La deficiente comprensión de textos de Cristina Kirchner

El libro “Diario de una temporada en el quinto piso”, de Juan Carlos Torre, resulta muy útil para entender los desafíos que enfrenta la conducción de un país con alta inflación y altos niveles de endeudamiento

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Cristina Kirchner le regaló a
Cristina Kirchner le regaló a Alberto Fernández una copia de "Diario de una temporada en el quinto piso" para su cumpleaños

El 2 de abril de 2022, el presidente Alberto Fernández cumplió 63 años. Recibió como regalo un libro fantástico que le había sido enviado por la vicepresidenta Cristina Kirchner con quien aún, cada tanto, se dirigían la palabra. La mismísima Kirchner contó su gesto durante un acto por el aniversario de la guerra de Malvinas en el que ironizó: “Esto es para que la vocera no diga que soy mala…”. El jueves pasado ese regalo, ese librazo, volvió a ser mencionado en un acto público.

Cristina Kirchner, desde Santa Cruz, dijo:

“Yo recuerdo cuando el 10 de diciembre de 2021 Lula vino a visitarnos. Todavía no se había lanzado como candidato a presidente. Lo dije en la Plaza: guarda, ojo, porque miren lo que pasó en el 89. Lo refleja el libro que tantas veces lo he recomendado. Se lo mandé al Presidente de regalo, espero que lo haya leído aunque no sé, me parece que no. El de ‘Una temporada en el quinto piso’ de Torre. Bueno lo que narra ese libro que pasó en el 89 es lo que pasó doce años después, exactamente doce años después en el 2001. Y es lo que está pasando ahora, 20 años después”.

La insistencia de Cristina Kirchner en referirse a ese libro -que, en realidad, se llama Diario de una temporada en el quinto piso y fue escrito por el sociólogo Juan Carlos Torre- es un gesto valioso porque se trata de un trabajo muy útil para entender los desafíos que enfrenta la conducción de un país con alta inflación y altos niveles de endeudamiento. Cualquiera que aspire a conducir la Argentina a partir del 10 de diciembre debería leerlo minuciosamente, para tener una mínima noción de lo que le espera. Fácil, no va a ser. Quien confíe en recetas lineales, va a fallar de nuevo. Diario de una temporada…, en ese sentido es uno de los libros imprescindibles que fueron escritos en el país en los últimos años. Pocos dirigentes políticos lo habrán leído como ella lo hizo. Pero, ¿lo habrá entendido? El contenido real del libro sugiere que, tal vez, su lectura sea, como mínimo, sesgada.

Se trata de un trabajo realmente exótico en la historia de la literatura política argentina. Su autor es un prestigioso sociólogo que en 1983 volvió del exilio para incorporarse a los equipos de Juan Sourrouille, antes de que éste se transformara en ministro de Economía. Torre, en aquel momento, decidió grabar en tiempo real todo lo que ocurría a su alrededor, archivó los intercambios de cartas con amigos y familiares y guardó el material durante décadas. Hasta que llegó la pandemia y tuvo tiempo para organizarlo.

Juan Carlos Torre
Juan Carlos Torre

Hubo otra razón para tanta demora: el mismo Sourrouille le había pedido que no lo escribiera. Así lo explicó el autor en la última página: “Con el paso de los años, cada vez más viejos él y yo, fue madurando en mí la decisión de dar a conocer el diario en el que dejé registrada una aventura que fue única en nuestras vidas... Antes se lo di a leer a Juan y otra vez reiteró su negativa a la publicación. Pero ya mi decisión estaba tomada y se lo hice saber… Con su muerte, este libro se convierte en algo más: es mi homenaje a un gran amigo que puso en juego su inteligencia y temperamento característico para que el país pudiese enfrentar los grandes desafíos que tenía por delante la transición democrática”.

El libro cuenta, en tiempo real, la historia de una frustración, el fracaso del plan de estabilización conocido como Plan Austral y el deslizamiento del país hacia la hiperinflación y la entrega adelantada y caótica del poder en 1989. A lo largo de sus páginas, el Fondo Monetario Internacional juega un rol preponderante. Hay una extensa y circular repetición de negociaciones durísimas entre los funcionarios argentinos y los del Fondo. En ese sentido, puede servir como una guía para entender esa dinámica tan compleja, donde se entrelazan intereses diversos, cuestiones técnicas muy controversiales y presiones políticas de todo tipo.

