El gran desafío de renovarse o desaparecer

Es fundamental concebir que estamos en un momento “bisagra”. Por ello, las elecciones PASO deben ser concebidas, precisamente, para dirimir liderazgos en el seno de partidos y coaliciones

La franja de votantes sub-30 representa el 25 por ciento del padrón nacional (EFE/Juan Ignacio Roncoroni/Archivo)

La dirigencia política, exhibe crecientes dificultades para descifrar la demanda de los jóvenes. Desde nuestras tradiciones programáticas se les ofrece una idea de paternalismo estatal que no parece encajar con una mentalidad moldeada en la cultura digital.

La mezcla explosiva de una economía hiperinflacionaria con la marginalidad y la declinación educativa son pues los nuevos protagonistas frente a un Estado que, a menudo, da muestras de estar atado de pies y manos. Por temor o cálculo de los circunstanciales gobernantes, las herramientas de la coacción prácticamente se diluyen. El estigma de la eclosión del 2001 y los resabios de los acontecimientos que derivaron en los asesinatos de Kosteki y Santillán han generado un efecto paralizante en la acción del Estado sin distinción de ideologías.

Ante ese cuadro de urgencias dramáticas, el debate político se circunscribe a un Estado que “vende” presente a cambio de futuro, aunque ese mismo presente luce cada vez más oscuro y sin alternativas consensuables electoralmente.

El voto joven puede ser gravitante en las próximas elecciones. Solo en la provincia de Buenos Aires se incorporará más de medio millón de electores de entre 16 y 18 años. La franja de votantes sub-30 representa el 25 por ciento del padrón nacional.

“Los jóvenes” están muy lejos de ser una categoría uniforme, aun cuando los oferentes políticos a veces los ve como una masa compacta y los encasilla en sus propios estereotipos

La fusión del liderazgo democrático con el partido político que lo sustenta ahora estaría entrando en un crepúsculo de entrecruzamientos. Por este motivo, proliferan liderazgos de ocasión, propios de una democracia de candidatos que pugna por suceder a la democracia de partidos.

La polarización es binaria y matriz de antinomias que forjan la competencia antagonista de catástrofes entre extremos.

“Los jóvenes” están muy lejos de ser una categoría uniforme, aun cuando los oferentes políticos a veces los ve como una masa compacta y los encasilla en sus propios estereotipos. Pocas generaciones, como la actual, han estado tan atravesadas por la fragmentación. Ni siquiera los gustos culturales parecen trazar una identidad. Si hubo una generación que se identificó mayoritariamente con el rock, la actual está atravesada por géneros muy variados y multifacéticos.

Lo que define a los más jóvenes es el mundo digital. “El celular es su patria”. Una patria individual que cada uno construye a su medida y a su semejanza. El celular es sinónimo de diversidad, de globalización, de “mundo propio”, fuente de sabiduría fácil, de rebusque laboral y de relaciones sociales globales que las conectan a diario con diferentes realidades. También es la herramienta que ha creado formas diferentes de activismo y militancia. Los influencers reemplazan a los liderazgos tradicionales sin los forzados y costosos desplazamientos del pasado. También la celeridad de los cambios tecnológicos tiene contracara en el auge del ciberdelito. Los hackers reemplazan a los descuidistas.

El voto joven puede ser gravitante en las próximas elecciones. Solo en la provincia de Buenos Aires se incorporará más de medio millón de electores de entre 16 y 18 años

Hoy el escenario de nuestro futuro se construye sobre tres juventudes diferentes, dividida en tercios casi iguales. El 33 por ciento está con un pie afuera del sistema. Pertenecen al sector más vulnerable. No han visto de cerca el modelo del progreso a través del trabajo y el esfuerzo. No tienen herramientas para competir en el mercado laboral, son “carne de cañón” para el narcomenudeo. No piensan en términos de largo plazo. La política solo les genera desconfianza. Es un sector en el que las encuestas perciben resentimiento, amargura e incredulidad.

En un contexto semejante se desarrolla la amenaza del narcotráfico, este desafío a la legitimidad del Estado no es propio de una ideología revolucionaria o del espesor de las rebeliones sociales. Más bien, el narcotráfico es la expresión colectiva, organizada y sustentable con abundantes recursos, de la criminalidad individual.

