“Si quieres ir rápido, ve solo. Si quieres llegar lejos, ve acompañado”. Este proverbio africano parece describir la forma en que los países estamos discutiendo cómo enfrentar los desafíos globales -algunos de carácter existencial como la crisis climática- que ponen a prueba la diplomacia multilateral y la capacidad de diálogo y cooperación entre las naciones. La creatividad se impone en la búsqueda de soluciones en un mundo atravesado por tres eventos transformadores: la gestión de la pandemia Covid-19 y sus efectos, el impacto del cambio climático, y una guerra en el corazón de Europa con implicancias globales. Esta llamada policrisis incluye también -como argumenta India al presentar su plan para la presidencia del G20- otros desafíos globales igualmente trascendentes, como la seguridad alimentaria, la transición energética, el sobreendeudamiento soberano y el grave retroceso en el ritmo necesario para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
En cualquier caso, lo cierto es que la diplomacia multilateral esta en plena ebullición, como si también fuera afectada por el calentamiento del planeta. Hoy más que nunca se valora en perspectiva histórica el papel que tuvo el esfuerzo multilateral tan exitoso que tuvo lugar después de la Segunda Guerra Mundial, que permitió llegar a un contrato social para garantizar la paz y seguridad internacionales, el desarrollo y el nacimiento del derecho internacional de los derechos humanos. Así como valoramos también otro contrato social, el de la Pos-Guerra Fría, cuando el Este y el Oeste trabajaron arduamente para llegar a acuerdos históricos en materia de desarme, control de armamentos, medidas de confianza mutua y expansión de instituciones democráticas y de derechos humanos, luego de la caída del Muro de Berlín. Un mundo que hoy nos parece distante a la luz de las tensiones actuales entre aquellos mismo actores, que desde los años 70 venían cooperando y distendiendo sus relaciones.
Hoy se observan nuevas sinergias en las relaciones internacionales, y se viven a diario, entre otros centros gravitantes del multilateralismo, en Ginebra, sede de 39 organismos internacionales, donde se desarrollan las principales discusiones a nivel mundial para la búsqueda de acuerdos comunes, en medio de una tensión geopolítica y un reacomodamiento de hard y soft power inéditos.
A la luz de las discusiones multilaterales en Ginebra queda claro que se vive un cambio de paradigma en la forma y en la sustancia de la diplomacia multilateral.
En la forma porque estos diversos organismos internacionales se originaron por razones, contextos y objetivos diferentes, pero hoy es inevitable y hasta existencialmente imprescindible, que aprendan a trabajar coordinados, algo que nunca sucedió. Tanto el cambio climático, la gestión y los efectos de la pandemia Covid 19, y el recrudecimiento de conflictos armados con efectos globales, llevan a una ineludible interconexión entre las agendas de los organismos y los obligan a abandonar el trabajo en “silos.” La Ginebra con organismos internacionales exclusivamente “técnicos” desconectados de la realidad fuera de su especialidad ya no existe.
En la sustancia también se observan nuevas sinergias que surgen de este nuevo trabajo conjunto. Mientras en la Organización Mundial de Comercio discutíamos como avanzar en un waiver del Acuerdo TRIPS para acelerar la producción de vacunas, la Organización Mundial de la Salud intentaba superar las limitaciones del Reglamento Sanitario Internacional que no obligaba al intercambio de patógenos del virus, ni podía mitigar el caos y la falta de coordinación a nivel mundial frente a una pandemia sin precedentes. En simultáneo el Consejo de Derechos Humanos aprobaba una resolución sobre el acceso equitativo a las vacunas como parte del derecho humano a la salud. Y la Organización Internacional del Trabajo profundizaba el análisis de los derechos laborales de trabajadores de plataformas digitales y las regulaciones del trabajo no presencial. La pandemia nos obligó a salir de los compartimientos estancos y trabajar mancomunadamente.
