La Argentina es hoy un país fragmentado. Tan partido está el país en bancarrota que nadie tendrá mayorías para gobernar después de las elecciones presidenciales. Por eso, es que los principales candidatos empezaron a explorar fórmulas ampliadas para hacerle frente a la crisis. Para construir en el Congreso esa arquitectura de poder que los votos no van a completar.
El escenario institucional de la Argentina empieza a parecerse al de las democracias parlamentarias europeas. Todos buscando a la derecha y a la izquierda del espectro político los aliados que les permitan armar una mayoría en el Congreso para sacar las leyes imprescindibles. Casi un sacrilegio para el país presidencialista que siempre miró de costado esos experimentos del poder.
Giorgia Meloni armó su coalición de gobierno de derecha extrema en Italia después de ganar las elecciones con su partido “Hermanos”, que solo obtuvo el 26% de los votos. Es el mismo porcentaje que sacó Olaf Scholz en 2021 en Alemania, lo que lo obligó a armar su gobierno con el Partido Verde y el Demócrata Liberal para poder armar gobierno y convertirse en el Canciller.
Más extremo es el caso del socialista Pedro Sánchez en España. Lleva cinco años gobernando su país sin haber superado el 30% de los votos en las dos elecciones que disputó. Tuvo la suficiente habilidad para acordar con la izquierda chavista de Podemos, los catalanes independentistas y los vascos pro ETA de Bildu. Así se ha mantenido haciendo equilibrio y todas las encuestas señalan que le tocará perder en las elecciones del 23 de julio próximo frente al Partido Popular. Pero no son pocos los que temen que Sánchez pueda hacer una nueva alquimia con sus alianzas y consiga quedarse un tiempo más gobernando en La Moncloa.
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En la Argentina, el puntapié inicial de este parlamentarismo a la criolla lo intentó dar Horacio Rodríguez Larreta. Convocó a José Luis Espert para tener un aliado liberal que despreció Javier Milei; hizo lo mismo con Margarita Stolbizer, quien venía de una experiencia frustrada con Sergio Massa. Y apostó fuerte al anunciar un acuerdo con el gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, un peronista que siempre marcó distancias con el kirchnerismo aunque votó algunas de sus leyes más polémicas.
El cálculo que complicó a Rodríguez Larreta fue que la presentación de candidatos presidenciales vence el sábado 24 de junio, justo un día de las elecciones cordobesas para gobernador. La negociación con Schiaretti, quien lleva a Martín Llaryora como candidato propio, descolocó y destrozó los nervios de Luis Juez, el candidato por el que Larreta había empujado para que fuera el adversario del peronismo cordobés. Mauricio Macri y Patricia Bullrich aprovecharon el tropezón estratégico y lo acusaron de promover la derrota de Juntos por el Cambio en la provincia.
Rodríguez Larreta debió dejar el plan Schiaretti para después de las PASO, siempre que pueda vencer a Bullrich. De todos modos, luego del triunfo de Claudio Poggi en San Luis (un peronista que pasó del clan Rodríguez Saá a ser un gran aliado de Juntos por el Cambio), los acuerdistas (además de Larreta, Gerardo Morales, Elisa Carrió y Miguel Angel Pichetto) recuperaron oxígeno y prometen renovar la embestida si les va bien en las PASO.
Rodríguez Larreta ya ha hecho pública su idea de que para gobernar la Argentina en esta etapa se necesita una alianza cercana a los dos tercios del futuro Congreso. El candidato suele describir el ejemplo del gobierno de Macri, que no pudo superar la crisis económica y financiera durante su gestión porque no logró armar una mayoría parlamentaria que lo sostuviera.
Macri lo había hecho en los albores de su gobierno, cuando llevó a Massa al Foro de Davos para decirle al establishment financiero internacional que en el futuro lo podría suceder ese peronista de buenos vínculos con los mercados. Ya se sabe cómo terminó esa historia. En algún momento, Macri se sintió traicionado por Massa, lo bautizó “Ventajita” y lo sufrió luego como opositor encarnizado. De aliado a enemigo, lo terminó capturando Cristina Kirchner (que le desconfiaba mucho que Macri) para armar junto a Alberto Fernández el Frente de Todos, la coalición que le cerró la puerta de la reelección y lo dejó a la intemperie del poder.
Ahora, Macri ha consolidado esa idea de la pureza del PRO y fueron con Bullrich los grandes objetores de cualquier tipo de alianza con Schiaretti. Sin embargo, Patricia también mira el escenario electoral y sabe que se encontrará con los mismos obstáculos que tumbaron a Macri hace cuatro años. Por eso, con el estilo sorpresivo que la caracteriza, hizo su jugada este último miércoles. Lanzó un globo de ensayo que impactó a muchos.
El miércoles, durante una entrevista con el periodista Pepe Gil Vidal por CNN Radio, explicó que después de las elecciones intentará construir una mayoría parlamentaria nada más, y nada menos, que con los populistas libertarios de Javier Milei.
