Ya empiezan a llegar las facturas del módico viaje de Massa y Máximo a China, donde este afirmó que “los chinos no nos pidieron nada a cambio”: el poder ejecutivo de Tierra del Fuego acaba de girar al legislativo provincial un decreto para que se apruebe la construcción de un mega “Puerto Multipropósito” a cargo de una empresa china.
El gobernador Gustavo Melella, estadista improbable, parece que no lo hace, pero los lectores de Infobae vienen desde hace años leyendo acerca de los peligros que suponen el llevar adelante ese proyecto de esta manera. En esa colección de artículos se identifican a las empresas chinas interesadas y se consigna hasta el nombre del representante en Buenos Aires, al que se describe como “burócrata del Partido Comunista chino”. Para no repetir aquí esos detalles, corresponde introducir algunas preguntas: ¿Dónde está el estudio de factibilidad? ¿Dónde el de rentabilidad? ¿Beneficiaría a Argentina o a China? ¿Hay en Argentina volumen de comercio para semejante emprendimiento, planeado inexplicablemente para buques de veinte mil toneladas que los argentinos no tenemos? Y no menos importante: ¿Se convocó a una licitación internacional o, como parece, se está adjudicando a dedo? ¿Dónde está la evaluación estratégica a cargo del ministerio de Defensa nacional? ¿Hay dictamen de la Cancillería?
Los chinos son maestros en el arte del comercio, y si no existen otros interesados en ese puerto, cabe preguntarse por qué Beijing cometería el error de meterse en un negocio ruinoso, a menos que otros factores justificaran su interés. Craig Faller, por entonces Jefe del Comando Sur de los Estados Unidos, ya hace años advirtió que “no se trata solo de quién lo financia sino de quién termina operándolo.” Con miles de pesqueros chinos y capacidad de tanto tonelaje, claramente militar, la respuesta no parece difícil.
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La reforma constitucional de 1995 efectivizó aportes muy valiosos, pero la facultad de los gobernadores de erigir puertos sin control suficiente de las autoridades nacionales supone un acto de federalismo que en ocasiones puede bordear la anarquía. Nuestra situación es tal que un remoto juzgado provincial pudo impedir cuantiosas inversiones mineras por miles de millones de dólares pero a los amigos del poder se les facilita una base en la Patagonia, ahora un puerto en el Sur y probablemente el manejo del litio y la Hidrovía.
Hace poco más de una década, una empresa noruega que explota casi el noventa por ciento del krill en mares de todo el mundo, intentó lo mismo que Beijing ahora. Se le pusieron tantos obstáculos que finalmente recaló en Uruguay, donde los chinos ya disfrutan de una autorización para abastecer a sus pesqueros depredadores.
Argentina no mantiene en el área explotación alguna que necesite de semejante puerto. China sí. Es China y no Argentina la que opera una superflota de mil pesqueros mayormente ilegales que necesitan donde recalar y abastecerse. Es China y no Argentina la que carece de un puerto desde donde aprovisionar a su actual base, levantada en territorio antártico que reclama Argentina, y a las numerosas instalaciones que ya se sabe está planeando en un desembarco cada día más creciente en el polo sur. Es con China que Argentina tiene firmado un acuerdo de explotación conjunta de recursos en la Antártida y mares aledaños.
El de Río Grande no es un proyecto aislado. En 1833 Gran Bretaña se apoderó de Malvinas porque quería controlar el paso al Pacífico y de Gibraltar para hacerlo con el Mediterráneo, y otros enclaves más con sentido naval estratégico. En el siglo veintiuno, China también prolifera en puertos significativo. Cerca del canal de Panamá, cerca del de Suez, mucho a lo largo del llamado Cinturón de la Ruta y la Seda y en varios lugares de importancia semejante en África y Asia. El prestigioso The Economist contabiliza más de un centenar de puertos construidos o refaccionados por China en alrededor de cincuenta países por más de veinte mil millones de dólares. Y en el texto oficial del memorándum de entendimiento Argentina aparece aceptando que este puerto “será una extensión natural de la Ruta Marítima de la Seda en el siglo XXI”.
Fue un gobierno kirchnerista el que, sin consultar, entregó en Neuquén doscientas hectáreas a China, donde ya opera una base supuestamente solo científica, a cargo del Ejército chino, donde no se aplica la soberanía argentina. Podemos entrar pocas horas al mes y en visitas guiadas. Ningún argentino trabaja allí y las leyes nacionales no se aplican.
Cuando el presidente Fernández, solo días antes de que invadiera a Ucrania, ofreció públicamente a Putin que considerase a la República Argentina la más libre de las puertas de entrada, estaba expresando una filosofía, una ideología que guía los pasos de todo gobierno kirchnerista. Lo del puerto en Tierra del Fuego no es un error, una distracción, es producto de una profunda convicción política: ingresar a la inminente Guerra Fría militando activamente en el lado equivocado. Igual que Máximo, Fernandez estaba eligiendo un bando en el cual jugar.
Muchos argentinos consideran que no hay que involucrarse y permanecer equidistantes de ambos colosos planetarios. Neutralidad no equivale a equidistancia, pero aunque así se lo entendiera, todo país necesita mantener a toda costa su soberanía o perder peso en el mundo. Y en el supuesto de decidir que no estamos con nadie, un estado de nuestro tamaño y condiciones debe preparar su soberanía para defenderla, no para comprometerla militarmente en conflictos que no sean nuestros. Y si llegare el caso de tener que tomar partido, estamos seguros de que la inmensa mayoría de la sociedad argentina no quiere hacerlo entrando por la puerta que está eligiendo el kirchnerismo.
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El polo sur y sus aguas aledañas son todavía un enorme territorio virgen en el que no se han repartido soberanías. Está muy claro que la impetuosa expansión china en esa parte del mundo terminará provocando un juego de lógica reacción por parte de Occidente y su ejecutor estratégico, la OTAN. En esa área tenemos intereses de enorme importancia: un millón cuatrocientos mil kilómetros cuadrados en la Antártida, más el área marítima y nuestro apasionado reclamo por Malvinas. Allí van a pulsear los más poderosos, y con una base en Neuquén, un puerto en Tierra del Fuego y la ambición por la Hidrovía ¿cómo supone el pensamiento sedicentemente antiimperialista que va a mirarnos el mundo? ¿Sorprendería a alguien que cuando tengan que opinar sobre nuestros derechos en Malvinas, Occidente confirme, una vez más, que no les importa si tenemos razón porque Gran Bretaña es mucho más confiable?
Tal como viene diseñado y manejado, el de Río Grande no es solo un puerto, es otra ocasión para que los argentinos definamos qué clase de país queremos ser. Y estamos en las vísperas de tomar decisiones que no pueden volver a ser equivocadas. Necesitamos un puerto en Tierra del Fuego, pero hagamos uno que nos convenga a nosotros.
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