Feminista en falta: Succession y el mundo como club de hombres

Las escenas finales de la serie de HBO que emitió el domingo su último capítulo son un diagnóstico irónico pero demoledoramente honesto: por mucho que hayamos avanzado –y por ricas que seamos– a las mujeres nos quedan pocas opciones y sólo podemos sobrevivir si abrazamos o sostenemos el poder masculino que nos oprime

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Los hermanos Roy preparan un
Los hermanos Roy preparan un batido para coronar a Kendall como 'rey' de Waystar RoyCo en el último capítulo de 'Succession'

Mañana se cumplen ocho años de la primera marcha de #NiUnaMenos y ojalá seamos muchas en la plaza para mostrar que todavía estamos unidas en defensa de una agenda de derechos que esa tarde de 2015 pareció posible. Las conquistas que logramos juntas desde entonces fueron muchas aunque casi una década después estén otra vez bajo amenaza permanente.

Podría escribir sobre eso, aunque no hay tanto de nuevo para agregar más que hacernos cargo de que una parte de nuestro discurso nunca leyó bien la realidad: el mundo sigue teniendo la fisonomía que le dieron los hombres, como decía Simone de Beauvoir en 1949, pero a veces nosotras mismas somos funcionales a la reproducción del sistema que aún encuentra formas de oprimirnos pese a los avances. A veces no nos queda otra porque, al fin de cuentas, es imposible no luchar primero por la propia supervivencia y, para sobrevivir en un mundo de hombres, no siempre tenemos más alternativa que ajustarnos a sus reglas.

Las escenas finales de Succession, la comedia negra de HBO sobre una familia en pugna por el control de la compañía que hizo millonarios a su patriarca y a toda su prole, son desoladoras en ese sentido: la traición de Shiv Roy a sus hermanos para unirse a un marido mediocre y genuflexo como Tom, que así y todo le ganó el puesto de CEO; su mano derecha apenas apoyada sobre la de ese tipo a todas luces menos iluminado que ella como símbolo de un contrato con quien desprecia tanto como necesita.

Tom y Shiv en una
Tom y Shiv en una escena de la cuarta temporada de 'Succession'

Hay ironía, claro, pero también un diagnóstico bastante honesto: ni una mujer rica y poderosa como ella puede escaparle al sexismo; como mucho, se acomodará ante opciones igual de misóginas para conservar de algún modo ese poder. Soñaba con suceder a su padre, pero siempre supo que tenía pocas chances. Él mismo le dijo en algún momento que su género restaba a la hora de considerarla. “Yo no inventé este mundo de mierda”, se excusó entonces el patriarca Logan Roy.

El embarazo que en parte fue un impedimento para sus aspiraciones se convierte en su mejor carta de negociación y lo que le asegura un futuro: quedarse con el padre de su hijo ahora que es el jefe, al menos en las formas –un jefe que hasta aceptó sin objeciones que el nuevo dueño duerma eventualmente con ella–, le garantiza mantener cierto control porque pronto será la madre del primero en la línea de sucesión.

Los modelos familiares pueden ser infinitamente diversos, pero Succession marca el triunfo feroz de la familia tradicional como núcleo de alianza y transmisión del patrimonio, aunque fracase en formar personas emocionalmente estables. La crueldad de Roman Roy frente a su hermano Kendall cuando insinúa que su infertilidad impide considerarlo como el “verdadero hombre” que fue su padre es el golpe definitivo de un modelo que también atormenta a los hombres.

“¡Soy el mayor de los varones!”, grita Ken borrando por completo al desclasado Connor –primogénito, pero de distinta madre–, que no tiene la más mínima cabida en la discusión. “Sin embargo, ella lleva el linaje –responde con malicia Roman señalando a su hermana embarazada–. Si vas a jugar esa carta, la visión de papá era que tus hijos no eran reales, que no eran verdaderamente reales. Son un par de randoms: a uno lo compraste y el otro es mitad de tu ex mujer y mitad de un donante, ¿cierto?”. El concepto de familia tradicional, heteronormativa y sanguínea traspasa generaciones: los hijos de Kendall no cuentan porque no son biológicos.

En esta imagen proporcionada por
En esta imagen proporcionada por HBO, Alan Ruck como Connor Roy, izquierda, y Justine Lupe como Willa, en una escena de la serie Succession (HBO vía AP)

Con Shiv traicionada a su vez por el hombre que le prometió llevarla a la cima, nunca estuvo más claro cómo en el mundo corporativo el capital erótico femenino es una llave que abre puertas con la misma fuerza con que las cierra. Siempre es una trampa: es raro que el club de hombres de una empresa admita a una mujer sin atractivos sexuales más o menos hegemónicos, pero a medida que avance en su carrera ese atractivo será también una limitación. Mejor reducirla (a la cama) que verla manejando los hilos como una titiritera como en la caricatura que tanto perturba a Lukas Matsson. Sobran ejemplos de esto fuera de la ficción.

Shiv, que se acercó al magnate tecnológico que quería comprar la compañía de su padre apelando a su erotismo con plena consciencia, termina siendo desplazada por lo mismo en favor de un marido servil y dispuesto a absorber los dolores más intensos e incluso a entregarla si eso representa la oportunidad que esperaba. En este mundo que siempre perteneció a los hombres –como denunciaba Beauvoir hace tres cuartos de siglo–, ni siquiera su decisión es libre y autónoma.

La mayoría ya estamos acostumbradas a elegir –con suerte– el mal menor, y eso es lo que hace ella: con su hermano al frente de la empresa sus posibilidades de influencia se habrían limitado más todavía (“Va a estar bien si se ajusta”, anticipa Kendall cuando supone que el cargo será suyo). De hecho, es lo que ya pasó: “Ustedes tomaron la corona y me dejaron afuera”, les dice Shiv a Ken y Roman antes de que se desate totalmente la tragedia. De esto también sobran ejemplos en la vida: las hermanas, las madres y las esposas son sistemáticamente excluidas de las decisiones y las herencias en las empresas familiares y el género es la clave.

Los otros personajes femeninos de la trama de Succession la tienen todavía más difícil: Willa, la mujer de Connor (el hermano borrado pero igual de millonario y machista), no es más que una esclava voluntaria que “elige” su jaula de confort. Marcia y Caroline son dos miradas posibles que anticipan el futuro de Shiv como esposa despechada o madre ausente y parasitaria. La única ganadora parece Gerry, pero sólo porque, en su brillantez, es tan capaz de absorber el dolor como Tom. Sobreviviente de la misoginia de sus colegas y hasta de la que permite que las empleadas de la familia sean sexualizadas alegremente por los hijos de los patrones, no le viene mal después de todo tener esa moneda de extorsión. La consejera conservará su lugar en el directorio sólo a cambio de una suma “extravagante”.

Claro que todas, de Shiv a Gerry, son lo suficientemente ricas para cambiar de planes. Pero si ceder no es una alternativa racional para los varones, ¿por qué debería serlo para ellas? En este mundo (de mierda, diría Logan) que siempre perteneció a los hombres, las mujeres sólo pueden ser exitosas si abrazan o sirven para sostener el poder masculino. En el mejor de los casos, encontrarán un hombre que las respete o al que puedan manipular con inteligencia, sexo o poder reproductivo; la intimidad violenta de una mano que se apoya sobre otra para firmar un contrato de supervivencia que garantiza la reproducción del sistema que las oprime.

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