El putsch del 4 de junio de 1943 se reviste de dos características que lo distinguen de todos los demás golpes de Estado triunfantes en la Argentina del siglo XX. En primer lugar, su naturaleza exclusivamente castrense, a diferencia de los restantes en que siempre existe algún aporte organizado de franjas de la población civil. El segundo, su reivindicación explícita por parte del gobierno electivo que lo sucedió en el poder en 1946 a partir de elecciones inobjetables. Es cierto que algunos podrian argüir que otro tanto ocurrió con la Concordancia respecto del movimiento de 1930, pero ello queda desnaturalizado por la proscripción, en aquellas circunstancias, del partido mayoritario, precisamente el radicalismo yrigoyenista abatido el 6 de setiembre.
Ambos rasgos merecen, al menos, una sumaria reflexión. El derrocamiento de Ramón Castillo en la mañana del 4 de junio desconcertó aún a aquellas minorías civiles que venían conspirando por varios años, desde los nacionalistas en sus distintas modulaciones hasta los radicales, que creyeron que el golpe se hacía en su beneficio. Esta génesis exclusivamente militar del putsch ha conducido a historiadores y periodistas a analizar retrospectivamente su génesis, y generalmente se han topado con el GOU (Grupo de Oficiales Unidos, Grupo Obra de Unificación o lo que fuese que tal sigla significara). De allí a atribuir a la citada logia un rol desencadenante y determinante en el proceso solo mediaba un paso, y los observadores más simplistas lo han dado. Nuestra impresión, en cambio, es que el GOU condensó un estado de conciencia difuso en el ámbito del Ejército pero no “dio” el golpe. Condicionó, sí, muchas de las relaciones de poder subsiguientes al mismo, y no precisamente en el sentido de unificar las posiciones, ya que –después de la obra de Díaz Araujo- resulta notorio que el Grupo fue el escenario mismo de los conflictos intragubernativos, finalmente dirimidos en octubre de 1945 sin que en su interior existieran coincidencias sobre la opción planteada.
Ahora bien, en qué consistía ese “estado de conciencia” a que hemos aludido previamente ¿Es decir, que tenían en común los miembros del GOU entre sí y con buena parte de sus camaradas a los que intentaban interpretar? Para responder a esta pregunta debemos enfocar ámbitos totalmente diferentes y sucesos en ellos ocurridos desde ocho años atrás.
Entre julio y agosto de 1935 el VII Congreso de la Komintern (Internacional Comunista) resultará famoso por sustituir a la línea “clase contra clase” la estrategia del “Frente Popular”. Se trataba, básicamente, de abandonar los límites clasistas e intentar sumar a los partidos “burgueses” que estuviesen objetivamente dispuestos a colaborar en la lucha contra el “fascismo”, etiqueta ésta última –por lo demás- suficientemente elástica para cubrir a todos los sectores de derecha o centro-derecha dispuestos a resistir activamente la expansión bolchevique.,
El Frente Popular otorgaría de esta manera a los distintos PPCC de países no controlados por Moscú al menos tres ventajas: a) les permitía confundirse con partidos democráticos, desarmando prevenciones su respecto; b) aumentaba sensiblemente la fuerza de una izquierda en la que la mayoría operaba solo según miras coyunturales, mientras los comunistas fijaban los objetivos de largo plazo; c) colocaba a la derecha a la defensiva, amenazando con demonizarla en cualquier momento como “fascista” en la medida en que se obstinase en su resistencia.
La nueva estrategia realizó su presentación en la Argentina el 1 de mayo de 1936. En esa ocasión, y con motivo de la celebración del Día del Trabajador, hablaron en un acto conjunto. José Domenech por la CGT, Lisandro de la Torre por el Partido Demócrata Progresista, Mario Bravo por el Partido Socialista, Arturo Frondizi por la Unión Cívica Radical y Paulino González Alberdi por el Partido Comunista. Las sucesivas vacilaciones de Alvear y el estado de dispersión existente en el seno de la UCR obstaron a que el frentepopulismo avanzase rápidamente en nuestro país como lo había hecho, señaladamente, en Francia y España ; sin embargo, esa siguió siendo la línea oficial del PC, el cual obtendría, finalmente, una realización menguada de la misma con la “Unión Democrática” del ‘46.
