra las personas que habitan el Barrio 31.
Parece un capítulo de sitcom y no precisamente porque su protagonista sea gracioso: una semana antes el blanco de la discriminación había sido él mismo, cuando el entonces candidato al Parlasur por el partido de Milei Lucas Luna dijo en un encuentro en directo por Twitter que “nadie quiere votar a un discapacitado”. Rinaldi, que padece osteogénesis imperfecta –una condición por la que sus huesos se fracturan con facilidad–, le respondió a Luna en la misma red: “El tono de sus dichos me generó mucha pena y sus afirmaciones que considero sinceras, pese a cierta socarronería, son incorrectas”, escribió. En una campaña que parece haberse convertido en una especie de ruleta discriminatoria –al que toca, toca–, ahora algo muy parecido podría decirse sobre sus propias declaraciones de 2021.
Las disculpas de Luna, en cambio, fueron diametralmente distintas de las suyas: bajó su candidatura casi de inmediato y pidió perdón a Rinaldi por sus dichos. “Bajo ninguna circunstancia era mi objetivo ni mofarme de él ni tratarlo de incapaz si fue lo que se entendió. Franco Rinaldi es una de las personas más capacitadas para ser legislador. Entiendo que dije muy a la ligera algo que debí pensar mejor cómo decir, no dudo de la idoneidad de Franco para ejercer un cargo político ni creo que una discapacidad física deba ser inhabilitante”.
Rinaldi ensayó una primera justificación el viernes último en el programa de Alfredo Leuco y luego siguió justificándose toda la semana: “Es una expresión artística, de libertad, que tenía en un streaming que hago desde hace muchos años. Se llama Un café con Franco, y no es ni más ni menos que un stand up, una performance, una expresión artística que he ejercitado hace muchos años y es parte de mi vida anterior, de mi vida pública que tiene que ver con poder entretener, divertir, usar las palabras”.
Podríamos discutir los límites del humor si efectivamente se hubiera tratado de un gag humorístico, pero basta con ver algo más de los episodios disponibles en YouTube para entender que no tenía esa intención, al margen de que tampoco cause gracia. En su “vida anterior” el hasta ayer precandidato a legislador hacía lo mismo que Luna y varios referentes de la nueva derecha libertaria: autoproclamarse como una voz valiente y a prueba de la corrección política a fuerza de instalar discursos de odio.
No hay ningún atentado contra la libertad de expresión ni ninguna maniobra de cancelación en reaccionar ante esos discursos ni en exigir que alguien denunciado por el delito de promocionar actos de discriminación sea excluido de la competencia electoral, como reclamó desde un primer momento la UCR porteña. No es ni más ni menos que lo que le ocurrió a Luna por sus agresiones y no tiene que ver en absoluto con la censura: nadie puede impedirle a Rinaldi que se exprese libremente, pero para él, como para Luna y para cualquiera, lo que decimos –sobre todo cuando somos personas públicas y decimos cosas que afectan a otros– tiene consecuencias de las que debemos hacernos cargo. Y es que la libertad de expresión implica responsabilidades; Luca Prodan lo decía más fácil: “¿Sos callejero vos? Bancatelá”.
En lugar de eso, Rinaldi y varios de sus defensores más acérrimos sostuvieron hasta ayer que por ser “una persona con discapacidad que ha sufrido discriminación”, el politólogo no puede discriminar a otras minorías. “Nada más lejos de mi que ejercer la discriminación para con cualquier persona. Ningún tipo de discriminación, ni por raza, ni género, ni nada, y eso es una expresión artística que reivindico porque es un hecho de libertad”, dijo el precandidato en lo de Leuco.
Lo que omiten mientras atacan con impunidad y en masa a cualquiera que ose cuestionarlo –en especial a mujeres como Déborah Plager, Marina Calabró y Carla Peterson, que fueron hostigadas en redes por decir, en el caso de la actriz y mujer de Martín Lousteau, algo tan cierto como que el odio no es una performance– es que, como me dijo la politóloga y socióloga especialista en Derechos Humanos Silvana Lauzán, “esta persona con discapacidad argumenta sentirse cancelada en circunstancias en que está en una posición de poder”. Para Lauzán, eso nos confronta a la paradoja aparente de que “alguien que pertenece a un grupo habitualmente discriminado, diga a su vez algo muy reprochable sobre otros grupos y los ofenda. Lo que pasa es que tu posición de ser susceptible de ser discriminado o de discriminar cambia según a quién tenés enfrente, no es algo fijo”.
Consciente de que su primera justificación era como mínimo insuficiente, Rinaldi probó unas nuevas disculpas por escrito este domingo: “Estoy arrepentido de algunas cosas que dije y pido sinceras disculpas. Insisto en que aquellas intervenciones mías durante la pandemia eran un experimento, un intento de buscar a través del humor los límites del lenguaje y la corrección. Ahora me doy cuenta de que en ocasiones sobrepasé esos límites, el experimento se me fue de las manos y dije cosas que no estaban bien. Uno puede jugar mucho al fleje, pero debe admitir cuando la tira afuera. Cometí un error y aprendí. [...] En política las cosas que uno dice tienen peso y por eso es importante ser lo más claro posible. Y ser claro implica decir que por supuesto estoy en contra de la homofobia o cualquier tipo de discriminación”, escribió.
Pero también opinó que impugnar su candidatura era “exagerado y oportunista”, y que “no está bueno que nos convirtamos en una sociedad donde se cancela a cualquiera por frases sueltas del pasado, expresadas en otros contextos, fuera de la política”. Un cancelado que vive y vuelve a justificarse en el pasado y en el contexto, como si el escenario hubiera cambiado tanto de 2021 a hoy.
Es cierto lo que dijo después Rinaldi: “Todos nos equivocamos y todos tenemos derecho a cambiar de opinión”, y está bien si ya no piensa lo mismo que hace un año y medio o si ahora lo hace reír menos. Pero amedrentar minorías no puede ser gratuito. Las equivocaciones, aunque las disculpas puedan aceptarse, no tienen por qué olvidarse, y es sano que abran un debate. En su renuncia, que anunció anoche, Rinaldi dice que fue atacado injustamente, y que lo ofende que le digan que es antisemita y homofóbico. Muchos de los que esta semana lo defendieron hasta llegar a la agresión, se ampararon en una frase que suele repetir un verdadero comediante como es Ricky Gervais: “Sólo porque algo te ofenda, no significa que tengas razón. No todo se trata de vos”. Esa frase ahora le cabe perfecto al precandidato renunciante.
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