Si el ejemplo duele una vez, duele mucho más si se repite dos veces en menos de cuarenta y ocho horas. Y eso es lo que sucedió esta semana en Uruguay. La fotografía recorrió el continente. Cuatro presidentes, uno en actividad y tres antecesores. Luis Lacalle Pou; su padre, Luis Lacalle Herrera; Julio María Sanguinetti y José “Pepe” Mujica. El lunes estuvieron juntos en el Congreso, donde hace medio siglo, se celebró la última sesión legislativa antes de que un golpe de estado lo disolviera. Y el martes, repitieron el encuentro pero ya en la Torre Ejecutiva, la sede del gobierno uruguayo. ¿El motivo? Decirle todos juntos “nunca más” a la interrupción de la democracia.
Se trata de un cuarteto formado por dos liberales (los Lacalle), un socialdemócrata (Sanguinetti) y un dirigente de izquierda como Mujica, que tomó el camino de la violencia armada en el movimiento guerrillero Tupamaros y pasó trece años preso en la cárcel de Punta Carretas. “El shopping”, como la suele recordar, porque allí funciona el mall más sofisticado de Montevideo.
Los cuatro presidentes uruguayos hablaron, se hicieron bromas y se conmovieron con el recuerdo de la última dictadura militar. Por un rato, dejaron las divergencias a un costado. Y enterraron, además de sus muertos, al demonio de la confrontación extrema.
“Es el triunfo del entendimiento, es el fin de los antagonismos, el fin de la intolerancia”, explicó Sanguinetti, escritor, periodista y académico, además de dirigente político. Y “Pepe” Mujica, el de la autocrítica guerrillera que jamás se escuchó en la Argentina, dio toda una definición de lo que hoy significa el consenso.
“La dirigencia política tiene que asumir que la lucha política llega hasta cierto punto”, agregó Mujica, resumiendo un concepto que cada vez está más lejos en la otra orilla del Río de la Plata. Solo basta con repasar algunas de las expresiones de los candidatos para las primarias en la Argentina, oficializados hace apenas cinco días. El “hasta cierto punto” es una frontera que cada vez importa menos. En el oficialismo, y también en la oposición.
El lunes, cuando aún no se habían apagado las pasiones por los cierres de las listas de candidatos, Cristina Kirchner aprovechó un acto de conmemoración de los derechos humanos para arrancar con la campaña tomándose venganza del presidente Alberto Fernández, de la ministra Victoria Tolosa Paz y, medio en broma y muy en serio, del ministro y candidato presidencial de Unión por la Patria, Sergio Massa. Quien quiera oír que oiga. No hay que esperar piedad de la Vicepresidenta en los tiempos que vienen.
Ella fue la que dejó trascender la jugarreta más perversa del cierre de listas. Según Cristina, la negociación con Massa y Alberto Fernández incluía dos lugares en la lista de candidatos a diputados bonaerenses para el Presidente. Una era para Tolosa Paz y la otra para Daniel Scioli, el cordero que se había sacrificado para que el peronismo tuviera una lista única. Está la de Juan Grabois, es cierto, pero eso no es una amenaza. Es una lista de compromiso para que algunos votos de izquierda que suele cosechar el kirchnerismo no se vayan, justamente, a la izquierda.
En la noche del domingo, cuando Cristina lo llamó a Scioli para consolarlo por la caída a última hora de su candidatura presidencial, le preguntó así como quien no quiere la cosa.
- Daniel, ¿por qué no agarraste la candidatura a diputado? El sexto lugar era para vos…
- A mi nadie me lo ofreció Cristina. Ese lugar se lo quedó Cafierito (Santiago). A mi me ofrecían ir al Parlasur y por supuesto que no lo iba a aceptar. Era una falta de respeto.
- Era para vos Daniel; lo que se habló es que era para vos.
- Es la mayor traición que sufrí en treinta años…
Te puede interesar: El legado sorpresa de Cristina: volveré y seré Sergio Massa
Scioli jamás sabrá con exactitud si quien lo dejó afuera del Congreso fue Alberto, Cafiero, Cristina o Massa. O si fueron todos confabulados. Lo que le quedó claro es que todos aquellos que le prometieron ir a la batalla contra el kirchnerismo, se esfumaron de repente. Cuando llegó la hora de la verdad, detrás de él ya no había nadie. Ni un gobernador, ni un intendente ni sindicalistas.
Cosas del peronismo. En 1983, apenas recuperada la democracia, el apoderado del PJ porteño era el abogado Torcuato Fino. El fue el encargado de llevar las listas de candidatos firmadas a la sede la Justicia electoral para oficializarlas. Cuando volvió a la unidad básica, le preguntaron: ¿Alguna novedad? “Si, respondió, quedé yo como primer candidato a diputado nacional…”. Fino no tenía que ir como primero, pero el que lleva las listas tiene la ventaja.
Torcuato Fino fue diputado nacional hasta 1987, con dieta y fueros parlamentarios. Claro que, desde aquellos días, los candidatos van hasta la sede judicial y firman en persona. Nadie quiere sorpresas desagradables como la que se encontró Scioli cuando habló con Cristina. Maquiavelo sonríe desde el cielo.
