-Si Cristina te lo pide, ¿serías candidato a vicepresidente de Sergio Massa?
-Sí.
-Si Cristina te lo pide, ¿serías candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires?
-Sí.
-Si Cristina te lo pide, ¿serías candidato a senador por la provincia de Buenos Aires?
-Sí.
-Si Cristina te lo pide, ¿encabezarías la lista de diputados nacionales?
-Sí.
-¿Qué no harías si te lo pide Cristina?
-Muchas cosas. Pero en lo que tiene que ver con estrategia política es la dirigente de la Argentina con más claridad, con más capacidad, con más inteligencia, con más experiencia. Y como hago política por la misma gente que ella quiere defender, proteger y cuidar, voy a hacer lo que la compañera Cristina diga.
A lo largo del siglo XX, muchos pensadores intentaron comprender la relación que se establece entre un líder y sus seguidores, cuando estos se predisponen a cumplir cualquier orden que provenga del primero, porque le atribuyen cierta infalibilidad, porque los líderes le dan sentido a sus vida, o porque los perciben como dioses. Inquieto por ese tipo de conductas, que en la primera mitad del siglo XX sacudían al mundo, Sigmund Freud escribió, por ejemplo, Psicología de las Masas y Análisis del Yo. El mundo psicoanalítico valoró de ese texto, especialmente, un par de páginas dedicadas a explicar el mecanismo de la Identificación –el famoso capítulo 7. Quien lo lea con una mirada más social o política, tal vez destaque la comparación que hace el autor entre el comportamiento de aquellas masas y el funcionamiento de instituciones cerradas y verticalistas como el Ejército o la Iglesia. Un soldado o un cura, como se sabe, deben estar dispuestos a cumplir cualquier orden, más allá de sus propias convicciones, que no importan. En eso radica su virtud.
El diálogo con que arranca esta nota fue parte del mini reportaje que Diego Iglesias le hizo al ministro Eduardo “Wado” de Pedro unos días antes del ascenso y caída de su candidatura presidencial, y que fue publicado en Infobae. De Pedro se manifiesta allí dispuesto a cumplir cualquier orden de la Jefa. Antes, Axel Kicillof dijo lo mismo: en última instancia haría lo que dijera Kirchner. Los cantitos de La Cámpora, donde sus militantes se enorgullecen de ser “soldados del Pingüino” forman parte de ese repertorio. También las notas callejeras donde los militantes explican: “Si es Massa, lo vamos a militar porque lo eligió Cristina. Como militamos a Alberto, porque lo eligió Cristina. Si ella elige a alguien, es por algo”.
Ese tipo de relación donde una persona somete su voluntad permite que ocurran episodios como el de estos días. La Jefa impulsa la candidatura de un soldado, lo manda al frente, le ordena que la oficialice a una hora determinada y en determinados términos y, luego, cuando la situación lo requiere, sacrifica a ese soldado al que había expuesto. En otro tipo de relaciones humanas, eso no sería admisible: es demasiado cruel. En este caso, tiene lógica: un soldado se debe sacrificar por lealtad a la “causa” que encarna en otra persona. Nadie tiene derecho a quejarse de lo que pasó. Entre gente grande, cada uno es libre de someterse, o no, a ciertas reglas.
Lo que parece claro, a estas alturas, es que a la hora de promover personas o candidatos, Cristina Kirchner nunca elige a los soldados del pingüino, y eso que ya están bien grandes. En 2015, cuando no podía ser reelecta, impulsó a Daniel Scioli, el más lejano y sospechoso de los políticos oficialistas. En 2019, entre tantas opciones, ungió a Alberto Fernández, a quien poco tiempo atrás consideraba un traidor. Y ahora, a Sergio Massa, quien prometió meterla presa y barrer con los ñoquis de la Cámpora. Es un desplante tremendo a los militantes que coreaban “no pasa nada, si todos los traidores se van con Massa”, como recordó el viernes el ácido Luis D´Elía. Probablemente este fin de semana sientan dolor, perplejidad, pero luego dirán: hay que ser orgánicos, lo decidió la Jefa, ella sabe. “En lo que tiene que ver con estrategia política es la dirigente de la Argentina con más claridad, con más capacidad, con más inteligencia, con más experiencia”. ¿Y ella? ¿Sentirá algo frente al sacrificio que les impone a sus soldados, especialmente a un hijo de la generación diezmada? ¿O es, simplemente, un general frío, sin corazón, que dispone el sacrificio y luego sigue su vida como si tal cosa?