En el medio, hay otro 33 por ciento que “la pelea”. Sabe que el título secundario, y la posibilidad de ingresar a la universidad, lo puede ayudar a marcar la diferencia. Están entre el último peldaño de la clase media y el más alto de la clase baja, son los herederos de la “cultura del trabajo” regido por la impronta del “Estado protector”. Son hijos de padres laburantes, con hogares más articulados. Sufren el deterioro de los ingresos familiares y están muy expuestos a la inseguridad cotidiana.

Debemos hacernos cargo de que la demagogia educativa es pan para hoy, hambre para mañana. Les arrebatan a los jóvenes “el derecho a ser exigidos”. Hay una corriente que confunde derechos con atajos y conquistas con privilegios.

El último tercio de los jóvenes tiene la cabeza fuera del país. Muchos se han ido y otros proyectan irse. En las entrevistas de trabajo son ellos los que imponen las condiciones: tres días presenciales, dos home office. Con un tercio de su generación fuera de competencia, pueden darse el lujo de elegir. Valoran más la flexibilidad laboral que la perspectiva de una carrera de ascensos.

La criminalidad del narcotráfico opera como una termita, ese insecto que roe por dentro la madera de los árboles e impulsa el derrumbe y destrucción de lo que, aparentemente, parecía sólido

Es una franja generacional que no conoce el crédito ni la estabilidad, pero no lo vive con angustia porque está más pendiente del hoy que del mañana. Viven de contado. Cambian presente por futuro, su ansiedad no les permite esperar por un destino que ven incierto. Ha forjado una cultura de menos arraigo. Tienen menos tolerancia al sacrificio y valoran más la libertad. Adhieren a eslóganes de moda, como “reinventarse” o “salir de la zona de confort”.

En este contexto, valga la metáfora: la criminalidad del narcotráfico opera como una termita, ese insecto que roe por dentro la madera de los árboles e impulsa el derrumbe y destrucción de lo que, aparentemente, parecía sólido.

La acción política como la conocimos parece sufrir, frente a los jóvenes, una suerte de envejecimiento prematuro. No despierta entusiasmo ni encarna rebeldía. Propone regulaciones y estatismo sin entender la cultura del emprendedorismo digital.

Mientras continuamos enarbolando un impostado “lenguaje inclusivo”, hay una generación que tal vez no espere que la imiten ni le regalen nada, sino simplemente que no la subestimen.

Desde mi generación, portamos orgullosos el estandarte de la lucha por la reconquista de la democracia, pero en la construcción de ese paradigma, todas las posibilidades que tuvimos de equivocarnos las aprovechamos…

La acción política como la conocimos parece sufrir, frente a los jóvenes, una suerte de envejecimiento prematuro. No despierta entusiasmo ni encarna rebeldía

El “con la democracia no solo se vota, sino también se come, se cura y se educa” que proyectó Alfonsín en su discurso ante el Congreso en el arranque de su gestión no se cumplió. Hemos construido un “Estado presente” que compensa con transferencias directas la disfuncionalidad creciente de una economía mediocre en términos colectivos.

En el medio, un candidato con promesas de ajuste indoloro, “porque lo va a pagar la casta”, y de salarios en dólares “como Ecuador” detrás de una dolarización mágica.

Es fundamental concebir que estamos en un momento “bisagra”. Por ello, las elecciones primarias, abiertas y obligatorias –PASO– deben ser concebidas, precisamente, para dirimir liderazgos en el seno de partidos y coaliciones.

Según se las mire, las PASO sirven de filtro en presencia de muchos candidatos, que pretenden hacerse los distraídos en su corresponsabilidad con un pasado de errores, como en Juntos por el Cambio o de mera excusa para aplicar el criterio del gran elector y prescindir de ellas. En este caso hacen las veces de una encuesta para explorar apoyos y ratificar a los candidatos seleccionados.

Una oportunidad para ir trazando la gobernabilidad de una diagonal de diálogo y moderación capaz de amortiguar el faccionalismo y la polarización que nos siguen agobiando.

Para el peronismo, la democratización es la posibilidad de construir un espacio abarcador que le permita reconstruir su condición de ser la expresión de las mayorías. Su primera renovación se produjo en 1983 con el advenimiento democrático liderada por Antonio Cafiero, la segunda renovación fue en 2003, en el marco del clamor por el “que se vayan todos”, liderada por Néstor Kirchner.

Cada 20 años el destino nos pone frente al dilema de renovarnos o desaparecer como alternativa aglutinadora frente a la demanda de una sociedad distinta.

El autor es director del Banco Nación

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