Lo mismo sucedió con el impacto de la guerra en Ucrania a partir de la invasión rusa. Mientras el sistema de seguridad colectiva concebido en la Carta de la ONU para prevenir o reaccionar frente a un conflicto de esta naturaleza quedaba paralizado por el veto de la Federación Rusa en el Consejo de Seguridad, en Ginebra bajo la presidencia argentina del Consejo de Derechos Humanos se aprobaba una comisión de investigación por las violaciones de derechos humanos y derecho internacional humanitario. La primera en la historia sobre un miembro permanente del Consejo de Seguridad. En simultáneo la Organización Mundial de Comercio frente al aumento del precio de los alimentos y la interrupción de las cadenas de suministro avanzó en medidas para garantizar que el comercio internacional mitigara la inseguridad alimentaria. Mientras tanto, UNCTAD desarrollaba la Iniciativa de Granos del Mar Negro de las Naciones Unidas, con el objetivo de reiniciar las exportaciones de alimentos vitales y fertilizantes desde puertos marítimos designados en Ucrania. Por su parte, la Conferencia de Desarme volvía a debatir públicamente temas que se consideraban superados, como las garantías de que los Estados poseedores de armas nucleares no usen o amenacen con el uso de armas nucleares a aquellos que no las poseen. Las nuevas tecnologías militares en combinación con la evolución exponencial e incierta de la inteligencia artificial precipitó un impulso decisivo a las discusiones para prohibir o regular las armas letales autónomas, tema que también será objeto de discusión en la próxima Conferencia de la Convención de Armas Convencionales, que presidirá nuestro país en el mes de noviembre.
En lo que hace a la crisis climática, ella incluye tanto el análisis científico y el impacto económico y social, como la necesidad de acceder rápidamente a soluciones para la mitigación y adaptación al cambio climático, acompañando la transición energética para prevenirlo. En este contexto, un organismo tradicionalmente técnico con sede en Ginebra, la Organización Meteorológica Mundial, adquirió un rol clave transversal, por la importante información que administra en materia de tiempo, clima y agua, para las discusiones sobre el cambio climático, y fue encomendada por la ONU para preparar la información científica que contribuya con las negociaciones. En este momento crítico será dirigida, por primera vez en sus 150 años de historia, por una mujer, la Profesora Celeste Saulo, actual Directora del Servicio Meteorológico Nacional argentino, elegida por una abrumadora mayoría por sus pares de todo el mundo. Paralelamente la Organización Internacional de Migraciones busca soluciones para los desplazados climáticos, el ACNUR hace lo propio con refugiados, el Consejo de Derechos Humanos aprueba por primera vez la creación de un Relator sobre los efectos en los derechos humanos del cambio climático. Al mismo tiempo, la Organización Mundial de Comercio avanza contundentemente hacia una discusión profunda sobre comercio y medio ambiente, que incluye diversas aristas que van desde el impacto en el cambio climático de los subsidios agrícolas distorsivos, la seguridad alimentaria hasta el debate acerca de un comercio “verde” con reglas que permitan una transición energética global y una economía baja en carbono sin que decisiones unilaterales restrinjan el comercio y la exportaciones de los países en desarrollo. En la OMC aprobamos en 2022 un acuerdo luego de 20 años de negociaciones sobre subsidios a la pesca ilegal, no regulada y no reglamentada. Tema vital para la Argentina a la luz de su amplio litoral marítimo y la situación en alta mar adyacente a la Zona Económica Exclusiva argentina, y de una importante industria pesquera que no recibe ningún tipo de subsidio y da empleo en forma directa e indirecta a más de cien mil personas.
Los ejemplos de esta fertilización cruzada o inter-polinización entre las discusiones en los organismos internacionales en Ginebra son múltiples y se viven a diario. Demuestran que a pesar de las tensiones geopolíticas y el reacomodamiento del peso específico de las potencias militares y económicas mundiales, el multilateralismo, es decir el diálogo estructurado e institucional entre las naciones a pesar de sus diferencias ideológicas, culturales o de nivel de desarrollo, es la única vía sostenible para llegar lejos, juntos, y para encontrar soluciones comunes para enfrentar los desafíos del presente y el futuro de la humanidad.
La Argentina no posee poder duro, militar o económico. Pero sus condiciones objetivas en materia de recursos naturales, capacidad de conocimiento e innovación, principal productor y exportador de alimentos, y un sistema de organización política basado en la democracia y los derechos humanos, posicionan a nuestro país como un actor que puede contribuir positivamente en las discusiones globales para influir en que los consensos internacionales resguarden los intereses de los argentinos. Y en un mundo convulsionado somos parte de una región de paz y sin armas de destrucción masiva, que mayoritariamente adscribe a sistemas democráticos y de respeto de los derechos humanos.
Este multilateralismo en ebullición nos obliga a avanzar en un pensamiento estratégico conjunto para llegar como país lo más y mejor preparados posible para adaptarnos a un nuevo mundo. Está claro que con las naciones del mundo debemos correr juntos para poder llegar lejos. El multilateralismo es la herramienta adecuada.
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