En cualquier caso, cae de cajón la pregunta sobre por qué hizo lo que hizo, como muchas veces ha ocurrido con las decisiones de la líder más importante que ha tenido la democracia argentina. No todas las preguntas tienen respuestas: ésta menos que menos. Hay que meterse en los pliegues del cerebro de otra persona para contestarla. Pavada de persona y de cerebro, además. Sin embargo, especular sobre eso permite pensar algunas cuestiones relevantes.
Como en 2019, hay una decisión anterior a la de impulsar a Fernández o a Massa: la de no postularse ella. Algunas personas creen que no lo ha hecho entonces, ni ahora, porque no da más, porque yo ya dio “todo lo que tenía que dar”. O porque la enfermedad de su hija y la dedicación a su nieta se lo impiden. O porque cree que tiene un riesgo enorme de perder, y no quiere terminar su carrera así, derrotada. O porque cree que, alguien con sus ideas, no podría gobernar. Todas esas variantes reconocen una limitación: falta de ganas, otras prioridades, imposibilidad de ganar, dificultades serias de gobernar. Hay algo, lo que sea, de lo que carece Cristina que le impide postularse. Y ya son muchas veces que decide eso. Esas retiradas, por más estratégicas que sean, tienen un costo en términos de poder. Nunca el costo fue tan alto: regaló los dos componentes de la fórmula presidencial. Hay motivos para preguntarse si no estamos, entonces, antes una despedida histórica.
Pero ese vacío es llenado, entonces y ahora, por personas que repiten un patrón muy claro. Alberto Fernández fue jefe de Gabinete de Cristina Kirchner, luego la enfrentó de manera despiadada y finalmente fue elegido candidato a presidente por ella: ¡es exactamente el mismo recorrido, punto por punto, que el de Sergio Massa! Primero jefe de gabinete, luego opositor acérrimo, finalmente candidato a presidente. En 2013, cuando Massa derrotó al kirchnerismo, su jefe de campaña era Alberto Fernández. Una y otra vez, CFK premia a los supuestos traidores.
Desde 2008, el peronismo se dividió en dos sectores que pensaban distinto casi sobre todo: sobre Estados Unidos, Clarín, el sector agropecuario, la Justicia, los empresarios, el combate a la inflación. La líder de uno de esos sectores era Cristina. Los referentes del otro, eran Sergio Massa y Alberto Fernández. Massa siempre fue más claro que Fernández: está documentado que despotricaba contra Néstor y Cristina, y que hace poco, al asumir como ministro, explicó que tiene debilidad por los Estados Unidos. Además, los socios empresarios de Massa, los que brindan en estas horas, son harto conocidos. Pero, entre ambos, Massa y Fernández, compusieron la fórmula presidencial. Cristina quedó afuera.
Sobre lo ocurrido solo se pueden enhebrar teorías, todas interesadas. La más benigna es que, de repente, Cristina se volvió magnánima y desprendida. La más oscura es que cedió ante un apriete fenomenal de Massa, que la emplazó a voltear a De Pedro porque de lo contrario hacía estallar la economía con su renuncia. En algún momento se debe haber sentido muy arrinconada, o sola, como para entregar tanto. Tal vez haya además, de parte de ella, algo de respeto hacia quienes la enfrentan. Se las hace parir pero, al final del camino, les reconoce cierta jerarquía, y por eso los elige. Al fin y al cabo, Néstor Kirchner, y ella misma, llegaron por rebeldes. En algún lugar, cabría preguntarse si Cristina valora más a los enemigos que a los soldados.
Pero lo más importante, para el futuro del país, es cómo funcionará el nuevo sistema ante la eventualidad de que Massa consiga el sueño de su vida. En 2019, eso ocurrió con Fernández. Cristina no había digerido su decisión de postularlo. Desde el primer día puso en marcha un operativo desgaste que terminó destruyendo a su creación. El segundo episodio de esa saga se verá en pocos meses: ¿está dispuesta a tolerar que otro -que no se apellida Kirchner- ocupe la Casa Rosada, con sus ideas, que no siempre serán las de ella y que muchas veces serán exactamente las opuestas? ¿O volveremos a las andadas y Massa sufrirá lo que sufrió Fernández? Quienes suponen que conocen a los personajes, sostienen que Massa ejerce el poder mejor que Fernández, que tiene más carácter, que es tan cruel como ella, que Cristina no tiene el espacio para repetir los mismos desplantes, que ella está fuera del esquema institucional, que él la tirará por la ventana al primer desplante. En fin: que ya fue.
Ah, ¿si? Veremos.
Por lo pronto, Cristina acaba de postular como candidato a presidente al más pragmático de los candidatos a presidentes del peronismo.
Todavía no hemos visto lo mejor.
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