En el banquete, Platón describe el mito del nacimiento de Eros. Para el gran filósofo griego, no se trata de un niño con alas en la clásica imagen romana de Cupido. Eros es casi un filósofo en búsqueda, un ser que vive entre los mundos de la sabiduría y la ignorancia. Porque ni el sabio ni el ignorante desean la sabiduría. Eros es el representante del deseo más puro, el del amor platónico por el saber.
En su relato Eros es concebido en el banquete realizado por los dioses en honor al nacimiento de Afrodita, la diosa de la belleza. Es por eso que siempre quedará atado a ella. Es el fruto de una relación no consentida entre Penia y Poros. Penia representa la escasez, la falta y la pobreza, por eso su nombre proviene de la palabra “penuria”. Poros, por el contrario, es representado como un camino en medio de la tierra y representa el coraje, la riqueza de recursos, la valentía y la audacia. Así el deseo –Eros- para Platón está siempre detrás de la belleza. Es hijo, por un lado, de la carencia y la falta y, por el otro, de la avidez por lograr y alcanzar lo que está del otro lado del camino.
Sin embargo, para la tradición judía el deseo no es hijo de nadie, sino el comienzo de todo. Para los místicos de la Kabalá, antes del origen del universo fue “Ratzón”, la voluntad divina de crear. La creación del mundo fue precedida por la voluntad, ya que todo comienzo nace en el deseo. La voluntad es la dimensión racional del deseo emocional. Es su concreción en el plano de la acción. Sin deseo, sin voluntad, nada existe.
En el texto bíblico de esta semana aparece un extraño relato en medio del desierto. El pueblo se queja sin aclarar cuál era la queja, se enciende un fuego que lo consume todo, y de pronto aparece el deseo: “Aconteció que el pueblo se quejó mal (RA) a oídos de Dios; y se encendió en ellos un fuego de Dios, y consumió uno de los extremos del campamento… Y la gente dentro de ellos, desearon un deseo…” (Números 11:1).
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“Desear un deseo”. Desear un deseo es la declaración de la falta del mismo. No deseaban nada. Deseaban poder tener al menos el deseo. Estaban vacíos de sentido, sólo veían el desierto que se abría frente a ellos. No hay peor deseo a alguien que está celebrando un gran momento, que desearle que se cumplan todos sus deseos. Ya que de concretarse se quedaría vacío, sin caminos que trazar ni faltas que resolver. Es por eso que “Ratzón” es la fuente de la creación.
La falta de deseo paraliza, pero el deseo sin equilibrio destruye.
En el comienzo del texto, lo único que describe a esa queja sin sentido es la palabra “mal”, en hebreo “RA”. Nos enseñan los cabalistas que “RA” es un acróstico, las letras iniciales de dos palabras: “Ratzón Atzmí” - “La Voluntad Egoísta”. El origen del mal es el deseo egoico. El deseo de tener todo lo que quiero y solo lo que quiero. El deseo de tener lo imposible. El deseo de alcanzar lo completo, lo perfecto. El deseo de llenar todas mis expectativas, de cubrir todas mis faltas, el de tener todas las respuestas, el de no perder nunca nada. El Ratzón Atzmí es el deseo egoista de recibir. El deseo que sólo desea calmar y colmar al ego.
Bajo el gobierno del Ratzón Atzmí, nos vemos obsesionados por tener algo que jamás tendremos. Puede ser algo material, profesional o intangible. A veces exigimos una respuesta a un misterio, una explicación a esas cosas de la vida o esas cosas de la muerte. Deseamos un cambio en las reglas que rigen el mundo o que vuelva por un rato el tiempo atrás. Nos aseguran tantas veces que “si lo queremos lo tendremos”, pero no siempre es así. Entonces, al no tener eso que deseamos por ser imposible o inexistente, preferimos abandonar la búsqueda de cualquier otra cosa. Ese vacío nos impide volver a desear.
Es tenerlo todo. Porque si no tengo todo, entonces no tengo nada. De lo completo al vacío, apenas un paso. Una letra. Es por eso que son consumidos por un fuego. La palabra fuego en hebreo se escribe “HESH” y son también 2 letras: la “ALEF” que es la primer letra del abecedario, y la “SHIN” que es la anteúltima letra del abecedario. No importa tener un mundo entero de letras, quema no tener una sola de ellas. No lo tenían todo, y eso los consumía como un fuego. Un fuego que les hizo perder todo deseo.
El deseo sabio es aquél que vuelve a encender el fuego de las emociones sanas, de los proyectos que nos mejoran, de los ideales que cambian nuestro mundo. El fuego que atiza la seguridad interior y la confianza en nosotros mismos. El fuego que trae luz al horizonte y vida al camino. El que nos devuelve la esperanza, el que reluce la belleza de lo cotidiano. El que nos hace volver a bailar o recobrar la sonrisa perdida. Porque el deseo es el desafío de los nuevos comienzos y la voluntad la fuente de una nueva vida.
Amigos queridos. Amigos todos.
Los místicos llaman a Ratzón, la Voluntad primera, con el nombre de “Keter” que significa “Corona”.
Deseo de corazón que podamos ser reyes y reinas de nuestras propias decisiones. Que podamos ponernos la Corona que represente nuestra voluntad más sabia y nuestros deseos más altos.
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