Antonia del Valle Leiva Morán buscó a su hija desaparecida en Chaco. Salió de su pueblo y de su casa, crió a su nieta y se movilizó en Resistencia. Le dijeron que su hija estaba desaparecida y que la podían haber comido los chanchos, igual que en el caso de Cecilia Strzyzowksi. Cecilia tenía 28 años. Su esposo, César Sena, de 19 años, es el principal acusado por homicidio triplemente agravado por el vínculo y por haberse realizado en un contexto de violencia de género. Es el hijo de Emerenciano Sena y Marcela Acuña, que están imputados en la causa. El 1 de junio Cecilia salió de su casa junto a César hacia la casa de los Sena con el plan de viajar a Ushuaia. No fue ni volvió.
La coincidencia la encuentra triste, en cama, revuelta y con la misma sensación de pedir justicia y de reclamar que no se investigue solo a quién desaparece, sino a quiénes pueden hacer desaparecer. Antonia es la mamá que buscó a su hija desaparecida en Chaco para que la ausencia no multiplique la injusticia. Ella empezó un camino que la desamparó frente a la ausencia, que tuvo respuestas insuficientes y que hoy se repite, con más repercusión, pero que cava el pozo que deja la indiferencia social, mediática y política frente a la desaparición y el asesinato de jóvenes.
Antonia se está recuperando después de pasar por operaciones, fiebres y efectos en el cuerpo de una falta que no se repone. Aún en cama, sigue las noticias de la búsqueda de Cecilia. “Siento mucha impotencia”, cuenta, desde Villa Ángela, a 257 kilómetros de Resistencia, en Chaco. Antonia tuvo dengue y todavía no puede levantarse de la cama. El dolor no se encapsula, sino que le repercute en problemas de corazón y de presión. No hay cura para la tristeza cuando su nieta, Brisa, le dice “extraño mucho a la mamá”. Brisa extraña a su mamá -Maira Benítez- y Antonia, a su hija. Extrañar es un dolor que no se pasa.
Antonia transmite su sensación apenas se enteró de la desaparición de Cecilia: “Me conmovió mucho desde que me enteré del caso porque es imposible no compararlo con lo que le pasó a mi hija Maira, que sigue desaparecida”. En Resistencia, las masivas manifestaciones piden “Verdad y justicia para Cecilia Strzyzowski”. En el 32° Encuentro de Mujeres de 2017, realizado en Chaco, Antonia reclamó ante manifestantes de todo el país: “A mi hija no se la tragó la tierra”. Su causa fue una de las consignas más importantes de ese Encuentro seis años atrás con la pregunta: “¿Dónde está Maira?”. Esa pregunta todavía no tiene respuesta.
Antonia cría a Brisa, su nieta, la hija de Maira, que ya tiene 9 años. Brisa se llama como la niña bonaerense que le dio nombre a la Ley Brisa para que las hijas e hijos huérfanos por femicidio puedan contar con una asignación. Sin embargo, como Maira estaba desaparecida y el expediente no decía femicidio, no querían reconocerle la asignación hasta que se pudo lograr el reconocimiento de parte de ANSES. La desaparición desaparece también la despedida y los derechos de quienes no pueden despedirse. Antonia empezó a pelear por su hija, lucha contra la inercia, la burocracia, la indiferencia, junto al movimiento de mujeres de Chaco. Sin embargo, su caso no traspasó la repercusión nacional.
“A Maira no se la buscó así. No se llegó a ese nivel de búsqueda”, enmarca. Y apunta: “Estoy con la mamá de Cecilia (Gloria Romero) porque pasé por lo mismo y sigo pasando por lo mismo. Ella está esperando encontrar a su hija, la entiendo y no hay palabras para esa sensación. Sé lo que es ese dolor. Es muy duro”. Antonia no se comunicó con la mamá de Cecilia para respetar los tiempos y poder curarse para poder acompañar. Ella remarca: “Le doy todo mi apoyo. Siento lo mismo que ella y deseo de todo corazón que se la encuentre y que aparezca de la mejor manera como hubiéramos querido que apareciera Maira”. Y ruega: “Ojalá Dios quiera que aparezca”.
“Ni Maira ni Cecilia aparecen. Y, en aquel tiempo, se hablaba lo mismo que ahora con Cecilia, que fue devorada por los chanchos, en el caso de Maira también. Es muy feo escuchar, sentir, imaginarte eso. Todo lo que está pasando en la familia de Cecilia me paso a mí. Por eso pido que se esclarezca”, demanda.