A todo esto, el gobierno de la Concordancia se vería progresivamente afectado por las contradicciones políticas internas en torno a la calidad institucional, por la necesidad de un replanteo general de las relaciones económicas externas y, last but not least, por el estallido de la IIGM y todo el juego de presiones y contrapresiones internacionales de él derivado. En esas condiciones, quizás su hombre más lúcido, Federico Pinedo, retorna al Palacio de Hacienda y desde allí propone a todo el arco político un “Plan de Reactivación Económica” tendiente a afrontar el tema crucial de nuestra economía; la llamada “restricción externa”. La propuesta incluía, entre otros rubros, la compra de cosechas por parte del Estado para sostener su precio, el estímulo de la construcción pública y privada, una industrialización exportadora basada fundamentalmente en materias primas locales y la orientación del comercio exterior hacia países distintos de nuestro socio tradicional. El Plan comportaba no sólo las bases de una modificación de la estructura productiva del país, sino también su realineamiento internacional en dirección, claramente, a los EEUU asi como una decidida orientación hacia la intensificación del comercio regional. Bochado por los radicales no por motivos económicos sino político-partidarios, incomprendido por muchos conservadores, Juan Llach lo reconoce como el “”primer documento del Estado en el que se considera la posibilidad de modificar parcialmente la estrategia de desarrollo económico vigente””. El ominoso significado de su fracaso lo advirtió Pinedo al comparecer en la Cámara de Diputados, cuando sentenció: “”Lo peor que podrá decirse de nosotros es que el Congreso argentino y la democracia argentina son incapaces de abordar grandes problemas. Una democracia pusilánime será incapaz de perdurar en el mundo convulsionado en que existimos”.
Y así resultó. La democracia de baja intensidad fue sustituida por el régimen militar. ¿Cuál era la difusa –y confusa- visión histórica de los participantes del golpe? En primer lugar, la previsión de que la marcha de los asuntos mundiales podía conducir –concluida la guerra- a un acelerado crecimiento del comunismo en el país. En segundo término, el temor de que ese crecimiento nos precipitase a una guerra civil “a la española”. Tercero, la convicción de que el Ejército tenía una suerte de misión histórica providencial frente a la impotencia y el descrédito de la clase política. A estas convicciones compartidas, Perón y sus allegados agregaban la preocupación por implementar una reforma social desde arriba, “bismarckiana”, que previniese el eventual desenlace subversivo.
Las ideas sobre tal reforma social se generaron en el Consejo Nacional de Posguerra, con la intensa intervención del español José Figuerola, ex asesor de la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, y se enriquecieron con el trabajo de los seguidores del eminente Alejandro Bunge, un economista de pensamiento social católico que acababa de morir. Cuando se trató de conceptualizar filosóficamente ese conjunto intelectual se empezó a hablar de la “Comunidad Organizada”. Sin embargo, la reticencia no sólo del empresariado sino de amplios sectores de la clase media hizo que tal construcción permaneciese renga durante toda la ulterior gestión peronista, lo que acabó afectando no solo las bases materiales de la prosperidad sino la misma convivencia política.
De cualquier manera, el golpe del ‘43, reivindicado por el gobierno del ‘46, no fue históricamente estéril. Razonablemente puede pensarse que constituyó la anticipación estratégica del Ejército Argentino ante la deriva política hacia el Frente Popular. Y, en ese sentido, facilitó un grado de movilidad social ascendente desconocido para el resto de los países de la región. Cuando en setiembre del ‘55, concluido el juego, Perón acepta resignar el poder, no lo hace ante el Congreso sino ante las jerarquías superiores de ese Ejército, con lo que el ciclo se cierra. Lagos y Bengoa, antiguos miembros del GOU, destacan en el bando revolucionario.
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