Pero hay otra parte del libro donde Torre habla de otro fracaso: del fracaso de la dirigencia argentina para consensuar y defender un plan de estabilización. En ese contexto incorpora reflexiones, documentos y anécdotas que contrastan de manera muy contundente con gran parte de las ideas que ha defendido Cristina Kirchner cuando era presidenta y, mucho más, ahora que es vicepresidenta. Para entender esto, hay que leer todo el libro. Pero algunos de sus fragmentos son muy didácticos al respecto. Las fechas que se indican a continuación refieren al momento en que el autor incorporó esos textos a su diario personal.

20 de julio de 1984

Ese día, Torre escribió un papel donde detallaba los desafíos de aquellos días. Se lee:

“La situación económica del país requiere en el corto plazo una disminución drástica de la inflación. Hoy en día, por lo tanto, la política progresista pasa por el lanzamiento de un plan antiinflacionario. Las elecciones que nos están permitidas se refieren a la duración y magnitud de los sacrificios a realizar.

“En el mediano plazo, la situación económica requiere un esfuerzo de inversión. El país se ha empobrecido en la última década y requiere volver a ponerse en marcha. El Gobierno, además, debe tender puentes fluidos con el mundo de la producción. En la actualidad, la relación con los empresarios se procesa sobre todo a través de la Secretaría de Comercio; esto es, los empresarios aparecen ante el Gobierno sobre todo como acumuladores de beneficios y no como productores de riqueza y del desarrollo de las fuerzas productivas”.

“El progresismo político en la Argentina ha estado tradicionalmente sesgado hacia las cuestiones de distribución de la riqueza y la defensa de los recursos nacionales. Los temas de cómo crecer y cómo generar racionalidad económica no han figurado en un lugar central de su agenda. Hay que alterar, pues, esa vieja cultura”.

22 de marzo de 1985

Juan Sourrouille acaba de asumir como ministro de Economía. Todavía no está en marcha el plan Austral. Torre le escribe a sus colegas del equipo económico:

“Seguramente pocos de los críticos habrían de admitirlo con franqueza pero nada está más próximo a sus demandas que la política de aumentos salariales por encima de la tasa de inflación y de tasas de interés negativas con que se inició la gestión de Alfonsín. Ahora bien, esa orientación de política económica fue abandonada luego de que comenzó a recogerse su fruto, una aceleración de la tasa de inflación. Al momento de su instalación, el gobierno hizo suyas las consignas de reactivación económica, del aumento del salario real y, en menor medida, de la disminución de la inflación…En medio de las críticas, el Gobierno se ocupó de satisfacer esas demandas. Pero el precio que pagó fue un alto precio: la duplicación de la tasa de inflación”.

13 de mayo de 1985

Ese día, Torre incorpora a su diario fragmentos del discurso que él mismo había escrito para que Raúl Alfonsín pronunciara, un par de semanas antes, en Plaza de Mayo:

“Si la crisis que heredamos es tan grande, debemos sacar las consecuencias. No podemos hacer el inventario de la crisis y, a la vez, pensar que todas nuestras aspiraciones y justas demandas pueden ser satisfechas de la noche a la mañana. …Lo hemos dicho y lo repetimos ahora: la lucha contra la inflación es la prioridad del momento. Es preciso actuar y hacerlo con rapidez y firmeza para vencer el desaliento que la inflación produce en todos los comprometidos con el sostenimiento del sistema democrático. Toda demora, toda vacilación dará razones a los partidarios de los proyectos autoritarios, para los cuales la democracia es equivalente a ineficiencia y descontrol. Estamos decididos a combatir la inflación. Con o sin el Fondo Monetario. ¿Acaso necesitamos que vengan de afuera a decirnos que la inflación golpea con más fuerza a los sectores más débiles y desprotegidos?...La inflación que padecemos no podrá ser combatida sin sacrificios…Si nos dejamos estar, el ajuste económico será mucho más drástico y, con seguridad, menos equitativo…”

27 de noviembre de 1985

Torre cuenta en su diario los entretelones de una discusión con sindicalistas que le reclamaban un aumento general de salarios..

