Cuando dentro de apenas dos meses las argentinas y argentinos vayamos a votar en las PASO, como antesala de las elecciones de octubre, estaremos haciendo algo más que emitir nuestro sufragio.
Al votar, estaremos eligiendo entre distintos modelos de país en un momento bisagra de nuestra historia y en un marco regional e internacional complejo, dinámico y con más incertidumbre que certeza. En un mundo globalizado resulta imposible creer que nuestro país sea una balsa solitaria navegando en un océano infinito.
Por eso es bueno ponernos en contexto. No sólo para tratar de entender cómo el desarrollo de inercias transnacionales nos determina en nuestras propias dinámicas locales, sino también y fundamentalmente para no ser víctimas de las cadenas del desánimo que nos invitan a creer que la Argentina es un rincón del planeta condenado al fracaso.
Lo anterior no significa desconocer los problemas que tenemos por “mérito propio”. Los coyunturales y los estructurales. El ordenamiento de ambas esferas –o el camino que se adopte para enfrentarlas– estará totalmente vinculado a qué Presidente ocupe la Casa de Gobierno a partir del 10 de diciembre.
El desafío urgente para el próximo habitante de la Casa Rosada será dotar de anticuerpos a nuestra democracia, que hoy es una de baja intensidad en varios aspectos, pero centralmente producto de la doble condicionalidad de la que es víctima. Es una democracia atada de pies y manos.
En primer lugar, aún a punto de cumplir valiosísimos 40 años de vida, la recuperada democracia argentina se encuentra atada de pies por el partido judicial y mediático, que proscribe la vida política plena (con la exclusión de líder política con más volumen, Cristina Fernández de Kirchner, de la competencia electoral en un juego que debería suponerse “limpio”, y metiéndose en asuntos electorales que no son de su competencia).
Completa la doble atadura de nuestra democracia, la atadura de “manos”, haber vuelto a insertar a la Argentina en el cogobierno con el FMI, que se transformó nuevamente en veedor de los programas económicos producto de la irresponsabilidad de Juntos por el Cambio que siguiendo las órdenes de Mauricio Macri en 2018, eligió ponernos nuevamente de rodillas ante el sistema financiero internacional. La Argentina hoy paga muy caro esa decisión política histórica. De la misma manera que celebramos el hecho de sacarnos de la espalda la pesada losa del Fondo, allá por 2006 cuando Néstor Kirchner le dijo adiós al organismo interventor, hoy lamentamos que Juntos por el Cambio haya vuelto a meternos en la boca del lobo.
Las derechas en la Argentina (las “nuevas” y las de siempre) ponen tanto entusiasmo en cargar las tintas contra los promocionados “70 años de peronismo” y la supuesta decadencia argentina. Bueno sería que pusieran el mismo empeño y creatividad en problematizar los también casi 70 años de relación tóxica entre nuestro país y el FMI. La distorsión de nuestro crecimiento y desarrollo, y el condicionamiento excesivo de nuestra economía no se pueden entender sin la sumisión al organismo internacional de crédito.
Decía al comienzo que de cara a la próxima elección estaremos eligiendo, en última instancia, entre distintos modelos de país. Aunque a veces resulte tentador simplificar enormes desafíos, el tipo de gobierno que tengamos a partir del 10 de diciembre comenzará a pintar el panorama de cómo empezaremos a darle respuesta a nuestros problemas. A los urgentes y a los estructurales.
La gente nos votó ilusionada en 2019 dándonos una gran tarea por delante. Hoy, a poco de clausurarse la experiencia del Frente de Todos, es evidente que no supimos darle respuestas a demandas a esta altura ya impostergables.
Pero estoy convencida de que la sociedad tiene memoria histórica. Y por eso, a la hora de la verdad, el nuestro es un pueblo que no quiere volver a fracasar con recetas que trajeron, siempre, miseria, dolor y postergación. Aunque tentador como recurso, el eslogan vacío no resuelve inconvenientes complejos. La Argentina no tiene una máquina para imprimir dólares ni una máquina para generar felicidad y bienestar en el conjunto. Estas últimas se alcanzan, en todo caso, a través de políticas públicas. La dolarización argentina directamente pertenece a la ciencia ficción, tal como incluso se encargaron de destacar los mismísimos “padres de la convertibilidad”.
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Es cierto que el gobierno de Alberto Fernández no cumplió con el contrato que firmó con la ciudadanía en 2019. No menos cierto es que la Argentina, volviendo al principio, no es una balsa escindida de un mundo que se mueve a pasos agigantados. Rara paradoja, la de este gobierno, que supo capear mejor la crisis de los imponderables de la historia (con la pandemia a la cabeza) y agachó la cabeza ante la solución de lo evidente (con la renegociación con el FMI y el combate a la inflación, como centrales).
Como sea, en un mundo atravesado por la “policrisis” (crisis de representación, de legitimidad, económica, financiera, climática, etcétera), la Argentina se prepara para dar lo mejor de sí misma. Porque cuando la Patria está en peligro todo está permitido, excepto no defenderla. Y hoy nos unimos por la defensa de la Patria.
Tenemos al peligro adentro, con los rugidos y espejitos de colores de un león que si bien empieza a desinflarse nos inserta un montón de interrogantes al campo nacional y popular; y con las amenazas democráticas que representa, en última instancia, la oferta electoral de las y los reciclados del estallido de 2001, ese capítulo de la historia reciente que hoy estamos obligados a volver leer si no queremos verlo nuevamente materializado en las calles. El riesgo de que esto suceda es tan grande como la posibilidad de evitarlo si salimos a militar, con entusiasmo, convicción y audacia, para ganar las cabezas y los corazones del pueblo argentino, que es lo que históricamente caracterizó a nuestro movimiento.
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