40 años de democracia y la condena de vivir en la pobreza

Los argentinos no saben pensar el mundo del siglo XXI, que es el mundo de la estrategia

Guardar
Foto de archivo - Una bandera argentina flamea sobre el palacio presidencial Casa Rosada en Buenos Aires, Argentina. Oct 29, 2019. REUTERS/Carlos Garcia Rawlins
Foto de archivo - Una bandera argentina flamea sobre el palacio presidencial Casa Rosada en Buenos Aires, Argentina. Oct 29, 2019. REUTERS/Carlos Garcia Rawlins

En 2016 publiqué el libro Siglo XXI. El Mundo de la estrategia donde manifestaba que el mundo se orientaba definitivamente hacia una dirección en que sus conductas y decisiones importantes son inconexas, desestructuradas e imprevisibles. En este contexto se mueven todas las organizaciones; tanto empresariales como políticas y militares. Es un mundo donde la palabra acciona sobre las mentes para convencer, adoctrinar a los pueblos, mentir, instalar ideologías, generar conflictos, construir alianzas; donde la riqueza compra las palabras a enunciar y los fusiles a utilizar, donde el marxismo junto con el capitalismo y la plusvalía desaparecen y sólo quedan en pie, para generar la riqueza, un manifiesto sentido del poder, el management y la lógica cuántica.

Durante los últimos setenta años dos corrientes ideológicas dominaron a la Argentina casi permanentemente. Primero, el radicalismo, que nace a fines del siglo XIX con importantes figuras como Yrigoyen, Alem y Lisandro de la Torre. Su ideología perdura en el tiempo, al igual que su lógica newtoniana: solo la experiencia da valor a los actos del presente.

En febrero de 1943 nace el GOU (Grupo Oficiales Unidos), organización creadora del movimiento revolucionario, que estaba constituida por 19 militares entre ellos, el coronel Juan Domingo Perón. Aquí surge el principal conflicto, entre dos visiones diferentes.

Los radicales pensaban -y piensan- que se debía continuar en el “mundo pastoril”, porque era un modelo con el que la Argentina había sido exitosa. Los otros, los militares, todos educados en Prusia, prorroquistas y antinazistas, sostenían que para tener un gran pais se necesitaba entrar al “mundo industrializado”.

Recordemos que tras la guerra civil norteamericana, ocurrida a fines del siglo XIX, el modelo industrial se impone. Cuando la guerra terminó, había setecientos mil muertos y el mundo pastoril había desaparecido.

Aquí, el 4 de marzo de 1944 el Ejército -en su mayoría oficiales- resuelve designar como jefe del movimiento revolucionario al General Farrell y, al Coronel Perón, ministro de guerra interino. Así nace el peronismo y con ello el conflicto se organiza, por decirlo de algún modo.

James March y Herbert Simon sostienen en su Teoría de la organización (1961) que la perseverancia de un conflicto interno de un país, de una empresa o de una familia genera incapacidad en los grupos para tomar decisiones y definir objetivos, dado que sus integrantes poseen diferentes ideologías o interpretaciones del mundo.

El 19 de septiembre de 1945 tuvo lugar una importantísima marcha dirigida por Spruille Braden, el entonces embajador estadounidense en la Argentina, bajo el lema “Votos sí, botas no”.

La marcha se enmarcaba en la lucha “por la democracia y la libertad”. Eran unas trescientas mil personas, provenientes de la Universidad de Buenos Aires, la Sociedad Rural Argentina, el Jockey club de Buenos Aires, la Unión industrial Argentina, la Unión Cívica Radical, el partido Demócrata Progresista y muchas otras organizaciones. En síntesis, toda la sociedad contra el gobierno existente.

Ambos hechos, originaron quizás la mayor confrontación ideológica existente en la sociedad argentina: “El mundo pastoril contra el mundo industrial”.

En la Revolución de 1955 se genera un cambio ideológico en el ejército, con el que parecía que finalmente se impondrían los principios radicales, si bien persistía el obstáculo de no poder imponer un sistema democrático libre, porque todavía el peronismo ganaba las elecciones.

En paralelo y a partir de los años sesenta, el conflicto se hizo más complejo dado, que la denominada Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética tenía como objetivo el dominio de los pueblos latinoamericanos, africanos y asiáticos, respetando una “Detterrence strategy”: nunca habrá un soldado ruso combatiendo contra uno norteamericano.

Esto confundió más a los argentinos, que no pudieron entender que Fidel Castro era el comandante general del Atlántico Sur de las tropas soviéticas y que por lo tanto los combates terroristas en la Argentina no eran entre argentinos, sino entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Este hecho terminó por desequilibrar al gobierno de María Estela de Perón y produjo el golpe del 76.

En 1982 se produce la guerra de Malvinas. Algunos medios de comunicación la definieron como resultado de que “un borracho, para resolver su problema económico, invadió las islas”, instalando ideologías sin dar espacio a otro pensamiento. Ignorando que el objetivo central de la invasión, para ciertos grupos políticos norteamericanos, era el dominio sobre Latinoamérica mediante la instalación de tres banderas: la de Estados Unidos, Argentina e Inglaterra, con el nombre Organización del Tratado del Atlántico Sur: OTAS. El equivalente a la Organización del Tratado del Atlántico Norte: OTAN. El proyecto no prosperó, pero cambiaron tres islas por el dominio latinoamericano.

La derrota argentina allí condujo a Alfonsín a su triunfo electoral y, con aquellas consignas del 19 de septiembre de 1945, avanzó para separar a los militares del pueblo. Así se creía terminado el “conflicto argentino”. Su alianza con la socialdemocracia, una corriente ideológica basada en el marxismo, aparece en este escenario, como así también conceptos como “¿quién es el dueño de la plusvalía; el trabajador o el capitalista? Así volvimos mentalmente al siglo XIX.

Lo que se ignoró fue que en la década del 80 ya se había consolidado una lógica estratégica para resolver los problemas, donde el management adquiría su máxima dimensión. Se había instalado el pensamiento de Peter Drucker, el padre de las ciencias de la administración, que define que tanto el capitalismo como la plusvalía habían muerto, con lo cual el patrón/empresario y el trabajador son los auténticos generadores de la riqueza. La alianza con la socialdemocracia se transformó en un problema más que en una solución.

Luego el peronismo, con el liderazgo de Menem, procede a construir una alianza con el liberalismo. El mundo industrial, ideología central original del peronismo, aquí no se tiene en cuenta.

El gobierno de Fernando de la Rúa, que seguía siendo radical, ejecuta decisiones financieras ignorando que la función de un Banco Central es fundamentalmente ser “prestamista de última instancia”.

El triunfo del kirchnerismo genera otra alianza con la socialdemocracia, que ya no es obra del marxismo soviético sino que proviene del mundo occidental. Cree que la economía resuelve los problemas y pierde la oportunidad de reconstruir una interesante variable de poder mediante la reconfiguración de las fuerzas armadas.

Los argentinos están condenados a vivir en la pobreza porque no saben pensar el mundo del siglo XXI, que es el mundo de la estrategia; donde la economía es una ciencia de tercer nivel y el Banco Central es una organización fundamental para mantener el equilibrio financiero; pero sin poder, nada funciona.

Es importante recordar que las guerras militares del siglo XXI tienen un alto componente cultural y que los argentinos hoy están en guerra contra el mundo occidental, hecho del que no hemos tomado conciencia. En la actual situación, la guerra terminará cuando los argentinos reconozcan que las Islas Malvinas son inglesas. Lo veo imposible.

Seguir leyendo:

Guardar