La frase que Cristina Kirchner pronunció en 2011 quedó estampada en el imaginario colectivo: “Si quieren tomar decisiones de gobierno armen un partido y ganen las elecciones”. ¿Qué significaba esa frase sino una exaltación reforzada del voto y, hasta cierto punto, un envilecimiento del derecho de las minorías? Nos estaba diciendo que ella había ganado y por lo tanto tenía derecho a implantar en la sociedad sus preferencias morales. Esa afirmación es pertinente a condición de que se respeten las reglas republicanas. Para poner un ejemplo: una mayoría no podría decidir que las personas de avanzada edad no tienen derecho a transitar por las calles, porque viola la parte dogmática de la Constitución. Cualquier votación otorga poder pero nunca debe olvidarse que el elegido goza de una mayoría coyuntural, que varía con el tiempo, y por ende su poder es relativo.
En 2015 Maricio Macri ganó las elecciones y, de inmediato, Cristina Kirchner produjo una torsión oportunista en su discurso. Ya no era cuestión de ganar elecciones sino de ejercer la representación de “las grandes mayorías populares”. Se negó incluso a entregar la banda presidencial, como si los votantes se hubieran equivocado y ella pudiera enmendar, con su simbolismo gestual, ese presunto error. Peor aún en 2017, cuando el macrismo revalidó su mandato en las urnas. Fue entonces cuando, a los pocos días del escrutinio, y en ocasión del debate de la ley previsional, el kirchnerismo lanzó a la calle a sus esbirros: aquel ataque al Congreso se recuerda con una pieza visual y una frase emblemática: la pieza es la foto de un personaje funambulesco, el “Gordo Mortero”, arrojando una bomba contra el edificio donde se sesionaba; la frase: catorce toneladas de piedras.
Cristina Kirchner es antidemocrática y mala perdedora. En el caso de Jujuy vuelve a demostrarlo. Hace poco más de un mes hubo elecciones en esa provincia para gobernador y para convencionales constituyentes. Ganó el oficialismo por casi el 50 % de los votos. Podrá discutirse si la reforma constitucional es buena o mala, si otorga más o menos derechos a las minorías indígenas, si reduce o no organismos de control, si fue hecha correctamente o de un modo apresurado, pero lo que no puede discutirse es que representa la voluntad popular que los jujeños expresaron en las urnas hace solo cinco semanas.
Más aún: lo que anida en el centro de esta norma, de esta prosopopeya, es el repudio al modelo de Milagro Sala y de las fuerzas paraestatales en las que el peronismo tiene una largo anclaje, de la quema del Jockey Club, la biblioteca socialista y reductos opositores en 1953, pasando por la tristemente célebre Triple A de López Rega y llegando al clan de Emerenciano Sena en el Chaco. Por eso, el pueblo jujeño, a través de sus representantes, adhiere a la libertad de expresión y el respeto de las manifestaciones siempre y cuando quienes participen lo hagan de un modo pacífico y sin armas. Fue justamente el kirchnerismo, y en su momento de apogeo, el que mandó a una fuerza paraestatal a romper una manifestación pacífica del campo, violando una larga tradición del progresismo. Hay un grito asordinado que recorre la Argentina: nunca más piedras contra la democracia.
Los disturbios de Jujuy deben ponerse en la cuenta de Cristina Kirchner, quien olvidando su famoso lema de que hay que dejar gobernar a quienes ganan las elecciones, ha enviado bandas de forajidos a incendiar la legislatura provincial, a cortar rutas nacionales y tomar la provincia. ¿Debe ser tolerada la vandalización de un edificio público emblemático? ¿Hay que aceptar de brazos cruzados que se impida a los ciudadanos transitar por una ruta? ¿Qué tiene que hacer la policía cuando es sistemáticamente apedreada por los manifestantes? ¿En nombre de qué principios éticos hay que soportar a minorías violentas y antidemocráticas? Los mismos kirchneristas que, con razón, se escandalizaron por la toma violenta del Capitolio y por los incidentes de Brasilia, promovidos por trumpistas y bolsonaristas, ahora son los primeros que promueven desmanes paritarios mediante militantes rentados a los que se les habría ofrecido dádivas para plegarse a la violencia. Tan antidemocrática es la postura que algunos de sus acólitos, como el inefable Mempo Giardinelli, llegaron a pedir la intervención federal de la provincia a un mes de la elección. Por supuesto que a estas manifestaciones se sumaron miembros de la izquierda, nostálgicos del estalinismo, y algunos incautos a los que llevan de las narices. Idiotas útiles hay siempre en disponibilidad.
La Argentina requiere un gran cambio consistente en dejar atrás el país corporativo organizado desde el Estado, con empresarios, sindicalistas y dirigentes sociales amigos del poder, entre los cuales se reparten la rentabilidad de los negocios, sin arriesgar un peso, y pasar a un país con empresarios emprendedores, schumpeterianos, y dirigentes sindicales que defiendan a los trabajadores y no que los trafiquen. Debemos dejar atrás la fiesta de subsidios. Debemos ir a un país en donde desaparezcan los nefastos planes sociales que denigran a quienes los reciben y saquean a los contribuyentes que los sostienen. Debemos dejar atrás el país de la anomia y empezar a respetar las normas, que no son más que la voluntad popular. Debemos dejar atrás las tomas de tierras y empezar a respetar el derecho de propiedad, que no es otra cosa que el fruto del trabajo humano. Debemos dejar atrás el país de los falsos dirigentes sociales que fingen construir viviendas populares y solo contribuyen a la corrupción, la prepotencia y el delito.
Pero estos grandes cambios para que reine el trabajo y el bienestar, para que renazca la clase media, serán denigrados y deslegitimados desde el primer día por el kirchnerismo y sus cómplices. ¿O se piensan que todos los funcionarios de La Cámpora que ganan sueldos de cuatro mil dólares por mes y pasarán a ser desocupados se quedarán de lo más tranquilos, aceptando el resultado electoral? Lo de Jujuy no es más que una cabecera de playa, un entrenamiento para lo que vendrá a partir de 2024. El kirchnerismo se prepara, siguiendo los sondeos más afilados, para una derrota histórica y busca lo que Cristina Kirchner llama, con pícara osadía, “recuperar la representación”. La representación, ahora que las urnas le son adversas, se traduce en mandar a la calle bandas de patoteros y barrabravas a romper la democracia.
Para Cristina Kirchner la democracia sirve en un solo caso: si ella gana. Si eso no sucede lo reputa una anomalía, un error estadístico o un hecho que no existió. “El partido no se jugó”, dice, epitomizando la trampa. Su concepción es religiosa: todo lo que no se amolde a su dogma es necesariamente un error. Por eso cuando el electorado le da la espalda no lo considera un ejercicio democrático sino una falla que debe ser remediada mediante el recurso de la violencia. Jujuy es el laboratorio de ensayo para todo el mal que el kirchnerismo en la oposición piensa infligir al país: no es hora para dubitativos ni tibios.
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