Astor Piazzolla, una página dorada en la historia de la música

Fue bandoneonista, pianista, compositor, arreglador y director. Vivió en y para la música. Su labor como compositor no solo es mundialmente reconocida, sino que es motivo de estudio académico

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Ástor Piazzolla, uno de los compositores más importantes del siglo XX
Ástor Piazzolla, uno de los compositores más importantes del siglo XX

Abanderado de la síntesis entre la música clásica y aquella deudora de otras formas de composición, Astor Piazzolla fue uno de los grandes creadores musicales. Mar del Plata le dio su cuna, pero su primera crianza fue en New York, ciudad a la que fue con sus padres en dos ocasiones permaneciendo hasta su adolescencia. Luego Buenos Aires, donde intensifica el aprendizaje de los secretos del pentagrama. También sobre el tango, su gente, la noche porteña y todas las características que esta metrópolis brindaba por entonces.

Solía decir que había tenido tres grandes maestros: Alberto Ginastera, Nadia Boulanger y Buenos Aires. A Ginastera llegó tras haber ido a mostrarle una composición propia a Arthur Rubinstein, uno de los más destacados pianistas de la primera parte del siglo pasado, quien por entonces estaba en esta ciudad. El gran músico le preguntó si su deseo era estudiar música en serio y Astor le respondió que sí. Entonces, ante la imposibilidad de darle clases él mismo, lo derivó con Juan Jose Castro quien, a su vez lo hizo con Ginastera.

Ginastera fue un gran maestro, su primera composición la hizo antes de graduarse en el conservatorio (la suite del ballet Panambi). Recibió la beca Guggenheim en 1945 que lo llevó a EEUU y estudió bajo la tutela de Aarón Copland. Compuso la ópera Bomarzo (1967), basada en la novela de Manuel Mujica Láinez. Con Ginastera estudió piano y composición durante cinco años. Mientras tocaba el bandoneón en la orquesta de Troilo.

En 1955, estando en París, tomó clases con una de las más grandes pedagogas del siglo XX o tal vez de todos los tiempos, Nadia Boulanger. Muchos de sus alumnos se encuentran en el hall de la fama: Igor Stravinsky y Maurice Ravel, entre tantos otros. En su departamento del nro. 36 de la rue Balú, 9 Distrito de Paris, rodeado de fotografías de músicos célebres, pintores y artistas destacados, Astor tomó clases con ella de armonía y contrapunto durante once meses, ante la mirada perdida e intrigante de la gata Tascha, la que contaba con licencia para arañar cortinas y sillones. Boulanger, luego de unas pocas clases, mientras lo escuchaba interpretar Triunfal, en el octavo compás le tomó ambas manos y le dijo con firmeza: No abandone jamás esto. Esta es su música, aquí está Piazzolla.

Astor Piazzolla y Anibal Troilo
Astor Piazzolla y Anibal Troilo

Astor, quien por entonces se debatía entre la música clásica y el tango ante semejante voto de confianza de la gran maestra, no dudó más hasta el fin de sus días. Boulanger contaba, entre sus grandes virtudes, la de descubrir el lenguaje de sus discípulos, su voz interior. Por eso sin duda alguna fue la gestora del sonido moderno.

Los héroes de Piazzolla en la música eran Bela Bartók, Igor Stravinsky, Bach y Debbusy. Más allá de ellos, Oscar López Ruiz recuerda que en los viajes que hicieron juntos en auto en la década del sesenta, sintonizaba la radio en la emisora de música clásica y de inmediato reconocía lo que estaban interpretando en ese momento. Le gustaban Gershwin y Villa Lobos también. En lo que hace al jazz el podio lo ocupaban figuras como Stan Getz, Bill Evans y Gerry Mulligan. A este último lo conoció en Paris y fue su fuente inspiradora para formar el Octeto.

Piazzolla revisó los cánones del tango de entonces, el dos por cuatro o el cuatro por cuatro. El compás con una métrica que se traduce en un ritmo parejo. Esto le costó el enojo, el desprecio de muchos y hasta enfrentamientos. Astor llevó con su impronta esa música a la de cámara, música para escuchar, aunque algunas hoy con las formas renovadas de la danza, se pueden bailar.

Existe el sonido Piazzolla que lleva la magia de un sentimiento tanguero, nostálgico, porteño y conmovedor, Piazzolla concibió una especial forma de composición. Sus partituras tienen una impronta inconfundible. En ellas se dan cita sus fuentes inspiradoras que no son otras que la música clásica, el jazz (tan escuchado en su infancia en el país del norte), el tango, los tonos menores (para transmitir y lograr especiales sentimientos). Pero también, en muchos casos con el auxilio de sonidos innovadores como la lija, sirenas, bocinas, golpes rítmicos de dedos, anillo mediante ocasionalmente, en la parte sólida del bandoneón, por citar algunos de ellos. Eagle Martin lo recuerda como una enciclopedia andante de ritmos. Pero aquellas osadías rítmicas, no hubieran podido sobrevivir con dignidad de no estar acompañadas por una línea melódica emotiva, bien italiana, bien pucciniana.

Piazzolla creó el sonido de la gran ciudad, poetizó esa Buenos Aires del cemento, el ruido, el smog y las luces de neón.

Adiós Nonino es, desde el punto de vista del compositor y de la crítica en general, su obra magna. Compuesta al enterarse de la muerte de su padre, don Vicente (Nonino) Piazzolla y elaborada sobre la obra Nonino que había compuesto cuando estaba en París. En la parte central de la obra instaló un adagio de una tristeza impar. Es un verdadero réquiem.

Nuestro autor fue bandoneonista, pianista, compositor, arreglador y director. Vivió en y para la música. Su labor como compositor no solo es mundialmente reconocida, sino que es motivo de estudio académico, además de los intérpretes que eligen sus obras. Los arreglos para piano de Eduardo Hubert sobre algunas obras de Astor entre muchos otros, son memorables.

El 4 de julio de 1992 sus manos no se movieron más. Astor Piazzolla dejó escrita una página dorada en la historia de la música y con esta breve prosa lo recordamos.

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