Feminista en falta: feminismo Minotauro, el día que se nos rompió el relato

Pensamos que alcanzaba con contar las cosas como queríamos que fueran, pero ahora que emerge la foto verdadera, la desilusión es absoluta. Y esa foto es tan triste como las fórmulas de los precandidatos presidenciales que se presentaron esta semana: una prueba de que la agenda de género ya no le importa a nadie

Juan Manzur y Luis Petri: los candidatos a vicepresidente de Wado de Pedro y Patricia Bullrich votaron contra la Ley de aborto. ¿La agenda feminista? Bien, gracias...

Hay semanas en las que todos los velos se corren y entonces no queda otra que ser honestos. Es difícil eso. Somos una generación que se convenció de que contar las cosas como queremos que sean es suficiente para cambiarlas. La generación del relato. Pero a veces todos los relatos se rompen al mismo tiempo y nos quedamos pedaleando en el aire, ante una foto que no quisimos ver nunca.

Me pasa cuando leo las críticas a The Idol, la serie del creador de Euphoria que lidera el ranking de más vistas de HBO y sin embargo todos se apuran a denostar por misógina. Y es que cuando los consumos culturales van tan en contra de lo que se supone que está bien, ese divorcio casi siempre encierra cosas de las que nos molesta hablar.

Vi los tres primeros capítulos disponibles en la plataforma, donde Lily-Rose Depp le da vida a Jocelyn, una princesa pop en crisis tras la muerte de su todopoderosa madre manager que es blanco fácil de la psicopatía controladora de un empresario de la noche con pretensiones de gurú. Hay una tensión violentamente obvia entre la sensualidad perturbadora de Joss –que apenas si cubre de a ratos las partes de su cuerpo que censuraría Instagram– y la vulnerabilidad dependiente de esa estrella teen que bien podría ser Britney Spears.

La prensa especializada dictaminó por unanimidad que es una historia improbable y cargada de violencia machista y revictimizante –si bien pretende lo contrario, ser denuncia–. Pero aunque el relato no es amable, es evidente que atrapa. Entonces, la pregunta cae de madura, ¿acaso la serie es tan grotesca y alejada de lo posible para los que seguimos la tragedia de Britney en tiempo real?

Lily-Rose Depp en "The Idol" (HBO)

Dicen que una diosa como Joss nunca se fijaría en un señor patético que se peina con lo que en inglés llaman “cola de rata”. Me permito recordar, salvando las distancias, el matrimonio de una de las mujeres más sexies de la Argentina con un mafioso de outlet que usaba el mismo peinado. La propia Spears declaró que lo peor que hizo en toda su carrera fue casarse con Kevin Federline, un bailarín del montón al que todavía mantiene; ni hablar del paparazzo que le siguió: un tipo que trató de vender sus fotos íntimas por millones.

Supongo que la serie tiene algo todavía más inquietante: una protagonista que maneja su cuerpo con la gracia y la seguridad que sólo puede tener la hija de Vanessa Paradis y Johnny Depp. Me imagino su propio recorrido emocional: asistir al juicio público a tu padre, al desfile interminable de testimonios para acreditar o desestimar que el hombre que te dio el apellido –que elegiste conservar para tu carrera artística– es un violento. Sobreponerte a eso e intentar hacerte camino en medio de acusaciones de nepotismo.

Y entonces todo cierra: somos la generación que creció romantizando que el padre de esa chica se encerrara a destruir cuartos de hoteles y a tirarle con botellas a sus novias adictas y que después se encolumnó detrás de la primera voz en contra para cancelarlo. Porque la cancelación es parte de lo mismo: reescribir el relato para librarnos de culpa; si Johnny Depp no existe, entonces no tuvimos nada que ver con la picadora que aplaudió sus excesos, la misma picadora que ahora lo rescata sin matices y destruye a la mujer que se atrevió a denunciarlo. Nos acostumbramos a eso, a contar las cosas como debieron ser, a vender mujeres empoderadas y repetirnos que éramos hermosas mientras eliminábamos a los personajes menos lineales de nuestra narrativa. Pero la falta de honestidad sólo nos dio fotos más mirables.

