La violencia política no es un fenómeno novedoso en la Argentina, y está claro que, a lo largo de nuestra historia, tampoco resulta patrimonio de un sólo partido o movimiento político. Está fuera de discusión también que la política no puede ser interpretada en términos simplistas de buenos contra malos, nosotros contra ellos, republicanos contra autoritarios. La realidad es mucho más compleja.
Pero para entender los conflictos políticos que estamos atravesando, y sobre todo las tensiones que vamos a vivir en todo el país a partir de diciembre, tenemos que tener una mirada prospectiva de los antecedentes políticos e ideológicos de los violentos. Tenemos que mirar la estructura, su esencia, y no quedarnos solo con lo coyuntural, como es el avasallamiento institucional impulsado por agrupaciones kirchneristas y de izquierda en Jujuy.
Grupos que se niegan a aceptar el futuro, que se niegan al verdadero y necesario cambio que se viene, y en definitiva, que se resisten a ser lo que deberían ser hace mucho tiempo: sectores marginales y minoritarios, para que de una vez por todas podamos vivir en un país serio, previsor, con estabilidad, donde primen los valores, el sentido común y la paz.
La violencia, los cortes de rutas y calles, el intento de toma de la Legislatura provincial y la multiplicidad de delitos que está cometiendo y fomentando el kirchnerismo en Jujuy, conlleva una peligrosidad extrema para la democracia en el país. Sin dudas, es el laboratorio en el cual están experimentando lo que van a hacer a partir de diciembre, cuando ya no sean gobierno.
Hoy, a través de la violencia, quieren frenar una Constitución, aprobada en un marco de absoluta legalidad y legitimidad democrática. Mañana, van a querer frenar todas y cada una de las reformas que Argentina necesita y que nosotros vamos a impulsar.
Los métodos de la violencia populista anti-democrática organizada ya los conocemos y los pueblos latinoamericanos los venimos sufriendo hace más de 20 años. Basta con realizar un breve repaso a la región para entender lo que hicieron estos líderes autoritarios cuando estuvieron en el poder, y sobre todo cómo reaccionaron para no perder sus privilegios, cuando las sociedades se cansaron de la cultura del apriete, la extorsión, el clientelismo, la censura, la violencia, la corrupción, y los echaron a través de las urnas, el único camino posible.
Esos métodos violentos ya los sufrimos en nuestro país en el gobierno de Mauricio Macri: ante cada intento de implementar un cambio profundo, hubo una reacción violenta. Como en el debate de 2017 de la reforma previsional cuando respondieron con 14 toneladas de piedras frente al Congreso. Violencia que fue apoyada y alentada, incluso, desde el recinto por los propios diputados kirchneristas.
Ante esto, tenemos que prepararnos y preguntarnos: ¿Qué va a suceder el año que viene cuándo tengamos que discutir las reformas profundas que el país necesita? ¿Qué pasará cuándo discutamos la reducción del déficit fiscal que nos dejó la fiesta kirchnerista? ¿Y cuándo tengamos que revisar los planes sociales para terminar de una vez y para siempre con el clientelismo enquistado en el sistema político de nuestro país? ¿O cuando se plantee la necesaria reforma laboral y educativa? ¿Qué pasará con los cambios institucionales que debemos impulsar en pos de una mayor transparencia?.
La ventaja es que ya sabemos cómo va a reaccionar el kirchnerismo. Ya sabemos dónde van a estar parados los Baradel y Grabois de la vida, nunca al lado de la gente, siempre del lado de la protección de sus intereses.
Este año tenemos la oportunidad de cortar con este círculo vicioso que no nos permite crecer, que no permite que podamos tener un país pujante, productivo, con empleo e inclusión social. Un país con instituciones fuertes, que mire el futuro dejando atrás los lastres engendrados en el siglo XX que se resisten al cambio, y abandonando también los métodos y privilegios del siglo XIX, que muchos quieren mantener para enquistarse en el poder, sobre todo en los feudos provinciales, donde se gobierna de espaldas a la gente.
La única opción para lograr todo esto y marginar a los violentos, es a través de las urnas, apoyando a los candidatos que demuestren tener el coraje suficiente para no ceder a las extorsiones de estas fuerzas marginales del sistema político. Es momento de decisiones fuertes y de construcción de consensos para acompañar esas decisiones.
Este año tenemos dos caminos: continuar con la barbarie o recuperar el orden. ¡Argentina decide!
Seguir leyendo: