Democracia y feudalismo

Un concepto moderno y racional de República no debe limitarse al acto eleccionario

Guardar
La persistencia por permanecer en cargos públicos deteriora la democracia
La persistencia por permanecer en cargos públicos deteriora la democracia

En el curso del año 2023 se cumplen cuatro décadas del regreso al Estado de Derecho; si bien existen deudas pendientes en el modelo republicano, lo cierto es que se le ha colocado una lápida a esa desdichada expresión - que justificaban la toma del poder por parte de mesiánicos uniformados – en cuanto a qué " la sociedad no había aprendido a votar “.

Los sucedáneos comicios verificados a la luz de la saludable práctica gestada al sol de la elección popular, no ha dejado de proyectar cierta bruma oscura; ésta, no es otra que la verificación empírica de prolongadas designaciones de determinados individuos a quienes se le confieren la laudable dignidad de conducir pero que han puesto en jaque el concepto de representación cristalina.

La eternización en ciertos cargos ejecutivos concurren como dos mundos que se definen por oposición de los demócratas a ultranza; desde la faz trasnacional, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha emitido – ante la requisitoria del Gobierno Colombiano – la opinión consultiva 28/21; en ella descartó que la reelección indefinida fuera un Derecho Humano del aspirante y que los valladares que se le coloquen a la personalización del poder cabalgan sobre territorios comunes con el espíritu de la Convención Americana de Derechos Humanos .

Te puede interesar: Sergio Uñac eligió a su hermano para que sea el candidato a gobernador y mantener el poder en San Juan

Si la perpetuidad no es un Derecho Humano del aspirante, la perennidad en el cargo lleva anidada la existencia de una relación feudal entre el dirigente y la comunidad.

La Constitución Nacional de 1853
La Constitución Nacional de 1853

Lleva dicho Zanatta que el feudo es una comunidad cerrada, no una sociedad abierta donde no hay individuo, sino pueblo; no hay pluralidad, sino unanimidad; no hay dinamismo, sino estatismo. Representa un “colectivo armonioso” reunido bajo el príncipe y el pope; el gobernante es rey y dios, padre y amo, árbitro y jugador. Su pueblo es “todo el pueblo”, las minorías son herejes condenados al ostracismo, excluidos del Estado y expulsados del mercado.

Si las cosas son así, se impone recordar que nuestra Corte Suprema de Justicia de la Nación – previo a poner de relieve que nuestra historia política es trágicamente pródiga en experimentos institucionales que intentaron colocar el sudario a los principios constitucionales - hizo referencia a la virtud republicana de desalentar la posibilidad de perpetuación en el poder al darle sentido a la noción de periodicidad; ésta se apoya en los artículos 1 y 5 de la Carta Federal que presuponen de manera primordial la rotación y renovación de las autoridades.

La postergación extendida de los mandatos, se encuentra anidada con la concentración del poder y la aparición de gobiernos autocráticos o neodecisionistas con poco apego a las formas democráticas y con la tentación, velada u oculta, de someter o colonizar a los otros poderes.

Te puede interesar: Un sol de mayo opacado por la pobreza

Donde hay instituciones fuertes, con renovación de mandatarios, florece el piso de barro para el caudillo y para la prolongación indefinida que éste anhela con una promiscua representación de la voluntad popular.-

Hace más de un Siglo, Freud escribió su exquisito texto “La Psicología de las masas y el fenómeno del yo“; de él, en lo que al tema interesa, podemos compactar, que el caudillo tiende a confundir a la masa que lo sigue con una visión integrista, corpórea y como colocándose por encima de ella, encarnando los intereses superiores de la nación, destruyendo la individualidad, el pensamiento antitético, concentrando en su figura todo el poder.

El filósofo esloveno Slavoj Žižek, en su libro “Robespierre. Virtud y terror” al analizar a uno de los estandartes que empavesaron la revolución de 1789 - Maximilien Robespierre – destaca el génesis de este personaje que, aunque resulte paradojal, lo muestra como un político moderado y contrario a la pena de muerte; de manera invertida, ya siendo diputado de los Estados Generales – que conducen al sarcófago a la monarquía - y del Comité de Salvación Pública, instala el conocido " Régimen del terror " donde conduce derechamente a los disidentes y antiguos asociados -que pudieron diputarle el poder- hacia la guillotina.

Para asegurar la representación cristalina que empavesa uno de los frontispicios del sistema que fluye de la Constitución Nacional, es necesaria la existencia de una aceptable cantidad de fuerzas políticas representativas y democráticas que ofrezcan al electorado una oferta ensanchada de propuestas.

Donde hay instituciones fuertes, decae el dominante perpetuo quien estima que siempre va a dirigir una ópera de Mozart como si fuera Wagner o elaborar una pictórica con similar talento con el que Goya, en una de sus catorce pinturas negras, disecara el “Saturno devorando a su hijo " .

Un concepto moderno y racional de República no debe limitarse al acto eleccionario; como las rosas necesitan a la lluvia o como el poeta requiere del dolor para eliminar a estos " monarcas sin corona " es necesario, entre otras políticas, dar carta abierta a la educación de calidad, al empleo y a la inversión privada; quien posee una elevada latitud en su formación cultural o un empleo particular - y no la limosna que germina del vasallaje - adquiere una amplitud de elección superior que los siervos de la gleba de la posmodernidad, canalizados en extensiones desmedidas de relaciones de empleo público o en la multiplicación de semianalfabetos.

Seguir leyendo:

Guardar