“Si yo soy la candidata de Juntos por el Cambio voy a poder articular con el bloque La Libertad Avanza, y lograr aprobar las leyes principales que vamos a mandar al Congreso”, detalló la ex ministra de Seguridad. Y completó afirmando que ese acuerdo le permitiría armar la “arquitectura y la ingeniería jurídica” para darle previsibilidad a la Argentina. Ella y Macri habían coqueteado con Milei en los últimos tiempos, pero jamás lo habían explicitado en estos términos. Allí estaba entonces.
Bullrich habló de sus planes para frenar la inflación y para reducir los planes sociales. “Todas estas reformas van a ser acompañadas por aquellos que son el ala liberal, que vienen de la mano de La Libertad Avanza y lo mismo nos va a suceder con la realidad de otros diputados o senadores con los que podamos contar”.
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No es una jugada inocente. En el equipo de campaña de Bullrich creen que la apuesta de Patricia hablando de una mayoría legislativa con Milei puede atraerle votos que están indecisos entre votarla a ella o hacerlo por el candidato libertario. Y ha elegido esta semana, justo cuando el referente de Milei en Tucumán (Ricardo Bussi) acaba de hacer una elección desastrosa a gobernador, en el mismo sendero de derrota que también transitó Martín Menem en La Rioja. Para colmo de males, también acaba de abandonarlos el intendente de Chivilcoy, Guillermo Britos, a quien los libertarios habían elegido como candidato a gobernador bonaerense seducidos por su pasado como policía y exponente de la mano dura contra la delincuencia.
La debacle de Bussi y del sobrino de Carlos Menem reavivó una larga discusión interna que vienen manteniendo en el equipo de Milei. El estratega de la campaña, Carlos “El Chino” Kikuchi, siempre había sido partidario de no perder energía en las elecciones provinciales y destinar el presupuesto recaudado únicamente a la candidatura presidencial de Milei. “Si ganamos y llegamos a la Casa Rosada, después los gobernadores van a venir solitos todos al pie”, es la consigna que ha vuelto a prevalecer.
En un team de candidatos y asesores integrado mayoritariamente por economistas y financistas (Diana Mondino, Roque Fernández, Carlos Rodríguez, Emilio Ocampo, Darío Epstein y ahora Juan Nápoli), se cristalizó rápidamente una certeza. Las noticias de las derrotas de Bussi y Martín Menem, más la deserción de Guillermo Britos, no ayudan en nada a fortalecer la recaudación de fondos urgentes para la campaña presidencial. Twitter y los medios son una excelente plataforma para crecer pero, y la mayoría de ellos lo sabe de sobra, el combustible esencial de la política sigue siendo el dinero.
En el otro andarivel, Sergio Massa está muy lejos de poder pensar en aliados para el Congreso o fuerzas que acompañen al Gobierno. Su problema es la inflación, la renovación del acuerdo con el FMI y Cristina, quien debe bendecirlo al final del camino para que se convierta en el candidato del Frente de Todos, que el miércoles pasó a llamarse Unión por la Patria. Un esfuerzo titánico de marketing para que la sociedad se olvide de que el presidente es Alberto Fernández y de que la Vicepresidenta y el ministro de Economía han sido sus socios en esta empresa quebrada. Apuestan al ánimo voluble del país sin memoria.
Massa apostó todo a conseguir que la inflación de mayo fuera menor que la de abril. Llevó el índice del 8,4% al 7,8% que se anunció el miércoles, y abrió nuevamente las dudas sobre la siempre temida flexibilidad del Indec que Marco Lavagna había sobrellevado hasta ahora con cierta respetabilidad. Tendrán que dar muchos argumentos para justificar este punto de inflexión justo cuando Massa más lo necesitaba. Hombre de suerte.
Fue el punto caramelo después de haber inaugurado el avión presidencial que Alberto acababa de comprar en 22 millones de dólares, invitando para el vuelo inaugural a Máximo Kirchner para que conociera de primera mano cómo funciona esa democracia de partido único (hermosa metáfora de dictadura, hay que reconocerlo) que lleva casi ochenta años en China.
Pero sus cinco viajes a Washington y su jugada del dólar soja son premios consuelo al lado del presente que Massa le hizo a la Vicepresidenta. El sobreseimiento de Cristina Kirchner, que pidió su amigo (el fiscal Guillermo Marijuán), para la causa conocida como la “Ruta del dinero K” es apenas una muestra gratis de lo que el ministro de Economía pueda conseguir con su arte de la política. “Imaginate si fuera presidente”, es el meta mensaje.
Todos los caminos conducen a Roma y todas las señales del peronismo kirchnerista conducen a que Massa terminará siendo candidato a presidente del oficialismo. Intentaron convencer a Daniel Scioli para que se baje y no haya confrontación interna, pero el embajador en Brasilia resiste y hasta se permitió la ironía de poner en juego su desgracia personal de hace muchos años.
“No me bajo ni aunque me exijan tener los dos brazos”, le dijo a sus colaboradores. Estaba claro que nadie le iba a pedir semejante sacrificio. En la noche del miércoles, el peronismo se encaminaba a tener otra interna por la candidatura presidencial. La primera en treinta y cinco años. Desde aquel 9 de julio de 1988 en que Carlos Menem derrotó a Antonio Cafiero. Y el peronismo iniciaba la primera experiencia liberal de su historia.
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