“Sourrouille respondió que esa eventualidad era impensable por sus efectos inflacionarios. El gobierno reconoce el esfuerzo realizado por los trabajadores, pero no puede poner en peligro el plan económico con incrementos como el que ustedes reclaman. De este modo solo conseguiríamos que se perdiera la credibilidad y se evaporara la posibilidad de atraer inversiones para activar el el aparato productivo”.

Uno de los gremialistas no tardó en replicarle: “El Gobierno decía que no podía haber inversiones con un 40 por ciento de inflación porque no había credibilidad. Ahora que es el 2 por ciento, ¿tampoco la tenemos?”. Y antes de que el ministro respondiera, añadió: “¿Cuánto más tenemos que esperar?”. Sourrouille por primera vez pareció alterarse: “La credibilidad todavía no está asegurada y yo voy a trabajar con todas mis fuerzas para alcanzar ese objetivo. Si los aumentos de salarios se trasladan a precios, el plan se desbarranca y nos desbarrancamos todos”.

El líder de la CGT
El líder de la CGT Saúl Ubaldini conversa con Juan Sourruille, de fondo, en el centro, Juan Carlos Torre

19 de diciembre de 1985

Torre le vuelve a escribir a sus colegas del equipo económico:

“Las reformas en el terreno fiscal y en el terreno financiero son impostergables. En cuanto a la primera, hay que actuar sobre la estructura del gasto público. Lo impone la necesidad de asegurar un déficit bajo, una mejor asignación de recursos y una más eficiente prestación de las funciones sociales del Estado. El ajuste fiscal no es solamente una operación contable; implica, en rigor, reformas de estructura. Eso significa privatizar, reducir personal, redefinir actividades de apoyo económico. Ya no hay lugar para el Estado productor y el Estado subsidiador. Es hora de poner fin al período de apoyo a la formación del capital nacional”.

Un libro tan complejo admite, naturalmente, múltiples interpretaciones. Pero parece bastante claro que Torre advierte una y otra vez que la incapacidad de la dirigencia democrática para contener los aumentos salariales o reducir el gasto público provoca ajustes más drásticos y dolorosos. Hay bastante evidencia de que la Vicepresidenta piensa de manera inversa: que el gasto, la emisión o los aumentos de salarios no generan inflación.

Ese debate entre dos miradas bastante antagónicas es central para entender los fracasos de gobiernos que se reivindican progresistas, donde unos tironean para aumentar los salarios, expandir el gasto y bajar la tasa de interés, y los otros entienden que esas medidas generan un tremendo ajuste por vía inflacionaria. Finalmente, mientras los dos sectores tironean hacia un lado o hacia el otro, la inflación licúa el poder del gobierno que los engloba. Eso ocurrió en los ochenta y ahora también.

(Franco Fafasuli)
(Franco Fafasuli)

En uno de esos sectores milita Kirchner. El libro da a entender que Torre milita en el otro. Por eso, tal vez, el ex ministro Martín Guzmán también recomendaba insistentemente el libro de Torre. Y no es casualidad. Guzmán, como hace casi 40 años Sourrouille, sufría los embates internos de sectores políticos que no querían pagar el costo político de un plan de estabilización. Si tenían razón Torre y Guzmán, o Kirchner y los sindicalistas de los ochenta, no es materia de esta nota. Pero parece claro que Diario de una temporada en el quinto piso, no dice lo que la Vicepresidenta entendió o quiere que diga, o tal vez ella solo leyó las páginas que refieren a la presiones del Fondo y omitió las otras.

En un reciente reportaje, cuando le preguntaron si sería candidata a presidenta, ella respondió que ya había sido clara.

“Hay comprensión de texto en la gente”.

Sin embargo, en los días posteriores, muchos de sus seguidores insistían en que el asunto no estaba cerrado.

Tal vez haya en todo esto una clave de que los problemas argentinos anidan allí, en la deficiente comprensión de textos que todos, quien más quien menos, tenemos.

Alguien dice una cosa y los demás entendemos la contraria.

Así, se hace muy difícil.

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