La insoportable levedad de los candidatos de Twitter

La batalla electoral se disputa en la red social favorita de los políticos argentinos. El ataque y la discusión sin profundidad son las reglas del juego. La polémica incluye a Cristina, Macri y Milei

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Cristina Kirchner, Mauricio Macri y Javier Milei
Cristina Kirchner, Mauricio Macri y Javier Milei

Una de las peores noticias que recibieron la mayoría de los dirigentes políticos del mundo es que el multimillonario Elon Musk haya comprado la red social Twitter. Es desde hace tiempo el lugar preferido para cualquier debate. Es el santuario de las polémicas y en países de pasiones volcánicas, como la Argentina, la posibilidad cierta de su decadencia e incluso la de su desaparición, ha puesto a temblar a todos aquellos que depositaron en Twitter la totalidad de sus expectativas políticas. Sin la red del pajarito, son poco más que nada.

El fin de semana pasado, en ese buen diario español que es El Confidencial, escribió un artículo muy interesante su columnista de tecnología Michael McLoughlin. “Para muchos, Twitter hoy es algo parecido al Titanic, donde su nuevo dueño, Elon Musk, está haciendo al mismo tiempo el papel del Capitán y el del iceberg”, señala, con ironía.

Se refiere a las idas y vueltas que provocó Musk en el momento de la compra de la red social por 44.000 millones de dólares. Y a los constantes volantazos que ha dado el magnate desde entonces. Para McLoughlin, “además de marear a gran parte de los pasajeros, nadie tiene claro exactamente hacia donde se dirige”. Toda una definición, agravada por la decisión de canelarle a los usuarios la barra libre de tuits y establecer un primer sistema de pago llamado Twitter Blue.

Para McLoughlin, como para el resto del planeta, Twitter se transformó en la red social preferida de los políticos y los periodistas para discutir los temas que, muchas veces, son laterales para buena parte de la sociedad. Es la plaza pública del poder y eso hace que los dirigentes la prefieran a otras redes que tienen más audiencia como Instagram o TikTok. La política desespera por acertar y convertir sus intereses en Trending Topics. Y esa desesperación por las cuestiones calientes en Twitter es la que ha hecho bajar el nivel del debate y la confrontación.

Solo hay que echarle una mirada a Twitter Argentina para entender lo que las tendencias han hecho con la discusión en este año de elecciones. Los candidatos prueban suerte con los mensajes extremos, que jamás dirían personalmente, y los ejércitos de trolls acompañan esas definiciones para simular volumen de audiencia en torno a esas definiciones. Hubo un hecho que dio una idea de la dimensión a la que ha llegado este fenómeno en la campaña electoral.

Contrariado por lo que consideraba operaciones políticas en su contra, el candidato a presidente, Javier Milei, hizo una denuncia pública en la última semana de mayo porque tenía problemas con su cuenta de Twitter. Y el diputado Martín Menem, candidato derrotado a gobernador por la Libertad Avanza en La Rioja, llegó a escribirle un mensaje directo a Elon Musk en Twitter para ponerlo al tanto de esas dificultades electorales. El megamillonario jamás le respondió, pero el intento de involucrarlo en la campaña argentina habla por sí sola de una patología que les lleva a creer que solo ahí se juegan sus destinos.

La existencia de Twitter hace que sea mucho más fácil acceder a los hechos o a frases desafortunadas que los candidatos protagonizaron en el pasado. A un golpe de click se lo encuentra a Sergio Massa prometiendo llevar a la cárcel “a los ñoquis de La Cámpora”. Se puede escuchar a Cristina Kirchner criticando duramente al candidato de Unión por la Patria o se descubre a Elisa Carrió haciendo las descripciones más perjudiciales que se hayan escuchado jamás sobre su socio político de Juntos por el Cambio, Mauricio Macri.

En estos días, ya en la etapa definitoria de la campaña hacia las PASO del 13 de agosto, han sufrido la memoria accesible de los mensajes de Twitter el candidato porteño del PRO, Franco Rinaldi, quien debió pedir disculpas por las ofensas vertidas en el pasado contra los pobres de la Villa 31 (proponía urbanizarlos con lanzallamas) y contra los homosexuales.

Denunciado por una candidata del espacio rival que lidera Martín Lousteau, Rinaldi dio las explicaciones del caso y mantiene firme su postulación. Pero las disculpas no le bastaron a la actriz Carla Peterson (pareja de Lousteau), quien lo criticó sin nombrarlo en Twitter y desató el infierno que se suele generar en la red cuando se ocupa un espacio en este universo. Carla terminó borrando su tuit y diciendo adiós por un tiempo a la compañía de Elon Musk.

