Feminista en falta: “Blondi” o ¿para qué sirve un padre?

La película que marca el debut como directora de Dolores Fonzi es un retrato feliz de la forma en que criamos muchas madres de mi generación. Hay algo puntual que hace más honesta la historia: criar solas casi nunca es una carga extra, porque casi nunca lo estamos realmente; nuestro superpoder es tejer redes

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Toto Rovito, izquierda, y Dolores
Toto Rovito, izquierda, y Dolores Fonzi en una escena de madre e hijo de la película "Blondi". (Tulip Pictures vía AP)

Suena un tema de Las Ligas Menores que dice “Hice todo mal, pero están todos bien” y siento que cantan mi vida, y sobre todo mi vida como madre. ¿No es eso la maternidad también? Saber que te equivocaste mil veces pero, si no quisiste hacer daño y tuviste buenas intenciones, lo más probable es que tu hijo llegue a la adultez sano y salvo o igual de lastimado que los otros, es decir, bastante bien.

Esta semana se estrenó Blondi, la película que protagoniza Dolores Fonzi en su debut como directora, y tiene algo que hace que para las madres de mi generación sea imposible no identificarse. Sobre todo para las que criamos solas y desde jóvenes a un hijo único, para las que nos acostumbramos a criar en red –de amigas, abuelas, hermanas, ex– y conscientes de que el resultado del experimento es lo que más nos importa en el mundo. Al menos para mí, fue imposible no hacerlo: me reí a carcajadas, lloré con espasmos, y salí del cine con una sonrisa liberadora.

Es que ver a Fonzi despeinada y fumando en su auto destartalado me hizo amigarme con mi propia foto haciendo lo mismo. Ver a su madre en la ficción (una magistral Rita Cortese) criando con ella –siendo la red más elástica del mundo, una abuela– y convencida de que su nieto es todo mérito suyo, me hizo pensar en la mía y extrañarla más. Me hizo pensar en ese trío que fuimos –mamá, yo y mi hijo–, entre otras cosas, para que yo pudiera seguir trabajando de lo que me gusta y teniendo novios, la vida libre que yo no me resignaba a perder y ella tampoco quería que perdiera.

Mi vieja murió hace un año y medio, tres semanas después de que mi hijo cumplió 18 y con la paz de la misión cumplida; yo ahora quiero abrazar a la Pepa de Cortese cuando le dice a su nieto: “Sos lo mejor que hice”. Quiero abrazarla porque es la madre de Blondi, pero también es la mía, con lo que la hubiera puteado si decía una barbaridad como esa en voz alta, con lo que la puteaba cuando las decía.

Blondi es real, verosímil, tiene la fuerza de las historias bien contadas y, además de actuaciones extraordinarias, la horizontalidad de una familia como la mía, distinta de lo que imaginé y distinta a todas, pero nunca menos amorosa o contenedora. Todavía está bastante extendida la idea de que un niño crece mejor al cuidado de una “familia bien constituida”, mamá, papá, hermanos y, si es posible, una mucama que ponga la mesa y haga las camas y la comida mientras alguien más cuida a sus hijos. Yo sé por experiencia que eso es falso: me ampara la legitimidad de resultados.

Blondi es la ópera prima
Blondi es la ópera prima de Dolores Fonzi. (Tulip Pictures vía AP)

Hay algo puntual que hace más honesto el retrato de Blondi, es algo que siento hace tiempo: para mí criar sola no es una carga extra casi nunca, porque la verdad es que casi nunca estoy sola en serio. Yo elegí mucho de esta construcción de familia, me encanta la relación que tengo con mi hijo, no imagino otra forma posible para nosotros, así como otros no podrían imaginar la nuestra. Con total sinceridad, salvo cuando llegan las cuentas, me divierte lo que armamos, jamás se me ocurriría cambiarlo por una vida “ordenada”. En Roma (2018), el drama de Alfonso Cuarón sobre su madre, había una mujer rica que quedaba a cargo de sus hijos después de un mal matrimonio y repetía: “Estamos solas”. Me doy cuenta de que eso es una verdad a medias, porque las mujeres tenemos un superpoder que sí muestra la comedia de Fonzi: nosotras siempre tejemos redes.