Antonia tiene 53 años, pero su salud está debilitada por los duelos abiertos. Se siente afectada psicológica, emocional y espiritualmente por las noticias que remueven el duelo sin final que atraviesa y el abuelazgo maternal con su nieta Brisa, de 9 años. Antonia pide por justicia y para que no solo castigue, sino que ayude a buscar y a reparar y que no se frene frente al poder económico de los dueños de las tierras que parecen una amenaza de cementerios encubiertos.
Por eso, subraya: “Y si fue la peor desgracia, que paguen como debe ser y quién tenga que pagar. No como en el caso de mi hija, que quedó preso uno solo cuando la justicia sabía que había otras personas involucradas que hoy gozan de su libertad, mientras yo nunca más supe nada de mi hija y el tipo que está preso sigue viendo a su familia, a su mamá y a su papá. ¿Y yo qué? ¿Maira dónde está?”, pregunta.
En mayo del 2019, Rodrigo Germán Silva fue condenado por homicidio simple a pesar de que no habían encontrado el cuerpo de Maira. Otras tres personas estuvieron presas por “privación ilegítima de la libertad”. Antonia pedía que se investigue al patrón de Silva, un ex juez dueño de campos. ¿La desaparición de Maira fue una entrega? ¿Qué pasó con Maira? ¿Qué le hicieron?. También reclamaba que la sentencia sea por femicidio, pero la neutralidad que no es neutra y dice homicidio alargó hasta la desesperación el trámite por la Ley Brisa -una asignación para hijas e hijos huérfanos de víctimas de femicidio- para Brisa.
Maira Benítez tenía 17 años cuando desapareció. Era empleada doméstica y cobraba la Asignación Universal por Hijo (AUH) para criar a su hija Brisa. Cada vez que tenía un poco de plata iban a tomar un helado juntas. Maira tuvo a su hija a los 15 años. Todavía adolescente, desapareció el viernes 16 de diciembre del 2016. Salió a pasear con su hija, que tenía, en ese momento, tres años y su hermana Magalí, que tenía catorce años, a un parque. A la vuelta dejó a su hija en su casa y se fue a comprar chocolates y chupetines con 18 pesos en el bolsillo.
El calor asfixiaba y empujaba a dar una vuelta, aunque no tenía plata para ir a bailar. Nunca más volvió. Su mamá todavía busca despedirla con justicia. La abogada Silvina Amalia Canteros pidió que el Superior Tribunal de Chaco dicte una sentencia en la que haga constar que Maira sufrió violencia de género y que fue un femicidio. “Antonia quiere despedir y darle sepultura cristiana a su hija. Siempre está la sombra del poder y ha costado empujar la investigación”, le había dicho a Infobae hace tres años.
“Esperé tanto tiempo en el caso de Maira”, cuenta Antonia. Hay casos que llegan a Buenos Aires y otros que atascan el dolor en los territorios. “Hubo hallazgos de restos, tuve que esperar resultados que dieron que no eran de Maira, sino de un hombre, y sigo en la espera de resultados de ADN. No tuve a nadie que me diga ni una fecha para darme resultados. Yo sigo en la espera. La abogada me ayuda en la búsqueda de Maira y le preguntó a la fiscal si tenía alguna novedad. No puede pasar tanto tiempo. ¿Hasta cuando voy a esperar”, interpela.
“Yo necesito saber”, se planta. “Tengo desesperación y esperanza de en algún momento saber algo. Quiero saber si los restos que encontraron son o no de Maira. Pasaron más de seis años y medio y Maira sigue desaparecida, sin ninguna novedad. Sé que Rodrigo Silva no fue el único culpable de la desaparición. Hay otras personas que estuvieron dos años presas y fueron absueltos cuando había pruebas en los teléfonos que hablaban por sí solas, su padre lo ayudo y una fiscal los dejo libres. Para mí fue una injusticia. Está clarito que él no actuó solo y es obvio que fue un femicidio. ¿Por qué la justicia de mi pueblo, de Villa Ángela, no pidió la perspectiva de género al tribunal de Resistencia? Pido justicia y la búsqueda de Maira. Por eso sigo en la lucha”.
“Yo estoy siguiendo el caso con respeto a la familia de ella y pido a Dios que se esclarezca”, resalta. Y vuelve a hablar desde una historia con heridas que no cicatrizan: “Desde mi corazón estoy con la mamá de Cecilia dando toda la fuerza y apoyo por la búsqueda de nuestras hijas”. Las desaparecidas no desaparecen. Las asesinadas no se mueren, las matan. Las víctimas de violencia de género no viven una relación tóxica, son víctimas de una desamparo que hoy espanta. La impunidad siembra el terreno para que la violencia no tenga freno. A Cecilia y a Maira no se las trago la tierra. Sus madres las buscan y necesitan respuestas.
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