El ministro del Interior y precandidato a presidente del oficialismo Wado de Pedro junto a Juan Manzur, su compañero de fórmula para las PASO FOTO NA: @wadodecorrido

No debería ser una sorpresa: cuando la foto real finalmente emerge, la desilusión es irremontable. Con la última ola feminista nos pasa o nos pasó algo parecido. Pensamos, como tantas lo hicieron antes, que el cambio era una aspiración razonable, y nos concentramos en una pedagogía que repetimos hasta el cansancio: no deberían existir historias como las de The Idol, entonces mejor no contarlas, hacer de cuenta que no existen. Pero el meme de la feminista anciana sosteniendo un cartel que dice “¿Por qué mierda tengo que seguir protestando por las mismas cosas?” no pierde vigencia, no importa cómo lo contemos.

Somos muchas ya las que empezamos a dudar si sirvió para algo. Todo lo que dijimos, todo lo que nos movilizamos y el intento genuino de revisar las propias prácticas y pelear la igualdad que por un momento se vislumbró posible, todos esos señores que corrían a sacar su chapa de aliados y las miles que nos juntábamos en la plaza en cada marcha, parecen haber ido cayendo en saco roto. Esa idea que hace rato flota en el aire –impronunciable– se hizo tangible de pronto: la agenda de género, reducida a una foto recortada y casi absurda, a cargos intrascendentes que se presentaron con pompa para que escribiéramos manuales y diéramos capacitaciones a los que no habían entendido bien, ya no sólo no tiene cabida, se transformó en una nueva cocina. Vayan a ocuparse de sus temas de chicas y no molesten.

Para darse una idea de cuánto se descapitalizó el movimiento de mujeres en los últimos cuatro años, basta con ver las fórmulas que anunciaron esta semana el Gobierno y la oposición de cara a las PASO: aunque las mujeres representemos más de la mitad del padrón electoral en la Argentina, los vices de los precandidatos Wado de Pedro y Patricia Bullrich son exponentes del más rancio conservadurismo antiderechos.

Patricia Bullrich, precandidata a presidenta de Juntos por el Cambio, con Luis Petri, su compañero de fórmula

Juan Manzur es el gobernador que obstaculizó la interrupción del embarazo de una niña de 11 años que había sido violada y luego justificó que se la sometiera a una cesárea. En cualquier mundo imaginable eso debería ser condenado de forma unánime, pero hay quienes dan piruetas para justificarlo también a él. Tampoco es que sea novedad: también lo justificaron cuando fue jefe de Gabinete del presidente que se jactaba de haber terminado con el patriarcado. Luis Petri es un admirador del torturador Nayib Bukele que cree que los extranjeros no deberían tener acceso a la salud y la educación, y, sí, también votó en contra del aborto legal cuando era diputado. Se lo considera un “halcón cool”.

Hubo alguna queja, claro, pero como el minotauro de La Casa de Asterión, cansado de dar cornadas contra las paredes de su propio laberinto, el feminismo apenas se defendió. Es probable que eso tenga más que ver con la desazón generalizada que con la falta de respuesta de las voces que hasta hace poco defendían la agenda de género y derechos a ultranza. Pero es cierto que hoy parecemos noqueadas. Nos preguntan muchas veces “¿Dónde están las feministas?”, y ayer no fue la excepción. Pero al margen de ser una pregunta en sí misma misógina (¿dónde está el resto, dónde están los que corrían a posar de aliados y darse baños rosas?, me pregunto yo), también es cierto que es fácil cansarse de empujar solas una rueda que debería ser de todos.

Y es que al final no importa. No importa dónde estemos, cuánto hagamos, si señalamos el horror cotidiano que se disfraza del monstruo de turno o si miramos para otro lado. Al final no importa y entonces lo más racional es no hacernos cargo; si no es el problema de nadie, ¿por qué debería ser de nosotras? Ni siquiera es un problema de las mujeres que están en el poder: ni de la que define la interna kirchnerista y ungió a Manzur aunque se vista de violeta y verde, ni de la precandidata mano dura de Cambiemos que eligió a Petri como compañero de fórmula.

No es problema de nadie, pero las perjudicadas seguimos siendo siempre nosotras. No alcanzó con el manual, ni con mandarlos a estudiar perspectiva y todos los relatos están rotos: tal vez lo único que nos quede por hacer ahora sea ver la foto completa para entender la derrota y tratar de reconstruirnos.

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