Desde la provincia del Chaco, que es de naturaleza generosa y bonita, se levanta un hedor que espanta. La muerte de Cecilia Strzyzowski -el factor polaco -criollo como el de los “rusos del Volga” es abundante allí, como la rama croata aportada para la historia del gobernador Capitanich, como ejemplo -cuando iba a alcanzar los 29, casada a escondidas con César Sena, de 18 años, después de conocerse por Tinder. Para tener en cuenta en caso de husmear, de ver la radiografía general de alguien en cuanto a obrar y catar personajes, el casi adolescente Sena se presentó en la aplicación como arquitecto. Inventó una personalidad. No hay razón para no pensar que pudiera inventar otros según las circunstancias. Allá lo llaman “Cascotito”.
El Chaco fue escenario de movimientos políticos y enfrentamientos a lo largo de nuestra historia. Pero el presente reclama la atención por los hallazgos y datos del asesinato. Tras la desaparición de Cecilia, no se sabe si fue descuartizada luego de sacar el cuerpo de la casa de los Sena, triturada y arrojada al río Tragadero con su leyenda siniestra acerca de que el agua color ladrillo apresa y ahoga, quemada sobre leña de quebracho, la macabra tarea de Gustavo Obregón, hombre de confianza relatada a la justicia. En parte quemado, en parte al Tragadero, no se sabe. Son muchas las cosas que no tienen una respuesta clara, obstaculizada por un sistema político caciquil, cerrado y reacio a rendir cualquier cuenta. Emerenciano y Marcela Acuña, el matrimonio, los padres de César, “forjaron una organización piquetera con la excepción de que pudiera decidir algo emanada del gobierno. El gobierno de Capitanich hizo fluir fondos en efectivo muy altos y constantes en alianza probablemente de diverso tipo con Emerenciano y Marcela, a quienes cedieron treinta hectáreas hasta entonces dedicadas a la práctica de tiro para el Ejército por un precio ridículo: nacían el Barrio Emerenciano y El Movimiento Socialista Emerenciano.
Marcela Acuña y Emerenciano Sena se unieron –otro sonido a repetición- , con una durísima oposición de la jefa, ahora encarcelada, por diferencias sociales tal vez difíciles de explicar: el padre de Marcela tenía una actividad política en el ámbito sindical: “Un hombre de gran humildad”. Tuvo problemas y peligros durante Isabel- López Rega y con la dictadura. Pero al mismo tiempo ocupaba un casillero social de clase media sin sobresaltos que entendía como un cuerpo extraño la llegada del albañil como compañía de Marcela, ya una activa, pongamos, militante, con mucha formación y una cultura sesgada dirigida a la “revolución”, en un ideario brumoso. Como suelen decir en algunos espacios políticos, un cuadro.
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La tierra de Roque Sánz Peña, Elisa Carrió, Betiana Blum, Lizy Tagliani, y otros nombres resonantes, sin ponerlos en jerarquías, sin otra intención que la del conocimiento general, sacude con fuerza entre las aguas turbulentas del horizonte electoral.
Para la Fiscalía, el 2 de junio al mediodía se produjo la muerte de Cecilia con participación de Emerenciano, Marcela y César. Marcela grita su protesta y al hacerlo hizo una pregunta terrible: “¿Por qué estamos en la cárcel cuando fue César”? Como una medea tropical echa a una perpetua al hijo que tiene en cada antebrazo su figura y siempre proclamó un amor ilimitado por él.
No parece acertado poner el poder en el Movimiento Socialista Emerenciano en el hombre. Marcela Acuña tiene peso y mando, incluso para encastrar un sistema de espionaje que determine cuáles seguidores son fieles y cuáles flaquean o fingen con el propósito de hacerse de una casa: es objetivo central que el pueblo ve a sus líderes cumplir y alejar la posibilidad de que sea una estafa como la urdida por Hebe de Bonafini y Shocklender en repugnante asociación.
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Cada día se hacen protestas en las calles de Resistencia contra los que asoman como los asesinos en su propia casa y con un plan zurcido y planificado: Cecilia molestaba. Marcela le ofreció en su momento vivienda y plata para que se alejara. Algo ocurrió para elegir el crimen.
Emerenciano es un agitador social rudimentario y oportunista, útil al poder del gobierno, charlatán y entrenado por Marcela con los reflejos condicionados de Pavlov a decir “lucha”, “compañeros”, “revolución”, como los del científico.
Segregaban saliva cuando escuchaban una campana. La sobredosis de la foto del Che- la más famosa, tomada para los tiempos por Antonio Díaz (“Korda”): boina con estrella, largo el pelo, la mirada a lo lejos- , es parte de una escenografía gastada por el tiempo. No parece Capitanich un político foquista al modo de Guevara, nada que ver: la unión pasa por otro lado.
En algún momento sería adecuado pensar si hubo otras Cecilias, otros crímenes. Puede haber ocurrido: la frialdad y el intento de salir limpios de sangre abre esa puerta. La noche más oscura.
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