Tan golpeado quedó que el jueves, después de que se fueran conociendo los detalles de la zancadilla peronista contra Scioli, que Massa lo invitó al Ministerio de Economía. Lo esperó en la vereda y le dio un abrazo delante de fotógrafos y cámaras de TV.
El candidato Massa sospecha que si la guerra interna que está atravesando Juntos por el Cambio mantiene el nivel de agresividad de estas horas, tendrá una oportunidad de mostrarse como un dirigente racional. Y apuesta a que la sociedad se olvide un poco de la inflación, del dólar disparado y las cuentas todavía tirantes con el Fondo Monetario.
Entre todas las fragilidades de la Argentina, la primera en flaquear siempre es la memoria.
Mientras negocia contra reloj con el FMI y encadena un evento empresario detrás de otro para mostrar hiperactividad, Massa se encontró esta semana con el regalo inmejorable de la implosión que está sucediendo dentro de Juntos por el Cambio.
La elección en Córdoba, que fue muy disputada pero que terminará por unos tres puntos en manos del peronista Martín Llaryora cuando se complete el escrutinio definitivo, produjo una grieta entre Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich (con el apoyo de Mauricio Macri) que cada vez resulta más profunda.
El jefe del Gobierno porteño tocó una fibra sensible esta semana cuando dijo en una entrevista radial que Macri había fracasado al forzar la batalla política a todo o nada contra el peronismo en un modelo de confrontación, que Bullrich replicaba ahora en la campaña. Y que él quería intentar una estrategia diferente.
La palabra fracaso demasiada cerca de la palabra Macri encendió la caldera entre los dirigentes más cercanos al ex presidente. La ex titular de la Oficina Anti Corrupción, Laura Alonso, salió en defensa contundente de su jefe político. Un par de semanas antes, había cruzado al gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, el compañero de fórmula de Rodríguez Larreta, llegando al extremo de acusarlo de castigar a los docentes jujeños, la mayoría de ellos activistas y gremialistas kirchneristas o de izquierda aliados a Milagro Sala. Díaz después, cuando la oposición a Morales atacó la Legislatura provincial, Alonso retrocedió y salió en defensa del gobernador como lo hizo Bullrich y la mayoría de los dirigentes de Cambiemos.
Pero el incendio ya estaba desatado. Fue la propia Patricia la que elevó al máximo el tono de la disputa al acusa a Rodríguez Larreta de “oportunista y ventajero” que haría “cualquier cosa por un voto”. Es difícil en este escenario imaginar que un votante de uno vaya a votar por el otro en la elección presidencial después de que las PASO alumbren un ganador entre ellos.
Hay otros dos ejemplos que ilustran como pocos el proceso de auto destrucción que Juntos por el Cambio no logra frenar desde comienzos de año. Es el caso de Elisa Carrió, aliada de Rodríguez Larreta, llegando al extremo de atacar con crueldad al respetado actor y dirigente radical, “Beto” Brandoni, por el solo hecho de estar apoyando la lista de Bullrich. Lilita sabe que cinco minutos de reflexión en su casa de Villa Elisa le bastarán para comprender que se ha metido en un barro del que es muy difícil regresar.
El problema es que la locura de la batalla interna no es patrimonio de las generaciones más experimentadas. En estas horas, la periodista y precandidata a gobernadora por Santa Fe, Carolina Losada (en este caso aliada de Bullrich) ha dicho que de perder las internas de su provincia ante su rival, el radical Maximiliano Pullaro, no lo votará ni lo acompañara porque cree que ha sido concesivo con la policía sospechada de acordar con el narcotráfico.
“Tengo diferencias éticas y morales”, planteó Losada, poniendo como argumentos solo unos audios que complicarían a su adversario electoral. El gobernador peronista, Omar Perotti; Massa, el candidato a vice, el santafesino Agustín Rossi, y hasta Cristina Kirchner, festejan la magnitud de las peleas que vienen ocurriendo entre sus rivales. Ni ellos les pedían tanto.
Los dirigentes políticos tienen que asumir que la pelea política llega hasta cierto punto. Esa es la frase de “Pepe” Mujica que establece los límites de la confrontación para poder pensar en un escenario de consensos posibles. De leyes aprobadas y de políticas de Estado que en la Argentina siguen siendo una utopía.
Los cuatro presidentes uruguayos, que se reunieron dos veces en dos días, entienden perfectamente adonde quedan esos límites. Hay demasiadas derrotas, demasiados fracasos, demasiados muertos que muestran como se derrumba toda una sociedad cuando la confrontación extrema se impone sobre la tolerancia.
A la dirigencia argentina el fracaso y la muerte parecen no haberles enseñado nada. Lleva cuarenta años de democracia restaurada para que la inflación y la pobreza sean las medallas que llevamos cada vez más prendidas en el pecho. Con las elecciones llega una nueva oportunidad para cambiar el rumbo del naufragio. Y todo indica que, otra vez, vamos camino a perderla.
Seguir leyendo: