Resulta muy relevante percatarse del orden que presenta la libertad y el desorden a que conduce la prepotencia de los megalómanos del aparato estatal. En este contexto antes he citado al periodista John Stossel que ilustra magníficamente la idea con un trozo de carne envuelto en celofán en la góndola de un supermercado. Stossel nos invita a cerrar los ojos e imaginarnos todos los procesos en regresión desde los agrimensores calculando espacios en los campos, los alambrados, los postes, los fertilizantes, los plaguicidas, los tractores, las cosechadoras, los caballos, las riendas y monturas, los peones en medio de cartas de crédito, bancos, transportes y las fábricas para construir esos medios de transporte, etc, etc. Hay cientos de miles de personas cooperando entre sí solo interesadas en lo que hacen en el spot pero vía el mecanismo de precios coordinan sus actividades que a veces como nos dice Michael Polanyi ni siquiera las pueden explicitar puesto que se trata de “conocimiento tácito” y, sin embargo contribuyen a formar un proceso de información dispersa y fraccionada que permite lograr objetivos de producción.
Pero luego enfatiza Stossel arriban los planificadores de sociedades que dicen que no puede dejarse las cosas a la anarquía del mercado e intervienen con precios controlados y otras sandeces, lo cual conduce a que desaparezca el celofán, el trozo de carne, la góndola y eventualmente el supermercado. Es lo que el premio Nobel en economía Friedrich Hayek ha bautizado como “la arrogancia fatal”. Y tengamos en cuenta que el mercado no es un lugar ni una cosa, el mercado somos todos, el sacerdote cuando compra su sotana, cuanto tomamos un taxi, cuando adquirimos ropa, medicamentos o lectura, el cirujano cuando opera, el verdulero cuando vende, el que opera con un celular y así sucesivamente.
Es alarmante la ignorancia supina que ponen de manifiesto aquellos que la emprenden contra el mercado sin percatarse que la emprenden contra la gente pues, como queda dicho, de eso se trata. Al vociferar que debe contradecirse el mercado se está diciendo que hay que contradecir las preferencias de la gente en pos de los caprichos de quienes se ubican en el trono del poder político que en lugar de dar paso a información fraccionada y dispersa optan por la concentración de ignorancia con los resultados nefastos y caóticos por todos conocidos.
Afortunadamente han existido y existen autores notables que enriquecen la tradición de pensamiento liberal, principalmente desde la Roma republicana del derecho, el common law, la Escolástica Tardía o Escuela de Salamanca, Grotius, Richard Hooker, Pufendorf, Sidney y Locke, la Escuela Escocesa, la siempre fértil e inspiradora Escuela Austríaca, la rama del Public Choice y tantos pensadores de fuste que alimentan al liberalismo, constantemente en ebullición y que en toda ocasión tiene presente que el conocimiento es provisorio sujeto a refutación según la valiosa mirada popperiana.
Nullius in verba -el lema de la Royal Society de Londres que tantas veces cito- puede tomarse como un magnífico resumen de la perspectiva liberal, no hay palabras finales, lo cual no significa adherir al relativismo epistemológico, ni cultural, ni hermenéutico ni ético ya que la verdad -el correlato entre el juicio y lo juzgado- es independiente de las respectivas opiniones, de lo contrario no solo habría la contradicción de que suscribir el relativismo convierte esa misma aseveración en relativa, sino que nada habría que investigar en la ciencia la cual se transformaría en un sinsentido.
También es de gran relevancia entender que el ser humano no se limita a kilos de protoplasma sino que posee estados de conciencia, mente o psique por lo que tiene sentido la libertad, sin la cual no habría tal cosa como proposiciones verdaderas o falsas, ideas autogeneradas, la posibilidad de revisar los propios juicios, la responsabilidad individual, la racionalidad, la argumentación y la moral.
Los aportes de liberales, especialmente en el campo de la economía y el derecho han sido notables pero hay un aspecto que podría reconocerse como el corazón mismo del espíritu liberal que consiste en los procesos evolutivos debidos a las faenas de millones de personas que operan cada uno en su minúsculo campo de acción cuyas interacciones producen resultados extraordinarios que no son consecuencia de ninguna acción individual puesto que el conocimiento está fraccionado y es disperso.
En otros términos, la ilimitada soberbia de planificadores hace que no se percaten de la concentración de ignorancia que generan al intentar controlar y dirigir vidas y haciendas ajenas. Uno de los efectos de esta arrogancia supina deriva de que al distorsionar los precios relativos, afectan los únicos indicadores con que cuenta el mercado para operar y, a su vez, desdibuja la contabilidad y la evaluación de proyectos que inexorablemente se traduce en consumo de capital y, por ende, en la disminución de salarios e ingresos en términos reales. Y como apunta Thomas Sowell, el tema no estriba en contar con ordenadores con gran capacidad de memoria puesto que la información no está disponible ex ante la correspondiente acción.
Lorenzo Infantino –el célebre profesor de metodología en Roma y muy eficaz difusor de la tradición de la Escuela Austríaca- expone el antedicho corazón del espíritu liberal y lo desmenuza con una pluma excepcional y un provechoso andamiaje conceptual (para beneficio de los hispanoparlantes, con la ayuda de la magistral traducción de Juan Marcos de la Fuente). Las obras más conocidas de Infantino son Ignorancia y libertad, Orden sin plan y la suculenta Individualismo, mercado e historia de las ideas. Libros a la altura de los jugosos escritos del excelente jurista Bruno Leoni que pone de manifiesto que el derecho es un proceso de descubrimiento y no de diseño o ingeniería social y de los trabajos del muy prolífico, original y sofisticado Anthony de Jasay quien, entre otras cosas, se ocupa de contradecir los esquemas inherentes a los bienes públicos, free riders, asimetría de la información y el dilema del prisionero.
Tiene sus bemoles la pretensión de hacer justicia a un autor en una nota periodística, pero de todos modos transcribo algunos de los pensamientos de Infantino como una telegráfica introducción que a vuelapluma pretende ofrecer un pantallazo de la raíz y del tronco central de la noble tradición liberal.
Explica de modo sumamente didáctico los errores de apreciación a que conduce el apartarse del individualismo metodológico e insistir en hipóstasis que no permiten ver la conducta de las personas y ocultarlas tras bultos que no tienen vida propia como “la sociedad”, “la gente” y afirmaciones tragicómicas como “la nación quiere” o “el pueblo demanda”.
Desarrolla la idea de Benjamin Constant de la libertad en los antiguos y en los modernos, al efecto de diferenciar la simple participación de las personas en el acto electoral y similares respecto de la santidad de las autonomías individuales a través de ejemplos históricos de gran relevancia. Infantino se basa y en gran medida desarrolla las intuiciones de Mandeville y Adam Smith en los dos libros mencionados de aquél autor.
Asimismo, el autor de marras se detiene a explicar los peligros de la razón constructivista (el abuso de la razón) para apoyarse en la razón crítica. Muestra, entre otras, las tremendas falencias y desaciertos de Comte , Hegel y Marx en la construcción de los aparatos estatales totalitarios, al tiempo que alude a la falsificación de la democracia (en verdad, cleptocracia). En este último sentido, dado que el antes referido Hayek sostiene en las primeras doce líneas de la edición original de su Law, Legislation and Liberty que hasta el momento los esfuerzos del liberalismo para ponerle bridas al Leviatán han resultado en un completo fracaso, entonces se hace necesario introducir nuevos límites al poder y no esperar con los brazos cruzados la completa demolición de la libertad y la democracia en una carrera desenfrenada hacia el suicido colectivo.
En este sentido, como ya he escrito en otras oportunidades, para hacer trabajar las neuronas y salirnos de lo convencional, al efecto de limitar el poder hay que prestarle atención a las sugerencia del propio Hayek para el Legislativo, de Leoni para el Judicial y aplicar la receta de Montesquieu para el Ejecutivo, es decir, que el método del sorteo “está en la índole de la democracia”. Mirado de cerca esto último hace que los incentivos sobre cuya importancia enfatizan Coase, Demsetz y North trabajen en dirección a que se establezcan límites estrictos para proteger las vidas, propiedades y libertades de cada uno ya que cualquiera puede gobernar. Además habría que repasar los argumentos de Randolph y Gerry en la asamblea constituyente estadounidense en favor del Triunvirato.
Infantino recorre los temas esenciales que giran en torno a los daños que produce la presunción del conocimiento de los megalómanos que arremeten contra los derechos individuales alegando pseudo derechos o aspiraciones de deseos que de contrabando se pretenden aplicar vía la guillotina horizontal bajo la destructiva manía del igualitarismo.
Lamentablemente, como ha subrayado Hayek, los fenómenos complejos de las ciencias sociales son contraintuitivos, debe escarbarse en distintas direcciones de la historia, la filosofía, la economía y el derecho para llegar a conclusiones acertadas, como decía el decimonónico Bastiat hurgar en “lo que se ve y lo que no se ve”.
A través de la educación de los fundamentos de los valores y principios de la sociedad abierta se corre el eje del debate para que, en esta instancia del proceso de evolución cultural, los políticos se vean obligados a recurrir a la articulación de discursos distintos, mientras se llevan a cabo debates que apuntan en otras direcciones al efecto de preservar de una mejor manera las aludidas autonomías individuales y escapar de la antiutopía orwelliana del gran hermano y, peor aún, a la de Huxley -sobre todo en la versión revisitada- donde las personas piden ser esclavizadas.
Tal vez podamos poner en una cápsula el pensamiento de Infantino con una frase de su autoría: “Cuando renunciamos a las instituciones de la libertad y nos entregamos a la presunta omnisciencia de alguien, cubre su totalidad la escala de la degradación y la bestialidad”.
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