En Blondi hay una madre “medio Big Lebowski mujer” –como la describe Fonzi– y un hijo del que se siente amiga y con el que comparte todo, los pequeños juegos que construyen lo cotidiano, el hilo finito del respeto por la intimidad de ese otro al que se vive pegado. Blondi es una madre que, como tantas –¿la mayoría?– dudó antes de tener a su hijo y ahora lo quiere tanto que puede decírselo. Y también hay una madre (su hermana Martina, la siempre maravillosa Carla Peterson) que se cansa de su vida correcta y cuando escapa, por un momento, siente que no necesita ni a sus chicos. En Blondi las preguntas trascendentes y las respuestas que duelen se hacen en tono de comedia, como en la vida (al menos –sí, también– como en la mía).

“¿Para qué sirve un padre?”, pregunta Mirko (Toto Rovito), el hijo adolescente de la protagonista y el signo de interrogación queda en el aire durante el resto de la película. Los varones –igual que en la vida– están desdibujados o no existen. Aparecen con los bolsos y desbordados como el marido de Martina (Leo Sbaraglia) o están borrados por completo del mapa como el padre de Mirko. Los varones no están y la verdad es que a los fines de criar eso no importa tanto, porque hay mujeres fuertes para atajarlo. Hay mujeres para acompañar en su formación a un chico que se cría libre y autónomo.

La comedia de Fonzi muestra
La comedia de Fonzi muestra el superpoder que tenemos las mujeres: nosotras siempre tejemos redes.

¿Para qué sirve un padre? ¿Para llevar al chico a comer hamburguesas una vez por semana siempre y cuando eso no coincida con sus otras tareas? ¿Para decir máximas que los hijos sigan escuchando incluso cuando no esté? ¿Para poner límites aunque sea desde la ausencia, “ya vas a ver cuando venga tu papá”? ¿Para qué sirve? ¿Para qué sirve un padre?

No estoy segura y eso que el mío todavía lo ocupa todo aunque haya muerto hace más de 15 años. No estoy segura. Supongo que depende de qué lugar quiera ocupar ese padre para cada uno. Y supongo también que la clave está ahí: lo que para ellos es elegido, para nosotras todavía es forzoso –ya no por ley, sino por mandato–; de nosotras dependen los cuidados y, si no estamos, de nuestras madres y hermanas, siempre habrá una mujer para hacerse cargo, que es lo que entienden en Blondi tanto el marido como los hijos de Martina. Sí, yo elijo mi vida, a mi hijo y el mundo que creamos juntos, pero, ¿podría haber elegido otra cosa? ¿irme lejos, dejárselo en una canastita al padre y olvidarme de todo sin consecuencias? No lo creo.

¿Para qué sirve un padre? Pienso en el caso de Fabián Casas, el escritor y poeta que esta semana denunció en una columna que no ve a sus hijos hace ocho meses por decisión de la Justicia; pienso en el apoyo irrestricto de muchos de sus colegas, que sin ahondar demasiado en la causa asumen que el impedimento de contacto a un padre es algo que se puede dictar en el aire o por capricho de una madre despechada. Pienso que, en medio de ese drama que desconozco, seguramente será bueno para los hijos saber que hubo un padre que quiso seguirlos viendo. Seguro que un padre sirve cuando se tiene uno presente que quiere querernos, igual que no es una imagen necesaria si se creció en otro contexto.

Quizá tampoco sirvan las madres, un vientre subrogado y a otra cosa. Las elecciones y posibilidades de familia son cada vez más diversas y supongo que está bien que así sea mientras se siga priorizando el bienestar de los hijos, su derecho a ser amados y llevar una vida libre de violencias.

Rita Cortese, en el papel
Rita Cortese, en el papel de madre y abuela en el filme de Fonzi

“En Blondi no hay concepto de familia, porque justamente no debería haberlo. Me gusta pensar que la crianza no es algo unilateral, que puede ser algo más colectivo, que no hay una única manera, que podemos ser amigos de nuestros hijos y de nuestras madres y que todos estamos en constante aprendizaje”, le dijo Fonzi a la periodista Noelia Gómez en una entrevista que publicó Infobae la semana pasada. Me interesa eso y también me identifica, porque al final criar sola es criar de manera colectiva: con madres, hermanas, abuelas, suegras, amigas, amigos, parejas, niñeras, maestras. Una comunidad de gente para estar orgullosa y atribuirse el mérito ante la tarea cumplida. Una comunidad de abuelas convencidas de que sus nietos son lo mejor que hicieron y de hijas que todavía las necesitan. Una comunidad de gente para acompañarnos cuando sentimos que hacemos todo mal y para ayudarnos en el milagro común de que, aun así, como dice la canción de Las Ligas Menores, todos estén bien.

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