Me había olvidado de lo violento que es este lugar. Chau. Saludos”, fue uno de sus mensajes finales de la artista, aunque prometió regresar.

El de Rinaldi, como el de muchos otros dirigentes de este tiempo, es uno más de los muchos casos de trayectorias políticas que crecieron a base de la habilidad para desplazarse en el territorio inasible de las polémicas públicas. Y Twitter les dio a muchos de esos polemistas ocasionales el estatus de dirigentes y, finalmente, de candidatos.

No han militado en los movimientos políticos juveniles. No se han sometido al voto de las personas que acompañan sus ideas. No ejercieron la función pública, ni conocieron las tareas legislativas, ni como protagonistas o como asesores, o colaboradores. Algunos, ni siquiera tienen un desempeño destacado en la actividad privada. Dos o tres, o diez o veinte participaciones audaces en la polémica digital, sobre todo si fueron acompañadas del éxito efímero de los likes, les bastaron para proyectarse a los primeros planos de la política.

Hábilmente, Milei estigmatizó a muchos de los dirigentes tradicionales de la política con uno de sus hallazgos discursivos: los bautizó como “la casta”, un calificativo de privilegio que engloba hoy a los políticos en general. Sean eficaces o un desastre en la gestión pública. Para beneficio del libertario, hay que recordar que la actividad política lleva cuarenta años de democracia transitados mucho más en el territorio del fracaso que en el del acierto. Las cifras económicas y sociales de la Argentina son un barómetro indiscutible. Todo ha ido para peor.

Claro que la polarización extrema que domina a la política en el mundo, y que ha desembarcado con éxito furioso en la Argentina, ha favorecido la irrupción de los polemistas digitales y los ha proyectado a muchos de ellos como candidatos en las listas de todos los espacios políticos. Hasta los dirigentes tradicionales de la política, basta observar casos como los de Ricardo López Murphy o el de Agustín Rossi, adoptan el lenguaje agresivo de la red social estrella y hasta sus clichés para banalizar cualquier tópico y ganar adeptos en la discusión electoral.

Desde el último domingo, para citar a los dos grandes protagonistas de la política de los últimos veinte años, Cristina Kirchner y Mauricio Macri se trenzaron en un debate público por la política energética durante sus gobiernos a través de mensajes en sus cuentas de Twitter.

Justamente, el déficit de la balanza energética fue el mayor flanco débil de los mandatos de Cristina Kirchner, quien impuso el cepo al dólar a fines de 2011 cuando las divisas comenzaron a evaporarse a medida que se dejaba de promover y de invertir en producción, y se pasaba a comprar el combustible a los barcos regasificadores con sus precios sospechosamente altos.

Por razones que no son fáciles de explicar, Macri esperó recién al cuarto año de su mandato para lanzar la licitación del gasoducto que debía transportar el combustible desde los yacimientos de Vaca Muerta hasta Buenos Aires. Tal vez, creyendo que podría continuar esa tarea en un segundo gobierno. Mal cálculo: la sociedad no le otorgó esa oportunidad.

Cristina y Mauricio se acusaron mutuamente de mentirosos y quedó todo en ese intercambio de ataques digitales. No habrá juicios por difamación, y ni siquiera amenazas de llevar todo a los tribunales. En honor al gran Milan Kundera, es la insoportable levedad de los dirigentes y los candidatos de Twitter.

El gran interrogante es qué sucederá con todos esos polemistas de la nueva política si el desconcertante Elon Musk logra agigantar la crisis, o hasta tal vez quebrar a la red social de la gran discusión global.

Los anteriores intentos de crear una compañía digital que reemplace a Twitter (Mastodont, Blue Sky o Truth Social, la empresa que financia el ex presidente tuitero Donald Trump) han fracasado sin atenuantes.

Pero hay quienes creen que Thread (El Hilo), la red que viene impulsando Mark Zuckerberg con la base de la enorme audiencia que ya tiene el empresario de Meta con Facebook e Instagram, es la gran amenaza en un juego donde el premio no es solo el enorme beneficio económico.

Se trata de una batalla en la que también se disputa el control del discurso global.

Las palabras que, en los libros de papel o en las redes digitales, siguen teniendo el poder maravilloso de determinar hacia dónde se dirige el camino del futuro.

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