La imagen es desoladora: la madre, la hermana y la tía abuela de Cecilia Strzyzowski levantan la bandera con su cara y el pedido de Verdad y Justicia para ella. La marcha en Resistencia es multitudinaria, pero el poder que sostuvo a quienes son señalados como sus victimarios parece darles la espalda; el gobernador de Chaco, Jorge Capitanich, está en su propio acto y sonríe exultante en plena campaña por otra reelección.
No le queda otra que mencionar el tema: cuatro de los siete detenidos como sospechosos por la desaparición de Cecilia eran candidatos en una lista colectora del oficialismo. El dirigente social Emerenciano Sena, padre del marido de la víctima –César Sena–, figuraba primero entre los postulantes a diputados provinciales. Capitanich dice que está horrorizado, pero no por el dolor de esa madre que apenas reclama que le devuelvan el cuerpo de su hija en medio de versiones escalofriantes sobre su destino; dice que está horrorizado por las noticias falsas y por el uso político del caso.
En la radio, un presentador le reclama a las organizaciones feministas –que obviamente no tienen más responsabilidad que su militancia– que hagan algo, y las redes se enfrascan en una discusión absurda sobre quiénes y cuándo manifiestan su repudio. Hacer algo, aparentemente, es compartir la pregunta en Twitter o en Instagram, el solo hecho de preguntarse “¿Dónde está Cecilia?” divide y salva conciencias. Aparentemente alcanza con eso. Con subir su foto viva y en blanco y negro, con decir que importa, que donde ahora hay una ausencia estuvo la vida de una bailarina de 28 años.
Es poco, claro, pero también es la prueba de que la vara está muy baja. Se repite eso, que hay doble estándar, que no se mide con la misma vara, que los mismos que apelan al género con cualquier excusa o se rasgan las vestiduras ante el más mínimo atisbo de violencia simbólica, ahora miran para otro lado ante la violencia más atroz y explícita porque el caso quema. Cecilia desapareció hace quince días, pero el gobernador sólo se pronunció dos veces. La ministra de las Mujeres, Ayelén Mazzina, tampoco dijo nada en público, aunque el gobierno indicó en un comunicado que la funcionaria está siguiendo “de cerca” la investigación y es probable que viaje al Chaco en breve.
Nadie quiere que la grieta meta la cola, pero el momento no ayuda. La madre de Cecilia, Gloria Romero, ruega que suspendan las PASO de este domingo –que de todos modos van a realizarse como si nada hubiera ocurrido– y le recuerda al gobernador que ella es la víctima: “Me mataron a mi hija”, dice convencida de que ya no tiene sentido buscarla viva. No tiene vinculaciones ni compromisos partidarios, quiere despedirse de Cecilia “de una manera pacífica, sin romper nada, sin agresiones, sin insultos, sin nada, sin creencias políticas”.
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Pero el femicidio de Cecilia sí es político, o al menos sí lo son sus implicancias. En la chacra de Sena, un líder piquetero que tiene hasta un barrio con su nombre, encuentran huesos. Según trasciende, son humanos, pero no de la mujer que se busca. Los rumores son demasiados y también es demasiado el ruido: son demasiados los interesados en sacar rédito y las comparaciones alimentan la desesperanza. María Soledad Morales, Paulina Lebbos y Leyla Bshier son nombres que se grabaron en el imaginario nacional con el fuego de la impunidad del poder. Emerenciano creció al amparo de Capitanich y también los femicidios en la provincia, que tiene la tasa más alta del país, según el último informe de MuMaLá. No debería ser una sorpresa: el eslabón más débil de las mafias son siempre las mujeres y los niños, y todo alrededor del femicidio de Cecilia parece tener un sello mafioso.
Por momentos me indigna que de nuevo se nos exijan respuestas a los feminismos. ¿Por qué no se involucran los que sólo saben preguntar? ¿Por qué ante una mujer muerta siempre se le piden cuentas a otras mujeres? Por momentos lo entiendo, y la desazón es total: si a veces parecemos una caricatura, si nos dicen que tiraron el cuerpo de una chica a los chanchos y nos preocupan las operaciones políticas y los trolls. ¿Qué puede ser más tremendo que una madre que sólo pide que le den algún resto de su hija para poder enterrarla? ¿Qué operación sería peor? Las connotaciones son otra vez políticas: nos recuerdan los tiempos más oscuros y dejan al descubierto que, en algunas provincias, el poder todavía puede desaparecer personas sin que nadie intervenga, por precaución o complicidad.
¿Vamos a marchar? ¿Vamos a postear? ¿Vamos a colgar otro cartel para que todo siga igual? Mercedes, la tía abuela de Cecilia –que fue la última en verla con vida– le dijo a la enviada especial de Infobae Florencia Illbele que duda si el femicidio de su sobrina hubiera tenido la misma relevancia si el femicida no fuera el hijo de Sena. Probablemente no, pero, por lo mismo, la imagen de Cecilia tal vez será una bisagra, uno de esos crímenes que conmueven a la sociedad civil más allá de las voluntades de la dirigencia. El problema con los crímenes que nos conmueven es que tenemos sobrada experiencia en que ninguno sirve tanto como hace falta para cambiar las cosas. Es mentira que una muerte horrorosa pueda tener capacidad transformadora, aunque esté en nuestra naturaleza buscar aunque sea un legado que le dé sentido a todas esas vidas rotas.
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Perdón, quisiera ser más optimista, ¿pero cómo se puede ser optimista frente a esas tres mujeres resignadas –la madre, la tía, la hermana–, frente a un país que prefiere señalarse mutuamente a ver quién repudia mejor o peor un femicidio antes que acompañarlas sin miramientos? Cecilia desapareció hace quince días, pero hasta acá muchos prefieren la prudencia “para no hacerle el juego a la derecha” o bien contarle las costillas a sus opositores y enrostrarles el cadáver ausente como si eso fuera a traerlo de regreso.
A todos debería horrorizarnos de manera unánime la voz de esa madre que, en medio del dolor que nadie querría imaginar jamás, tiene que aclararle a la gente que deje sus creencias aparte: “Si me van a acompañar, háganlo como vecinos. Invito a todos, no me importa de qué movimiento son. Quiero que me acompañen como madres, padres, hermanos. No quiero que se tiña esto de violencia”, repite. Todos deberíamos escucharla y acompañarla sin especulaciones hasta que alguien pueda responderle con Verdad y Justicia –en vez de sólo enunciar la pregunta como una forma de salvarse– dónde está Cecilia.
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